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¿Puede tener la UE una posición propia ante Rusia y soltar la mano de EEUU?

Washington puja por una postura dura con el Kremlin que amenaza con dañar los intereses de seguridad, económicos y energéticos de Bruselas; mientras la Unión Europea busca su lugar para apaciguar la crisis ucraniana.

18/01/2022 Crisis ucrania
Banderas europeas ondeando en la Comisión Europea. Amio Cajander / Wikipedia

El torrente Trump, la crisis de Afganistán o el acuerdo de submarinos Aukus. Diferentes administraciones pero una misma lección: para Estados Unidos, la UE sigue siendo su cachorro. La tensión con Rusia, que ha movilizado a 100.000 soldados en las fronteras ucranianas, ha desatado el temor occidental de nueva guerra en el Viejo Continente. Washington juega sus cartas, pero ¿debería la UE mover también sus propias fichas?

La crisis actual es trascendental para el bloque comunitario por razones obvias: cercanía geográfica o intereses comerciales, pero también para la supervivencia de su suministro energético en tiempos del precio de la luz disparado. Washington camina por una línea muy delgada en la que asegura defender a sus aliados europeos, pero a la hora de la verdad no le importa excluirlos de conversaciones vitales para la seguridad europea, como ocurrió hace unos días en Ginebra con la bilateralidad EE.UU-Rusia.

Una de las demandas marcadas como línea roja por el Kremlin en el marco de la tensión en Ucrania es la no expansión de la OTAN hacia el este, especialmente de este país y de Georgia. El motor franco-alemán sabe que dar este salto de altura e incluir a las dos repúblicas ex soviéticas en la Alianza reportaría a la UE muchos más quebraderos de cabeza que beneficios. Precipitaría la cólera rusa a sus puertas y no a las de Estados Unidos. El problema, como en buena parte de las decisiones trascendentales para la política de seguridad y defensa europea sigue siendo la falta de consenso. Los 27 países de la UE cuentan con pasados diferente y, en consecuencia, leen las amenazas del futuro de forma distinta. El Este y los Bálticos empujan por alinearse con la mano dura de Estados Unidos, al que siguen confiando buena parte de su seguridad.

¿Puede la UE fiar su seguridad a EE.UU?

El hermano mayor del otro lado del Atlántico siempre ha primado sus intereses nacionales y estratégicos y no lo ha ocultado. La UE, secuestrada por sus divisiones internas y su falta de operatividad en materia defensiva, se ha acostumbrado en las últimas décadas a cobijarse en su regazo. Pero la Administración Obama ya señaló el rumbo de la brújula estadounidense: no paraba en Europa, sino en Asia. De hecho, la prioridad norteamericana en el tablero geopolítico de estos momentos es plantar cara a China. Y ha venido exigiendo a los europeos una mano más dura con el gigante asiático. Estados Unidos presionó hasta el final para que el acuerdo de inversiones Bruselas-Pekín, sellado a finales de 2020, no viera la luz. Poco después, el gigante asiático superó por primera vez a Estados Unidos como principal socio comercial de la Unión Europea.

Las guerras en Siria, Libia o la evacuación afgana tenían un mismo componente: reportaban muchos intereses de seguridad, económicos o migratorios para los europeos, pero eran cuestión de segundo nivel para los estadounidenses, que actuaron como tal. Con la guerra en Siria todavía en una de sus peores fases retiraron a las tropas del país, dejando a los sirios y a los europeos a merced de la constante amenaza yihadista. Su gestión –o falta de ella- debería dejar la primera lección sobre cómo abordar la volátil situación en Ucrania: la UE quiere ser más independiente y soltar la tutela estadounidense para defender sus intereses estratégicos, pero continúa con su tradicional falta de confianza para ello.

Con un tablero de ajedrez global cuasi en llamas, Estados Unidos mueve fichas ante la crisis ucraniana. Y se está impacientando por la tibieza europea. La Administración Biden quiere que los europeos preparen una batería de sanciones muy severas contra el Kremlin y endurezcan su discurso. Pero las consecuencias de todo ello serían mucho mayores para el Viejo Continente de lo que son para el territorio estadounidense. Por ello, el tándem Alemania y Francia están apostando por rescatar el formato de Normandía –Ucrania, Rusia y el eje franco-alemán- como vía de salida diplomática a la tensión acuciante.

El paternalismo estadounidense y el poco o nulo interés de Putin de hablar con los europeos han dejado a los de Von der Leyen marginados en las cruciales conversaciones de la pasada semana. Pero la UE lucha por reivindicar su asiento en una cuestión que atañe directamente a su integridad. Por lo pronto ya hay una contra-respuesta. Este mismo martes, Enrique Mora, vicesecretario general del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) que lidera Borrell, se encuentra en Moscú para encauzar las relaciones bilaterales –que no levantan cabeza desde la controvertida rueda de prensa entre Borrell y Lavrov- y transmitir a sus homólogos rusos el decálogo de medidas acordadas por los Veintisiete y que pasan por advertencias y mano tendida al diálogo.

La energética, la otra batalla en el fuego cruzado

Rusia es el vecino más importante para la UE. Su dependencia energética –la UE importa de este país el 40% de su gas- o las cuestiones de seguridad crean un lazo, que aunque últimamente da señales de romperse, no tiene más alternativa que permanecer íntegro. Bruselas y Moscú están obligados a entenderse. Ambos tienen frontera física e incluso Rusia tiene un enclave en territorio UE, Kaliningrado. Por su parte, Moscú y Washington están separados por 7.816 kilómetros. Por todo ello, una salida dialogada a la crisis ucraniana es mucho más favorable para los europeos.

La batería de medidas "sin precedentes" que el conjunto de la UE, Estados Unidos y la OTAN han garantizado que llevarán a cabo de producirse la intervención militar a Ucrania sería contestada por el Kremlin con un mayor cierre del grifo de gas a Europa en tiempos de turbulencias para el suministro energético europeo. Además, las medidas restrictivas al sector bancario o a las exportaciones tendrían un fuerte impacto en las propias economías europeas. La UE se juega mucho más que Estados Unidos, que mira la situación desde la distancia.

La batalla de los precios de la electricidad es otra de las arterias de esta crisis que amenaza con dejar a los europeos en medio del fuego cruzado de Estados Unidos y Rusia. Las turbulencias internacionales en los mercados energéticos, que están sacudiendo de forma especial al Viejo Continente, también han sido aprovechadas por los norteamericanos.

Mientras Moscú habría reducido sus exportaciones en medio de la tensión con Ucrania y de las amenazas de frenar el Nord Strem II, Estados Unidos ha disparado sus envíos de gas natural licuado (GNL) a Europa. Un win-to-win para los norteamericanos que habrían incremento sus flotillas un 145% con respecto a 2020, en cifras que recoge El País. Groso modo, a la UE le interesa una política de vecindad más predecible y pacífica con Rusia. Porque el riesgo no es banal. En juego está que no vuelva a convertirse en el terreno de juego de un renovado conflicto armado que se libraría en su propio suelo. Y no en el estadounidense.

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