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¿Sanciones europeas a Schröder por sus vínculos con Putin? La guerra evidencia el equilibrio imposible de Berlín con Moscú

El Parlamento Europeo pide incluir en la lista de sanciones europeas a los políticos o ex mandatarios europeos que estén apoyando a Rusia, como al "lobista" socialdemócrata Gerhard Schröder, ex canciller alemán.

Vladimir Putin, asiste al desfile militar del Día de la Victoria en la Plaza Roja de Moscú, Rusia, el 9 de mayo de 2022. El desfile militar del Día de la Victoria se lleva a cabo anualmente para conmemorar la victoria del Unión Soviética sobre la Alemania
Vladimir Putin, asiste al desfile militar del Día de la Victoria en la Plaza Roja de Moscú, Rusia, el 9 de mayo de 2022. El desfile militar del Día de la Victoria se lleva a cabo anualmente para conmemorar la victoria del Unión Soviética sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. MIKHAIL METZEL / Sputnik/EFE

"Todos los caminos llevan a Moscú. Vota CDU", decía un cartel electoral de la Alemania de Adenauer en plena Guerra Fría. 60 años después, las relaciones entre Moscú y Berlín vuelven a estar en un punto caliente.

Las guerras mundiales, la Alemania dividida, la liberación de Auschwitz, incluso Catalina la Grande era alemana. Los caminos de Rusia y Alemania han estado plagados de encuentros, de intensidad y de caprichos. Historia, idiomas, experiencias personales, geopolítica o intereses económicos han provocado que Alemania sea el país de la UE con un equilibrio más complicado en sus relaciones con el Kremlin.

Prueba de ello es el terremoto interno y externo que ha provocado la figura del ex canciller socialdemócrata Gerhard Schröder. Amigo íntimo del presidente ruso, al que se ha referido en el pasado como "demócrata perfecto", es uno de sus más fervientes defensores. Pero este vínculo no es solo afectivo, sino que tiene un componente mucho más lucrativo. Nada más dejar el poder, Schröder entró por la puerta giratoria de los gigantes energéticos rusos donde ha amasado una fortuna. Ocupa puestos importantes en la directiva de los gigantes Gazprom y Rosneft. Esta situación ha puesto al actual partido comandado por Olaf Scholz en una posición muy difícil. De hecho, los propios socialdemócratas han votado recientemente a favor de una medida que le priva de parte de los beneficios que le corresponden como ex canciller debido a sus vínculos con Rusia.

Por todo ello, el Parlamento Europeo ha aprobado este jueves una resolución que pide incluir en la lista de sanciones europeas a los políticos o ex mandatarios que estén apoyando a Rusia y no hayan dimitido de sus cargos desde la invasión a Ucrania. El texto apunta directamente a aquellos que "siguen recibiendo dinero" de Moscú y "forman parte de las empresas rusas". Un órdago que también tiene como destinataria a la ex ministra de Asuntos Exteriores austriaca Karin Kneissl. Sin embargo, es bastante complicado que la petición de la Eurocámara se concrete. La Comisión Europea debería incluirlo en una futura propuesta sancionadora que, después, debería ser aprobada por unanimidad por el Consejo Europeo.

La dependencia progresiva que Berlín y Moscú han cultivado en términos comerciales y energéticos ha provocado que Alemania afronte la posición más complicada en el seno de la UE durante la guerra en Rusia. El Gobierno comandado por Scholz ha roto tabúes en un país que todavía supura cicatrices de las guerras del siglo pasado. Tras muchas presiones, ha dado luz verde para enviar armamento pesado a Ucrania y en línea con el resto de sus socios europeos ha prometido aumentar el gasto militar.

Unos pasos nada banales. La primera reacción del Ejecutivo alemán tras el estallido de la guerra fue objeto de burla y frustración por el Gobierno ucraniano, pero también por el resto de fuerzas políticas del Bundestag por ofrecer el envío de 5.000 cascos de protección. El gran dependiente de los hidrocarburos rusos también ha aceptado embargar el carbón ruso —aunque ha conseguido que la UE retrasase este movimiento hasta agosto— y también está dispuesto a dejar de adquirir petróleo del Kremlin este mismo año.

Pero hacer lo propio con el gas son palabras mayores. Alemania ya ha advertido de que imponer un boicot al gas ruso supondría dejar al país en estado de recesión económica. Por ello, aboga por hacerlo de forma progresiva. Otro hito inimaginable es la cancelación del polémico gaseoducto Nord Stream II. Aunque en el lado ruso consideran que esta macroinfraestructura solo se encuentra en modo de ‘Bella Durmiente’ y se activará una vez pase la guerra. En el lado europeo no lo tienen tan claro.

Todo ello ha provocado que el país más influyente de la UE haya mantenido un perfil bajo a lo largo de los más de dos meses y medio de guerra. De hecho, los encontronazos y reproches entre Kiev y Berlín han sido una constante y tienen su máxima expresión en el hecho de que ni el presidente ni el canciller han visitado el país (algo que sí han hecho la mayoría de dirigentes europeos). Se llegó a hablar de que los de Zelenksi había rechazado recibirlos.

Merkelismo y putinismo

Cuando se pasa revista a las relaciones recientes entre Alemania y Rusia es prácticamente hacerlo a las relaciones entre Merkel y Putin. Fuentes diplomáticas se muestran asombradas de que la historia no esté siendo más dura con la canciller, que tejió la gran dependencia energética con Moscú. El Nord Stream 1 empezó a rodar en 2011. La anexión ilegal de Crimea en 2014 no solo no lo frenó, sino que tampoco evitó que se comenzase a construir su hermano, el Nord Stream II. En el círculo europeo y alemán se reconoce que ha faltado mucha visión estratégica, en gran parte fruto de la ingenuidad de pensar que la situación actual de guerra en el Viejo Continente era solo cosa del pasado. Estados Unidos, Ucrania y los países del Este europeo llevan años presionando a Berlín para que ponga fin a estos proyectos por considerarlos un arma geopolítica y no comercial del Kremlin.

Los caprichos del destino quisieron que una antigua militante de la FDJ (juventudes comunistas de la República Democrática Alemana) y un ex agente secreto ruso que vivió durante cinco años en Dresden se convirtieran en dos de los políticos más influyentes de las primeras décadas del siglo XXI. Ambos dominan el idioma del otro y el presidente ruso siempre ha tenido un vínculo estrecho con el país en el que sus hijas fueron al colegio. La líder conservadora era la política occidental que más hablaba con el Kremlin.

Merkel, fiel a su pragmatismo, ha orquestado una política funambulista con Moscú. En el lado de los derechos humanos ha sido crítica, acogió al envenenado Alexei Navalni en uno de sus hospitales y criticó fuertemente en 2015 en una visita al Kremlin la anexión de Crimea. La que fuese canciller de Alemania durante 16 años construyó su propia Ostpolitik (política de acercamiento a la Unión Soviética y Alemania del Este impulsada por Willy Brandt) con las relaciones a Rusia: siempre apoyó las sanciones europeas rubricadas desde la agresión a Ucrania en 2014, pero pisó el freno para no acorralar al inquilino del Kremlin.

Merkel y Putin han mantenido una especie de relación de amor y odio. Pero el respeto y el entendimiento que se respiraba entre ellos la mantuvo viva durante la más de una década que coincidieron en el poder. De hecho, las grandes incógnitas son si el presidente ruso habría actuado igual si la canciller hubiese continuado en el poder y, en tal caso, cómo la líder habría maniobrado tanto a nivel nacional como europeo durante la guerra actual. Su legado ya está siendo cuestionado por su tibieza con Putin. Y muchos aguardan con interés sus palabras sobre la situación actual. Quien fuese su ministro de Exteriores y ahora presidente del país, Frank-Walter Steinmeir, pidió perdón a sus ciudadanos reconociendo que fue un "error" tratar de tender puentes con Moscú. El cambio de tono en Berlín es copernicano, especialmente en un país donde la conciencia sobre la época y los crímenes nazi habían propiciado una política de apaciguamiento con Rusia.

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