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Día del Refugiado Así es la única ruta segura para huir de la guerra de Siria y llegar a Europa

Khalil, Fatem y sus dos hijos son de los pocos refugiados sirios que han conseguido llegar a Europa con un visado humanitario y sin arriesgar su vida en una patera. Les acompañamos en este viaje inusual de Líbano a Italia.

Fatem, Khalil y su hijo, frente a la casa en la que pasaron cuatro año en Líbano tras partir de Siria. REPORTAJE FOTOGRÁFICO Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Khalil y su mujer Fatem no habían cogido nunca un avión. No habían facturado jamás unas maletas ni habían visto la tierra desde el cielo. Pero nada de eso les dio miedo.

“Nada puede superar lo que hemos experimentado durante la guerra en Siria”, aseguró Fatem minutos antes de embarcar a Italia, mientras en sus ojos aparecía un destello de terror. Ese terror que sólo entienden aquellos que han vivido una guerra.

Siria: el inicio de todo

Esta mujer de 29 años, pequeña y de ojos brillantes, recuerda perfectamente el miedo que pasó cuando empezó la guerra en Raqqa, su ciudad. “Vivíamos en el corazón del conflicto. Cada día nos dábamos las buenas noches pensando que podía ser un adiós”, relata. “Además, era muy difícil conseguir comida o ir al médico”, sigue esta profesora de primaria que en esa época estaba embarazada de su primer hijo.

Su marido, un hombre delgado y de mirada dulce de 35 años, trabajaba como agricultor en las tierras de su familia, pero con la guerra no podía ir a trabajar ni traer dinero a casa. Ella se quedó sin libros para enseñar y pronto dejaron de pagarle el sueldo. Pero la gota que colmó el vaso llegó cuando dejó de haber leche infantil en las tiendas. “Acabábamos de tener a Ahmed y no podíamos alimentarle. Fue entonces cuando vimos que no podíamos seguir viviendo en Siria”, sentencia Khalil que decidió viajar a Líbano, encontrar un trabajo y una casa y, cuando tuviera eso asegurado, traerse a su esposa y al bebé.

Dos meses después, Fatem cogió al pequeño y emprendió el mismo viaje que su esposo. “Jamás olvidaré ese día. Cuando abandoné Siria recuerdo una profunda tristeza por dejar a mi padres, pero también estaba feliz porque iba a reencontrarme con mi marido en un país que no estaba en guerra”, confiesa.
Lo único de valor que trajo fue un álbum de fotos que atesora sus días felices en Siria. Su boda, la escuela donde daba clases, sus amigos.

Líbano: primera parada

El día que Khalil llegó a Líbano tuvo que dormir en la calle. Fue como una premonición. Un aviso claro de que nada en el país vecino iba a ser sencillo.
Dicen que en Líbano un refugiado no vive, malvive. Y así ha sido para ellos durante los cuatro años que han estado aquí. Con la tasa de refugiados por cápita más alta del mundo, con más del 70% de la población refugiada siria viviendo por debajo del umbral de la pobreza, las oportunidades para ganarse la vida han sido muy escasas. Aunque Khalil ha hecho de todo, electricista, fontanero, pintor, más de una vez ha tenido que pedir prestado para dar de comer a su familia que ha crecido con la llegada de Mohamed, que tiene un año. Por suerte, han tenido el apoyo de algunas ONG y especialmente de familiares y vecinos, muchos de ellos sirios que también han emigrado a Líbano.

Su hogar ha sido una minúscula, húmeda y oscura habitación en Mount Lebanon, a una hora de Beirut tras recorrer una sinuosa y empinada carretera. “Aquí, el alquiler es más bajo que en la capital”, dicen sentados en la cama de matrimonio, que comparte el reducido espacio con un pequeño sofá y un televisor. “Al principio, el suelo era de tierra y había goteras en el techo. El propietario no quería arreglarlo”.

Además, la cocina está fuera, en el porche, donde hace mucho frío en invierno, especialmente cuando hay un metro y medio de nieve. En esa época del año, apenas se han calentado con una estufa eléctrica; la de gas solo la podían poner cuando había ingresos extra. En ese entorno, los niños se han puesto enfermos a menudo. Y Fatem ha desarrollado una especie de alergia, con ataques de tos y vómitos. “En esta habitación me ahogo”, explica. Una ventana de esperanza
Un día, Khalil se enteró de que existía la posibilidad de viajar a Italia con un visado humanitario, es decir, de una forma segura y legal. Y movió cielo y tierra hasta dar con las personas que podían facilitarles el pasaje hacia una vida mejor.

El 70% de la población refugiada siria está viviendo por debajo del umbral de la pobreza

Así fue cómo conocieron a una de las tres organizaciones italianas que han impulsado el corredor humanitario, un proyecto único en Europa que nació con el objetivo de evitar las muertes en el mar y el tráfico de personas. El Gobierno italiano ha aceptado acoger por esta vía a 1.000 personas refugiadas en dos años. Puede que sean pocas, sobre todo si tenemos en cuenta que solo el conflicto sirio ha provocado cinco millones de refugiados, pero las entidades impulsoras aseguran que lo importante no es el número de personas rescatadas de la guerra sino demostrar que se pueden salvar vidas si hay voluntad política.

Al principio, Fatem estaba escéptica. Había perdido la esperanza. Pero después de algunas entrevistas, y al constatar su penoso estado de salud, fueron seleccionados para viajar a Italia.

Sueños

Las personas que pueden beneficiarse de las visas humanitarias se escogen, según ACNUR, porque son susceptibles de ser reconocidas como refugiadas en Italia o porque son particularmente vulnerables. Es el caso de las familias con hijos pequeños como la de Khalil, los menores no acompañados, las madres solteras, las personas mayores, enfermas o que han sufrido abusos o tortura.

Khalil y Fatem preparan las maletas para partir rumbo a Italia. REPORTAJE FOTOGRÁFICO: Pablo Tosco/ Oxfam Intermón
Khalil y Fatem preparan las maletas para partir rumbo a Italia. FOTOS: Pablo Tosco/ Oxfam Intermón
Khalil, Fatem y su hijo en el aeropuerto. REPORTAJE FOTOGRÁFICO: Pablo Tosco/ Oxfam Intermón
Khalil, Fatem y su hijo en el aeropuerto. FOTOS: Pablo Tosco/ Oxfam Intermón
Khalil en dirección a su nuevo hogar, una vida digna y nos solo de refugio en Cecina, Toscana. REPORTAJE FOTOGRÁFICO: Pablo Tosco/ Oxfam Intermón
Khalil en dirección a su nuevo hogar, una vida digna en Cecina, Toscana. FOTOS: Pablo Tosco/ Oxfam Intermón
Fatem, Khalil y su hijo, frente a la casa en la que pasaron cuatro año en Líbano tras partir de Siria. REPORTAJE FOTOGRÁFICO Pablo Tosco / Oxfam Intermón
Fatem, Khalil y su hijo, frente a la casa en la que pasaron 4 años en Líbano. FOTOS: Pablo Tosco / Oxfam Intermón
Khalil y su hijo, durante su estancia en Líbano.  REPORTAJE FOTOGRÁFICO Pablo Tosco / Oxfam Intermón
Khalil y su hijo, durante su estancia en Líbano. FOTOS: Pablo Tosco / Oxfam Intermón
Khalil y su hijo juegan en Líbano antes de partir a Italia. REPORTAJE FOTOGRÁFICO: Pablo Tosco/ Oxfam Intermón
Khalil y su hijo juegan en Líbano antes de partir a Italia. FOTOS: Pablo Tosco/ Oxfam Intermón
Khalil, Fatem y su hijo en el aeropuerto. REPORTAJE FOTOGRÁFICO: Pablo Tosco/ Oxfam Intermón
Khalil, Fatem y su hijo en el aeropuerto. FOTOS: Pablo Tosco/ Oxfam Intermón

También se valora la motivación por emprender una nueva vida en Italia y las posibilidades de lograrlo. “No se adaptará igual una persona joven con estudios que otra mayor y analfabeta”, nos explica Simone Scotta, de Mediterranean Hope, que ha estado llevando el caso de esta familia en Líbano. “Muchos refugiados sirios que viven en Líbano creen que en Italia todo será mejor, pero insistimos en explicarles que la cultura es muy diferente, que nadie habla su idioma y que perderán la red de apoyo que tienen aquí”, finaliza.

Un par de días antes de emprender el vuelo, Khalil nos confesaba que estaba muy contento de viajar a Italia. “No me da miedo nada. Confío que todo saldrá bien. A fin de cuentas, soy una persona optimista”, relata. Desde que supo que lo habían seleccionado, ha estado aprendiendo italiano en internet.

La despedida

La noche antes de coger el avión, ni Khalil ni Fatem lograron dormir. Y los dos soltaron alguna lágrima cuando llegó la hora de despedirse de Líbano. Por supuesto estaban felices. Hacía meses que tachaban los días en el calendario y que las maletas esperaban hechas en un rincón de su pequeño hogar. Pero también estaban tristes.

El corredor humanitario nació con el objetivo de evitar las muertes en el mar y el tráfico de personas

Atrás dejaban a toda la gente con la que habían compartido esos cuatro años. A la familia de su prima, que les acogió durante el primer mes y compartió con ellos lo poco que tenían. Y a los vecinos que les habían prestado dinero cuando Khalil no encontraba trabajo o que cuidaban de sus hijos cuando Fatem se ponía enferma.
Pero sobre todo se alejaban más de su querida Siria, el país que había a escasos kilómetros, detrás de las montañas que ahora se veían desde su casa. Este viaje ponía mucha más distancia entre ellos y el lugar donde habían nacido. Les enviaba terriblemente lejos de los suyos, de sus costumbres, sus paisajes, su comida, en una especie de trayecto con difícil retorno.

Italia: final de trayecto

La llegada a Italia no fue fácil. Después de un interminable viaje de casi 24 horas que empezó a las 4:00 h de la madrugada en Beirut y terminó en la ciudad toscana de Cecina a las 17:00h, sufrieron una especie de aterrizaje forzoso.

Los recibieron dos jóvenes italianas, asistentes sociales de Oxfam Intermón, la ONG que se ocupará de su acogida durante el primer año. Y los llevaron a un luminoso piso con jardín, con un amplio comedor, tres habitaciones, calefacción, lavadora y televisión. Entonces, se sentaron alrededor de la mesa y, con la ayuda de una traductora marroquí, les contaron cómo funcionarían las cosas durante los primeros meses.

Lo primero que descubren es que tendrán que compartir ese piso con otra familia, formada por un matrimonio, una niña de cinco años y un bebé de 16 días. Esta noticia les deja perplejos. Explican que las mujeres llevan velo y en casa solo pueden sacárselo si no hay desconocidos. Además, la mujer que acaba de dar a luz está dando el pecho y es complicado hacerlo con otra familia en el mismo espacio. “Será algo temporal” asegura Beatrice, una de las asistentes sociales. Lo que no dice es que no será fácil encontrar otro piso porque en Italia mucha gente no quiere alquilar a personas refugiadas: “O no quieren; o duplican el precio”, nos confiesa luego.

"Espero que los europeos no piensen que somos terroristas. Estamos aquí porque huimos de ellos"

Por suerte hay cosas buenas. Nada más llegar, llevan al médico a Ahmed, que ha hecho todo el viaje con fiebre y vómitos. Les explican que cada mes recibirán un dinero para comprar comida y medicinas. Que en breve les pondrán wifi y podrán comunicarse con sus familiares. Y que tendrán un profesor de italiano que les dará clases particulares en casa para que no tengan que dejar a los niños. Además, les ayudarán a realizar la solicitud de asilo y a encontrar trabajo. El objetivo es que al cabo de seis meses puedan empezar a ser independientes.

“Jamás imaginé que terminaríamos viviendo en Italia. Pensaba que la guerra duraría dos o tres años pero la situación no hace más que empeorar”, reflexiona Khalil que nada más llegar a su nueva casa conecta con un canal de Arabia Saudí para seguir de cerca la actualidad en su país. “Espero que los europeos no piensen que somos terroristas o extremistas. Estamos aquí justamente porque huimos de ellos”, añade. “Queremos un futuro para nuestros hijos. Por ello estamos dispuestos a aprender una nueva lengua y a adaptarnos a otras costumbres. Si hace falta yo también trabajaré”, completa Fatem.

Cuando nos despedimos de ellos les preguntamos si les gustaría volver a Siria cuando termine la guerra. Si estarían dispuestos a coger otra vez un avión para volver a casa. “Claro que volveremos”, dice ella sin dudar un minuto. “Pero si pasa mucho tiempo, y mis hijos están bien aquí, solo volveremos de visita. La estabilidad de nuestra familia es lo primero”.

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