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Rurrenabaque, el pueblo de Bolivia en el que se cruzan las historias de republicanos españoles, judíos y nazis
Se cumplen 77 años de la liberación del campo de concentración de Mauthausen en el que estuvo prisionero el último anarquista de Durruti. Antonio García Barón terminó exiliado en el Amazonas de Bolivia, en un lugar que se convirtió en destino turístico predilecto para jóvenes israelís y en el que se refugiaron también nazis como Klaus Barbie.
Madrid-
Hay un lugar de Bolivia en el que convergen las historias de un español que sobrevivió a Mauthausen y un judío israelí que renació de la selva después de estar perdido durante 21 días. En 1986, el primero le dijo al periodista Antonio Calvo lo siguiente: "Aquí me he encontrado con nazis, pero les he dado la mano. Alguno de ellos me ha ofrecido dedicarme al narcotráfico, pero yo no consiento".
Nazis, judíos y exiliados españoles. Todos cruzan sus caminos en la zona de Rurrenabaque, un pequeño pueblo del norte de Bolivia que se sitúa a orillas del río Beni y es famoso por ser la entrada a la Amazonia boliviana.
Allí llegó en 1951 el aragonés Antonio García Barón por recomendación de su amigo, el escritor anarquista francés Gastón Leval. Antes había intentado asentarse en Canadá, Brasil y Australia, pero en ninguno de los lugares le admitieron sin un pasaporte que España no le otorgaría hasta medio siglo después, en 2001.
El 10 de mayo hará un siglo del nacimiento de García Barón en Monzón (Huesca), donde con tan solo 14 años cambió el violín por el fusil y se alistó en la columna anarquista de Durruti. Cuando el triunfo de Franco era inevitable, salió de España montado en un carro de dinamita y ya en Francia se integró en la V Compañía de Armas de Cambrai, formada por extranjeros que fueron enviados a cavar trincheras en la Línea Maginot, una fortificación gigante que pretendía proteger la frontera de Francia con Alemania e Italia.
A Alfonso Daniels, que lo visitó en la selva en 2008, García Barón le contó que llegó tarde a la evacuación de Dunkerque. La flota inglesa estaba ya a seis kilómetros de la costa cuando él entraba en la playa. Otros españoles tuvieron más suerte. Tras ese fracaso, el joven anarquista puso rumbo a Alemania con intención de sumarse a un grupo de maquis, pero en el camino una patrulla de la Wehrmacht le hizo prisionero y fue enviado primero a Núremberg, y después, a Mauthausen, en un camión de ganado. Ingresó en el campo el 6 de agosto de 1940. Tenía 18 años.
Hasta la liberación del campo en mayo de 1945, 190.000 personas fueron deportadas a Mauthausen. Durante años, se especuló con que la cifra de españoles oscilaba entre los 7.000 y 9.000. Hubo que esperar hasta 2019 a que se supiera la cifra exacta de fallecidos (que no prisioneros) y el gobierno publicara los datos de los 4.427 españoles muertos en Mauthausen en el BOE, a modo de reconocimiento. Ocho eran mujeres. La publicación coincidió con la elección del 5 de mayo como fecha en la que homenajear a las víctimas españolas del nazismo.
Mauthausen-Gusen fue clasificado en su momento como el único campo de la "Categoría III", lo que conllevaba las condiciones de detención más severas de todos los campos nazis. También ha sido llamado "campo de los españoles". Como consecuencia de la coordinación entre los gobiernos de Franco y Hitler, a los prisioneros republicanos les arrebataron la nacionalidad y fueron considerados apátridas. Su distintivo era un triángulo azul, mientras que para los políticos era el rojo y los judíos, el amarillo. El de García Barón llevaba el número 3422. De sus recuerdos del campo, destacan varias alusiones a los suicidios de sus compañeros, relatados a historiadores. También la descripción de su esclavitud, así como las peleas que obligaban a los judíos a tener al borde de una cantera. García Barón salió de Mauthausen con la espalda rota después de cinco años de cautiverio. Hasta el punto de que los médicos no podían explicarse que aún pudiera caminar.
Ya instalado en Bolivia, se unió a Irma, y juntos construyeron su hogar a seis horas de canoa desde Rurrenabaque, a orillas del río Quiquibey. Buscaba un lugar lejos de la civilización porque, bromeaba, en la civilización había curas. Allí tuvieron cinco hijos, de los cuales tres regresarían a España, y adoptaron a dos de etnia t'siman que habían sido abandonados. Allí también, García Barón perdió su mano derecha en una trampa para cazar jaguares. Encontró, decía, "la libertad que en Europa no ha habido desde hace 4.000 años, la libertad de que nadie moleste a nadie".
En 1995, el periodista Manuel Leguineche lo visitó, siguiendo los pasos de Antonio Calvo, y escribió el libro El precio del paraíso. Cuenta que el último anarquista de Durruti había fundado en el Amazonas la "República Independiente de Quiquibey". Desde entonces, hubo quien escribió cartas a García Barón con aquel membrete.
La casa de Irma y Antonio, con suelos de tierra y paredes de madera, se convirtió en refugio de viajeros de todas partes por su proximidad con el Parque Nacional Madidi, el de mayor biodiversidad del mundo. "El turismo comenzó en mi choza", diría él. En 1954 llegaron los primeros turistas, alemanes, quienes tuvieron que sorprenderse ante la explicación de que García Barón había aprendido alemán en Mauthausen. Casi tres décadas después, el destino se popularizaría en Israel por la historia de otro superviviente que también encontraría su salvación en Rurrenabaque: Yossi Ghinsberg.
En 1981, Ghinsberg tenía 21 años y acababa de terminar el servicio militar obligatorio cuando decidió explorar el Amazonas inspirado por la vida del escritor francés Henri Charrière. En La Paz, Ghinsberg y otros dos viajeros que se habían unido para compartir aventura en Suramérica, el suizo Marcus Stamm y el americano Kevin Gale, se toparon con un supuesto geólogo austriaco que decía estar en Bolivia para encontrar oro. En realidad, era un fugitivo buscado por Interpol. Se llamaba Karl Rurechter.
Ignorando el engaño del fugitivo austriaco, los cuatro se adentraron en la selva a través del río Tuichi. Cuando tras una semana empezaron a dudar de la credibilidad de Rurechter, decidieron dar media vuelta, pero el grupo se separó. El israelí y el americano pusieron rumbo a Rurrenabaque en una balsa hasta que los rápidos hicieron que volcara. Gale fue rescatado a los cinco días por unos pescadores. No había rastro de los otros tres exploradores.
Mientras tanto, en Rurrenabaque, las autoridades se pusieron en contacto con Abelardo Tudela, alias Tico, para que liderara el rescate porque era el cazador más experimentado de la zona. Al tiempo que él iniciaba la expedición, Ghinsberg se alimentaba en la selva con los frutos que veía comer a los monos y con carne de serpientes. En las tres semanas en las que estuvo perdido y sin suministros, hubo un día en el que despertó con sanguijuelas adheridas a gran parte de su cuerpo; otro en el que se hundió en una ciénaga; otro en el que tuvo alucinaciones de una mujer que lo ayudaba y otro en el que se cruzó con un jaguar. Finalmente, el día 21, escuchó disparos. Resultaron ser de Tico, que lo llevó a un hospital en el que pasaría tres meses recuperándose.
Marcus Stamm y Karl Rurechter nunca aparecieron
El suceso cambió Rurrenabaque para siempre. Con el tiempo, convertiría a Tico en guía turístico hasta el punto de ser recomendado en la Lonely Planet. Todo porque a su vuelta a Israel, Ghinsberg había escrito Regreso de Tuichi, un libro que se convirtió en superventas y puso a Bolivia en el mapa como destino de aquellos jóvenes en busca de aventuras.
Antes del rescate, llegaban al año decenas de turistas, algunos de los cuales eran acogidos por el exiliado español García Barón. Después, llegaron centenares y hoy sobrepasan los 40.000, según datos de Turismo en Rurrenabaque. De ellos, entre 8.000 y 9.000 son israelíes. Las cifras disminuyeron cuando el gobierno de Evo Morales rompió relaciones diplomáticas con Israel.
En la entrevista que concedió a Antonio Calvo en 1986, fue García Barón quien recordaba haberse encontrado con nazis en la misma zona de Bolivia en la que él se había refugiado y donde Ghinsberg había renacido. El agente del CNI Pablo Zarrabeitia (pseudónimo), conecta todas estas historias en la ficción Los hombres de la niebla, imaginando la posibilidad de que exiliados españoles como García Barón crearan allí una red de "caza" de nazis similar al centro Simon Wiesenthal.
Lo cierto es que Bolivia no fue tan transitado por los nazis como otros vecinos latinoamericanos, pero en Coroico, a 300 kilómetros de Rurrenabaque, fue detenido Klaus Barbie, conocido como el carnicero de Lyon y responsable, entre otras atrocidades, de la muerte por tortura del jefe de la resistencia en Francia, Jean Moulin.
Barbie llegó a Bolivia en 1951, mismo año que García Barón, y allí asesoró a los dictadores Hugo Banzer y Luis García Meza, al tiempo que era contratado por la CIA para terminar con el comando que el Che Guevara tenía en el país. Ese colaboracionismo no era un hecho aislado, pero queda mucho por saberse.
Esta semana se cumplen 77 años de la liberación de Mauthausen. García Barón solo regresó a España una vez en 2001, en un viaje grabado por el programa 30 minuts de la TV catalana. En él se quejó de que aún nadie en España hubiera asumido su parte de responsabilidad en los crímenes nazis. Señalaba al exministro de Asuntos Exteriores de Franco, Ramón Serrano Suñer, en un momento en el que este aún estaba vivo. El propio García Barón moriría en 2008. Constataría que hay cambios que ocurren con demasiada rapidez y otros que son demasiado lentos. Vivió la transformación de Rurrenabaque en destino turístico de primer orden, pero no el homenaje anual de su memoria que ya existía en otros países europeos.
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