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Ucrania Rusia Yugoslavia, Irak o Afganistán: la negra herencia de intervenciones de la OTAN y EEUU que hace desconfiar a Putin

La Alianza Atlántica llevó a cabo en los Balcanes su primer bombardeo sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU. Desde entonces, el multilateralismo no se recupera de su crisis de identidad y rol en el tablero global.

26/01/2022 Afganistán
Mujeres afganas durante una manifestación para apoyar al gobierno talibán y exigir a los EEUU y a la comunidad internacional que descongelen los activos del país. STRINGER / EFE

Yugoslavia. Irak. Libia. Siria o Afganistán. El pasado reciente de intervenciones militares de la OTAN y de Occidente en países terceros ha hecho mella en la desconfianza de la Rusia de Vladimir Putin hacia el atlantismo. Los problemas internos en el país, los traumas de una población cuyo país no cuenta con fronteras naturales, el deseo del presidente ruso de posicionar a Rusia como la potencia global que fue antaño y el aumento de la retórica bélica con el despliegue de buques y cazas en el Este de Europa han sido los otros ingredientes del caldo de cultivo para una situación actual que en Europa describen como "la más peligrosa desde el final de la Guerra Fría".

Es en la Guerra Fría donde, precisamente, reside la semilla de la tensión actual. El Kremlin se siente humillado por lo que considera una promesa incumplida de la OTAN. Estados Unidos y Alemania habrían asegurado de forma verbal a Mikhail Gorbachov que la Alianza no es expandiría "not an inch" (ni un centímetro) hacia el Este. Pero desde 1999 se han sumado al foro 14 países del centro y este europeo. Y de aquellos lodos, estas tensiones porque esta supuesta promesa no aparece en ningún tratado ni acuerdo oficial. Por ello, Putin exige en estos momentos que las garantías a sus exigencias se tramiten por escrito. La OTAN y Estados Unidos enviarán en cuestión de días los documentos sobre sus posturas al Kremlin. Unos escritos que serán cruciales para el devenir de la crisis ucraniana.

El exagente del KGB ve el mundo actual como el resultado de este escenario de posguerra en el que Estados Unidos y los países occidentales maniobraron a su antojo "sin atenerse a ninguna regla". Fue en la guerra de la extinta Yugoslavia cuando la OTAN llevó a cabo su primer bombardeo sin contar con la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, mermando el papel de la organización que lastra desde entonces. La Operación Fuerza Aliada arrancó en 1999 bajo la base del Derecho Internacional Humanitario y con el pretexto de prevenir una limpieza étnica de los albano-kosovares por parte de Serbia, pero concluyó tras 78 días con más de 1.200 víctimas mortales y toneladas de bombas. Una ejecución que hace tambalear los principios de proporcionalidad y del Derecho Internacional.

La guerra contra el terror y en nombre de las operaciones liberadoras de derechos humanos ha hecho mella en la credibilidad internacional de Occidente

La guerra contra el terror y en nombre de las operaciones liberadoras de derechos humanos ha hecho mella en la credibilidad internacional de Occidente. Durante la devastadora guerra que Afganistán libró contra la Unión Soviética, Estados Unidos suministró armas y billetes a guerrilleros islámicos alimentando el embrión de los actuales talibanes. Una imagen que se replicó poco después con la invasión a Irak, donde los centros de detención ilegales como Camp Bucca y Guantánamo fueron la semilla para el surgimiento del yihadismo del Estado Islámico, que ha mantenido atemorizada a la población siria, iraquí o libia y a buena parte de Europa durante años.

Hace unos meses, la OTAN se retiró de Afganistán tras dos décadas en el país centroasiático. Las tropas internacionales abandonaron el país de forma abrupta y tras la toma de control por parte de los talibanes, empañando la misión más longeva de su historia y dejando a Kabul a merced de unos milicianos radicales que invisibilizan y oprimen a las mujeres.

La de Afganistán precedió a la invasión de Irak, una de las más infames de la historia reciente tanto en la justificación como en la ejecución. La Administración de George W. Bush, escoltado solamente por las banderas de España y el Reino Unido, cocinó un casus belli en torno a la presencia de armas nucleares por parte del régimen de Sadam Hussein. Se demostró que era mentira. Pero Estados Unidos perpetró su presencia en el país durante años dejándolo divido e incendiado étnica, económica y socialmente. El dictador, aliado norteamericano previamente, fue juzgado y ahorcado en 2006.

Poco después, llegó la Primavera Árabe. Los miles de jóvenes que se levantaron pidiendo paz y libertad contra dictadores como el tunecino Ben Alí, el egipcio Hosni Mubarak o el sirio Bashar al Assad se sintieron abandonados por los europeos y estadounidenses. Estas crisis tenían y tienen un impacto directo para la UE, por cuestiones geográficas, de seguridad y económicas. Pero los europeos, maniatados por sus divisiones internas y guiados por la tutela estadounidense, hicieron seguidismo de Washington. La Administración de Barack Obama se saltó su propia línea roja al asegurar que habría una respuesta contundente si Al Assad empleaba armas químicas contra su población. Lo último ocurrió; lo primero no. Y once años después, la guerra siria continúa.

Once años después, la guerra siria continúa

Pero fue Libia, el país con mayores reservas de petróleo de África, quien sí vio una intervención militar de la OTAN (autorizada por la ONU), que se prolongó durante más de un año y que concluyó con el asesinato de Muamar al Gadafi a golpes de los ciudadanos. La asistencia aérea de los aliados fue clave para ello, lo que ha desatado las críticas posteriores sobre posible exceso de la intervención más allá de proteger a los civiles. "¿Quién permitió hacer eso? ¿Hubo un juicio? ¿Quién se arrogó el derecho de ajusticiar a ese hombre?", señaló el presidente ruso poco después.

Putin, que también ha enviado milicias al país, fue un gran crítico de esta intervención que dividió enormemente a la OTAN. Once años después, el país norafricano es un Estado fallido gobernado por centenares de milicias y clanes y con una fuerte presencia migratoria que busca viajar a la UE vía Italia. Para evitarlo, el bloque comunitario ha sellado un acuerdo con los guardacostas libios, acusados de violaciones de derechos humanos, para que intercepten las barcazas y los retornen a un país que nadie oculta no es "un destino seguro". Alemania fue escéptica a la invasión atlántica y a día de hoy, incluso Francia e Italia apoyan a diferentes Gobiernos enfrentados comandados por Sarraj y por Hafter.

¿Y Rusia?

Las tensiones actuales en sus fronteras sur y este –Balcanes, Siria o Sahel- hacen temer a los europeos que la inestabilidad se exporte a su propio territorio. Rusia también acecha un contexto marcado por las revoluciones de colores que podrían hacerle perder peso en sus tradicionales áreas de influencia postsoviéticas. Decía la emperatriz Catalina II de Rusia que solo podía defender sus fronteras expandiéndolas y Vladimir Putin durante sus más de 20 años al cargo ha sellado enclaves estratégicos como la base de Tartur en Siria, que le proporciona acceso directo al Mediterráneo, y el puerto de Sebastopol, puerta al Mar Negro. Por su parte, Estados Unidos cuenta con más de 800 bases militares en más de 70 países del globo.

Estados Unidos cuenta con más de 800 bases militares en más de 70 países del globo

Moscú ha aprovechado la coyuntura actual para mover sus propios hilos en el tablero de ajedrez global: en los últimos años, la UE ha estado ensimismada gestionando las crisis financieras, migratoria o la del brexit; y Estados Unidos libra su propia batalla para plantar cara a la hegemonía china. Putin invadió Chechenia en 2008, se anexionó Crimea en 2014 y envió tropas al Donbás poco después.

También ha sido clave para mantener a Al Assad en Siria. Además, la UE le acusa de generar una guerra híbrida a través del grupo de mercenarios Wagner en varios puntos calientes del planeta como Libia o Sudán para "alimentar la violencia, saquear recursos naturales e intimidar a civiles en violación del Derecho Internacional y de los Derechos Humanos".

El presidente ruso es un escéptico del orden y de las instituciones multilaterales. La credibilidad de organizaciones como la ONU ha quedado desgastada por su falta de acción y es a menudo motivo de burlas por su incapacidad más allá de pronunciar el deeply concerned (muy preocupados) por las continuas vulneraciones de derechos humanos que se suceden en todos los rincones del mundo. A todo ello se une las incoherencias de países occidentales a la hora de condenar con doble vara los ataques al Derecho Internacional por parte de países aliados como Israel y Arabia Saudí. El realpolitik de la geopolítica presenta enormes dilemas e intereses. En todo este escenario, Putin considera que Occidente quiere doblegarlo. Y así describió la relación con el eje transatlántico en una conferencia de prensa hace unos años: "Al oso siempre tratarán de ponerle una cadena. Y cuando lo encadenen, le arrancarán los dientes y las garras".

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