Este artículo se publicó hace 4 años.
Turquía-EEUULa incierta nueva realidad de Erdogan con Biden
La victoria de Joe Biden ha abierto una serie de incertidumbres en Oriente Próximo y Turquía se ha convertido en un foco de atención. Las recientes declaraciones antiturcas de Biden y su equipo suscitan preocupación en Ankara, pero en el último mes el presidente Erdogan ha tratado de girar el timón con el fin de evitar una confrontación directa.
Eugenio García Gascón
Nadie duda de que con el presidente demócrata las relaciones internacionales de Washington con Oriente Próximo no serán las mismas. Aunque Recep Tayyip Erdogan ha disfrutado de un vínculo cordial y hasta amistoso con Donald Trump durante cuatros años, las cosas podrían torcerse a partir del 20 de enero, cuando Joe Biden entre en la Casa Blanca. De hecho, para Erdogan ya han empezado a cambiar.
El designado secretario de Estado, Antony Blinken, se ha significado contra Erdogan en más de una ocasión, lo mismo que el presidente electo, una circunstancia que no augura nada bueno para Ankara, donde Erdogan planea gobernar durante algunos años más.
Es evidente que la nueva administración tendrá que replantearse sus vínculos con el islam político, algo que ha despertado una gran expectación en la región. Erdogan es la cabeza más visible de esta corriente que tanto desagrada a líderes europeos como Emmanuel Macron. Sus acciones a partir de ahora van a mirarse con lupa en Washington, a diferencia de lo ocurrido con Trump.
Según el diario turco Daily Sabah, el cambio de inquilino en la Casa Blanca obligará a Erdogan a abrirse en distintas cuestiones en las que hasta ahora ha obrado de manera unilateral. La época del unilateralismo toca a su fin, al menos para países susceptibles de ser presionados, es decir todos con excepción de Israel. Es un mensaje que los dirigentes demócratas transmiten de manera consistente.
En Ankara quieren creer que a pesar de esas amenazas, la administración Biden será experimentada y por lo tanto realista, y querrá aprovechar las ventajas que puede ofrecer un socio como Turquía cada día más influyente, que no son pocas, aunque ello exija políticas de buena voluntad recíprocas por parte de los americanos.
Si como parece nos dirigimos de vuelta al globalismo, Biden tendrá que contar con Turquía para resolver distintos problemas en el Mediterráneo oriental. Los americanos podrían sentirse obligados a forzar a Erdogan a seguir sus dictados, pero la contrapartida sería probablemente contraproducente ya que Ankara podría estrechar sus relaciones con Moscú.
En los últimos días, es decir tras las elecciones americanas, Erdogan ha dado varios pasos significativos que muestran que es consciente de los cambios que se están produciendo. Ha hablado de un futuro común europeo pese a estar a las greñas con Macron y también de la importancia de mantener una estrecha cooperación con EEUU.
Con una Europa que atraviesa una crisis existencial, desunida y sin ninguna política exterior seria con respecto a Oriente Próximo, Turquía aspira ocupar una parte de ese vacío. Macron y Angela Merkel andan ocupados con problemas propios y con cuestiones de segunda importancia, y bajo ningún concepto Washington querrá que Ankara se cobije bajo las alas de Vladimir Putin.
Esa es la principal carta de Erdogan, aunque este ya ha mostrado su intención de jugar otras bazas menores. Una de ellas es un acercamiento a Arabia Saudí, un país que todavía observa con mayor ansiedad el inminente cambio en la Casa Blanca. Tanto Erdogan como el príncipe Mohammed bin Salman han visto las orejas al lobo y no quieren que la situación se deteriore, de modo que se han puesto en marcha para evitarlo.
En Turquía destacan que Erdogan es el único líder que mantiene relaciones "multidimensionales", es decir que es capaz de estar a las buenas al mismo tiempo con Washington, Europa y Moscú, pero advierten que también es capaz de mantener distancias con los tres polos al mismo tiempo. La situación se dirimirá en uno u otro sentido en los próximos meses.
El paradigma más probable es que el mundo avance hacia una política multipolar, hacia una especie de globalismo multilateral y cosmopolita que va a exigir de Turquía un esfuerzo adicional para adaptarse, aun teniendo en cuenta que Erdogan, como se ha dicho, es capaz de mantener relaciones positivas con EEUU y Rusia al mismo tiempo.
En una entrevista de principios de 2020 con The New York Times, Biden calificó a Erdogan de "autócrata" y dijo que EEUU debería apoyar a la oposición para sacarlo del poder. "Tiene que pagar un precio", dijo entonces el presidente electo. Si no ha cambiado de opinión, eso significa que Erdogan lo puede pasar muy mal, aunque EEUU también podría salir perdiendo en una confrontación directa.
Naturalmente, Turquía es la parte más débil, y EEUU podría imponer sanciones económicas que complicarían decisivamente el papel de Erdogan en su país. Además, podría buscar un acercamiento con los kurdos y dificultar la presencia militar turca en el norte de Siria, una aventura que desde el primer día estaba destinada al fracaso. Otra cuestión que podría hacer daño a Ankara es la relativa a los conflictos del Mediterráneo oriental, Grecia y Libia sobre todo.
A diferencia de los líderes de otros países como Brasil y Rusia, Erdogan no se hizo el remolón tras las elecciones americanas y se apresuró a felicitar a Biden, otra indicación de que el turco está tratando de reconducir las relaciones con la futura administración y paliar los problemas ya existentes, evitando que crezcan.
Los malos augurios derivados de las declaraciones de Biden y Blinken no tienen por qué ser definitivos. Erdogan espera que el realismo se imponga en Washington, pero a estas alturas es imprevisible lo que va a ocurrir, es decir si las dos administraciones serán capaces de trabajar unidas y con unos mismos objetivos en al menos una parte de los grandes problemas que afectan a Oriente Próximo.
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