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Pobreza y marginación, hervideros del yihadismo en Francia

A dos semanas del atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo, la amenaza por el creciente ascenso de movimientos yihadistas se ha incrementado notablemente en Francia. La precaria situación en los núcleos urbanos más empobrecidos hacen que los mensajes religiosos radicales calen en los jóvenes de las 'cités'. 

Manifestación en la Plaza de la República de París contra el atentado en ’Charlie Hebdo

BORJA DE MIGUEL

MARSELLA. -La Grande Borne es una de las 'cités' más complicadas de Francia y el barrio del municipio de Grigny (a 23 kilómetros al sudeste de París) donde creció Amedy Coulibaly, autor de la muerte de una policía municipal y del secuestro del supermercado kosher hace dos semanas en París. Sus estadísticas de 2009 permiten hacerse una idea de las condiciones de vida del lugar. Sus ingresos por unidad de consumo (un dato matizado de los ingresos medios en función del número de miembros de la familia) era de 10.743€ al año (frente a 21.292€ de París); el 22,1% de la población contaba con bajos ingresos (frente al 8,8% de París); el 24,1% de hogares se beneficiaba de alguna ayuda al desempleo (frente al 15,2% de París). Es más: el 14% de los hogares albergaba al menos a seis personas (frente al 4,1% de París, lo que acentúa la diferencia del dato 'unidad de consumo'); y el 63,3% de jóvenes adultos no tenía el nivel educativo equivalente a la selectividad francesa (frente al 32,1% en París).

Es en los barrios más deprimidos de Francia donde se concentra gran parte de los más de 5 millones de musulmanes residentes en el país.


La Grande Borne no es una excepción en Francia. El distrito 15 de Marsella -uno de los famosos 'barrios norte' de la ciudad- soportaba en 2006 (con los descalabros de la crisis aún por llegar) un 27,7% de paro frente al 9,2% a nivel nacional. El distrito 19 de París, de donde procedían los hermanos Saïd et Chérif Kouachi, autores del atentado al semanario Charlie Hebdo, contaba con más del 15% de desempleo. Es en estos años en los que se gestaba su llamada 'radicalización yihadista' que ahora Francia intenta combatir con medidas como la retirada de pasaportes, el límite a la entrada de ciudadanos europeos y el endurecimiento de las restricciones en internet.


Independientemente de que estas nuevas medidas adoptadas por Francia en noviembre -y que el resto de Europa parece ahora lanzarse a implantar a contrarreloj- sean más o menos efectivas y necesarias, para entender profundamente el proceso de 'radicalización' -de cualquier tipo, ya que las bandas de narcotráfico causan más muertes al año en Francia que el terrorismo, esos sí, no de periodistas- habría que analizar la situación socioeconómica de las llamadas 'cités'. Especialmente si lo que interesa es abordar la radicalización islamista, ya que es en estos barrios pobres donde se concentra gran parte de los más de 5 millones de musulmanes residentes en el país.

A estos jóvenes se les pide integración pero su punto de partida en la carrera social y, sobre todo, el número de vallas a saltar en el camino no son los mismos que los de sus compatriotas.


A la hora de intentar comprender actitudes extremas como armarse de kalashnikovs y lanzagranadas y atentar contra la vida de las personas aún sabiendo que probablemente todo acabará con la propia muerte, además de la percepción del presente de estos 'extremistas' hay que intentar comprender su visión del futuro. No se trata de justificar los atentados, sino simplemente de analizar en todos sus aspectos una expresión -'caldo de cultivo de yihadistas'- que se ha pegado como un parásito a la imagen de las 'cités' y que políticos, medios y ciudadanos utilizan a menudo sin traspasar su carcasa semántica. Porque es esta percepción global negativa de muchos de sus habitantes de lo que hay y de lo que vendrá -sin olvidarse de lo que hubo- la que puede empujar a las personas a los actos más radicales. En este sentido, la reacción de los yihadistas europeos de hoy recuerda a lo que sus vecinos ingleses punks hicieron décadas atrás, acosados por un neoliberalismo económico incipiente: ante una sensación profunda de 'no future', la autodestrucción es una opción a considerar, sólo que mientras unos lo hacían mediante la música y las drogas otros lo hacen a través de la religión y las armas.


Imaginemos un joven de origen magrebí de una 'cité'. Incluso si se encuentra entre la minoría que cuenta con estudios, deberá enfrentarse al recelo -por no llamarlo racismo- con el que el mercado laboral recibe a menudo a los ciudadanos de estas procedencias ('árabe' y 'de barrio'). Estadísticamente, no será raro que termine en el paro, ya que las tasas medias de desempleo -de más del 20% en muchos de estos distritos- suelen duplicarse en el tramo de edad más bajo. Supongamos que este joven piensa en su futuro. A corto plazo, vivir con los padres o, a lo sumo, de las ayudas sociales básicas. A medio plazo nadie le garantiza encontrar un empleo y, si lo hace, eso tampoco significa salir de la precariedad. A largo plazo, si llega a preocuparse por tal perspectiva, sabe que para disfrutar de una pensión mínima completa deberá haber cotizado al menos durante 43 años.



Mientras toda Francia habla de valores republicanos -libertad, igualdad y fraternidad-, posiblemente este periodo de cotización le parecerá ciencia ficción después de todas las dificultades que ha vivido y visto a su alrededor -6,1% de hogares monoparentales con niños y 75,9% de trabajadores en cargos de empleado u obrero en La Grande Borne en 2009, frente al 3,7% y 49,3% de París- en sus primeros veinte años de vida. Si en vez de comparar estos datos con la inmensidad de París lo hacemos con poblaciones más reducidas y privilegiadas, las diferencias resultan aún más drásticas.

No se trata de justificar los atentados, sino de analizar en todos sus aspectos una expresión -'caldo de cultivo de yihadistas'- que se ha pegado como un parásito a la imagen de las 'cités'

A estos jóvenes se les pide integración pero su punto de partida en la carrera social y, sobre todo, el número de vallas a saltar en el camino no son los mismos que los de sus compatriotas. Un artículo sobre el distrito 19 de París donde crecieron los hermanos Kouachi publicado por la web Reporterre habla de madres empujadas a prostituirse para llegar a fin de mes, padres alcohólicos que se duermen dejando a sus hijos pasar la noche en las escaleras, redes de pedofilia que aprovechan el abandono de los menores en el barrio, niños quemados por sus madres con planchas... Por supuesto, ésta no es la situación de todos los chicos de 'cités' francesas, pero las estadísticas se construyen con realidades sociales detrás.

Sin que sea una excusa para acciones terroristas, es imaginable que, ante un presente difícil y un futuro incierto, los mensajes religiosos radicales calen en una parte de esta juventud. Y en el eslabón final de esta radicalización, matar en nombre de dios abre las puertas eternas del paraíso. De un plumazo, un acto yihadista es suficiente para suplir 43 años de cotización en trabajos precarios y da derecho a una pensión infinitamente más lujosa que la que jamás les ofrecerá el Estado francés. Eso sí, en el otro mundo... Por suerte, el porcentaje de los que llegan tan lejos se reduce enormemente pero, por residual que sea, con una población musulmana en la Unión Europea de cerca de 20 millones, es suficiente para que sucedan atentados como los que han sacudido el continente este mes de enero.


Ahora, para defenderse, Francia -y la Unión Europea siguiendo sus pasos- ha optado por amenazar no sólo a posibles terroristas sino a toda la sociedad francesa con retiradas de pasaportes antes de haber cometido ningún delito y sin un juicio de por medio, limitaciones de la libertad de movimiento en el Espacio de Schengen y controles aún más exhaustivos del las navegaciones en la red. Además, la presencia militar en Francia se ha disparado en los últimas días y ocupa el centro de las ciudades y, por supuesto, los barrios periféricos más sensibles. A corto plazo, estas medidas -que podrían también considerarse 'radicales' en cuanto son de cuestionable legitimidad democrática y recortan las libertades generales- quizás puedan frenar temporalmente el fuego encendido en este inicio de 2015 pero, a largo plazo, probablemente sólo signifiquen echar más leña al conflicto. Si lo que se quiere es acabar con el extremismo interno europeo, seguramente resultaría más efectivo trabajar en las perspectivas de futuro de estas poblaciones consideradas su 'caldo de cultivo' en vez de prejuzgarlas. Porque algunos hoy quieren presentar el problema del yihadismo en Europa como una guerra de civilizaciones o de religiones cuando, en realidad, quizás todo sea más banal y se trate sólo de una guerra de 'planes de pensiones'.


Mientras el folleto publicitario del islamismo radical resulte más atractivo para estos jóvenes que la realidad ya testada que les ofrecen los estados europeos, la batalla por la convivencia estará perdida. Por otro lado, mejorando las perspectivas para todos en el continente, además de protegerse de posibles ataques yihadistas, los países seguramente disminuirían también sus problemas con las bandas de narcotráfico (51 muertes por arreglos de cuentas en Francia en 2013), la tasa de criminalidad (unos 400.000 robos en hogares en ese mismo año) y las encarcelaciones (251.991 presos el 1 de enero de 2014), que minan la comunidad musulmana, pero también la católica, la judía e inclusa la atea.

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