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Washington elude condenar la represión de las protestas en China y opta por una enemistad "cordial" con Pekín

A Washington le interesa una China débil, pero no un eventual vacío de poder en el continente euroasiático que pueda propagar el incendio que arde en Ucrania. Aunque la Administración Biden sigue con preocupación las protestas contra la drástica política cero covid de Jin Xinping, ni muestra su apoyo abierto a los manifestantes ni lanza ninguna crítica severa a Pekín.

Otras miradas - Tiempo muerto entre Joe Biden y Xi Jinping
El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, le da la mano al presidente chino, Xi Jinping, en el marco del encuentro del G20 en Bali, Indonesia, a 14 de noviembre de 2022. -REUTERS / Kevin Lamarque

El inusitado movimiento de protesta de estos días en China puede ser un punto de inflexión en la autocracia del presidente chino. Xi dará su brazo a torcer y aliviará parcialmente las restricciones de control de la pandemia, pero no es descartable un paralelo enrocamiento de la dictadura y que ello repercuta en la política exterior de Pekín.

Tras las jornadas de protestas, el Gobierno chino está mostrando cierta flexibilidad en las medidas de confinamiento de la población, las cuarentenas y la asfixiante práctica de pruebas PCR de control del coronavirus. Sin embargo, no parece que vaya a permitir que el aire fresco de la libertad aproveche esta previsible apertura y ya se está produciendo una mayor presión sobre los disidentes.

De momento, al aligeramiento de las medidas sanitarias le ha seguido el endurecimiento de la censura hasta un nivel de "emergencia", con una caza de brujas de muchos participantes en las protestas y un mayor bloqueo contra los programas que permiten evadir la férrea presión de las autoridades chinas sobre la libertad de expresión.

Desde el fin de semana pasado, la ira y la frustración acumuladas por los ciudadanos chinos se plasmó con manifestaciones en decenas de ciudades, en el desafío más grande que ha tenido Xi Jinping desde que asumió la Presidencia de China en 2013 y en el movimiento popular más importante desde la revuelta de Tiananmen en 1989.

Esta inestabilidad se produce en un contexto de crisis económica con pocos precedentes en las últimas décadas. También constituye un desafío al poder omnímodo de Xi, reelegido en octubre pasado por el Partido Comunista de China para su tercer mandato, sin oposición interna alguna.

EE.UU. quiere una China débil, pero no le conviene el caos en este país

Cualquier síntoma de debilidad de China es bienvenido por Estados Unidos y sus acólitos en Europa y Extremo Oriente. Ya en junio, en la Cumbre de la OTAN celebrada en Madrid se dejó bien claro que Pekín constituye un inquietante "desafío" prioritario para la Alianza Atlántica y sus socios surcoreanos y japoneses, por la guerra comercial, el espionaje industrial y por el creciente empoderamiento militar chino en la región de Asia-Pacífico.

Pero Estados Unidos prefiere pelear sus batallas de una en una. Lo que menos desea la Casa Blanca en estos momentos, con la crisis de Ucrania sin resolver, es una desestabilización interna y sin control en China. La debacle económica mundial derivada de la guerra de Ucrania ha trastocado los mercados internacionales, ha encarecido los combustibles y ha dañado la producción de componentes electrónicos en Asia.

La contienda en Europa no tiene visos de acabar a corto ni medio plazo y Rusia sigue siendo el gran enemigo a batir. Es el gran enemigo de Occidente con el que China mantiene una buena relación que podría ser utilizada en cualquier momento para dar un golpe de timón a la guerra, si Pekín quisiera, con ayuda militar o con el suministro de municiones estratégicas a Moscú.

China cada vez menos propensa a mediar en la guerra

Pero esa relación sino-rusa podría también ser empleada para detener la conflagración y abrir una mesa de negociaciones, si China se esforzara un poco más en esta dirección. No parece, sin embargo, que ésta vaya a ser la intención de Pekín, pues al igual que Washington busca el desgaste ruso en el campo de batalla y con las sanciones impuestas tras la invasión, el régimen chino prefiere una Europa debilitada por los enormes gastos derivados de la asistencia militar y económica a Ucrania y a unos Estados Unidos con la mirada más en Moscú que en Taiwán, la isla rebelde que China reclama como territorio propio.

Como muestra del creciente cansancio que existe en Estados Unidos en torno a la contienda de Ucrania, el presidente Biden afirmó el jueves que está dispuesto a hablar con Putin si éste "decide que está preparado para buscar formas de acabar con la guerra".

La Casa Blanca parece tender la mano, tal vez presionada por un progresivo cambio de actitud hacia la guerra de la población estadounidense, pero China mira hacia otra parte. Y el Kremlin saca de nuevo el fantasma de la guerra nuclear. Si se desatara una guerra convencional entre la OTAN y Rusia, "el riesgo de una escalada hacia un conflicto nuclear es muy grande", advirtió otra vez el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov.

Sería éste el momento adecuado para que Xi Jinping desplegara su diplomacia en torno a Ucrania, pero no parece que esté por la labor. O quizá prefiere que la cuerda se tense un poco más y Occidente se dé cuenta de que camina sobre una cuerda floja que él mismo ha ayudado a tensar en el este de Europa.

La "enemistad cordial" entre Washington y Pekín

Y eso que no son tan terribles ahora las relaciones entre Washington y Pekín como hace medio año. El mal sabor de boca que quedó en China tras la reunión de la OTAN en Madrid se refrescó un poco con la cumbre que celebraron Joe Biden y Xi Jinping en Bali (Indonesia) en noviembre pasado, en el marco del G20. Se dejó a un lado la tempestuosa visita a Taiwán de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, y los dos presidentes acercaron posturas. Incluso se obviaron las restricciones impuestas por Washington al acceso de las empresas chinas a la tecnología estadounidense de semiconductores, clave para garantizar la producción de todos los sistemas de última generación que se fabrican en China.

Estados Unidos y China tratan de guardar las apariencias y mantener así una "enemistad cordial". Y relativa, pues el tema de Taiwán es una piedra llena de filos en el zapato de las relaciones entre los dos países. Sin embargo, la reacción moderada que estos días ha tenido el presidente Biden respecto a las protestas ocurridas en China muestra esa cautela ante el malestar del enemigo y la voluntad de no interferir más de lo necesario en sus asuntos internos en estos momentos.

La cautela de Biden sobre las protestas chinas contrasta con la animosidad de los republicanos

A la cautela mostrada por Biden o el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken (quien visitará China en enero posiblemente), han respondido algunos líderes del Partido Republicano con ira y reclamando una mayor firmeza ante China, así como un decidido apoyo a las protestas. El senador Marco Rubio y el miembro de la Cámara de Representantes Chris Smith calificaron de "cobarde" la posición de la Administración Biden, a quien acusaron de eludir el enfrentamiento con Xi Jinping y de fallar al pueblo chino.

Habrá que seguir con mucha atención los cambios que pueda intentar imprimir el ala republicana del Congreso cuando en enero tome el control de la Cámara de Representantes. Aunque el Senado sigue en manos demócratas, la política exterior estadounidense puede verse muy afectada por un cambio de timón en esa cámara del Congreso. Las miradas republicanas exigen firmeza con China y muchas dudan sobre el actual apoyo sin condiciones estadounidense a la resistencia del presidente Volodímir Zelenski.

Para justificar esta cautela respecto a las protestas chinas, la prensa de tendencia republicana estadounidense no ha perdido la ocasión para recordar los negocios que todavía tiene en China Hunter Biden, hijo del presidente del país, y la participación en el pasado del propio jefe de Estado en varias empresas chinas.

Hunter Biden ya ha sido puesto bajo la lupa republicana en varias ocasiones por su participación entre 2014 y 2019 en el consejo de dirección de la empresa Burisma Holdings, una de las compañías de gas natural más grandes de Ucrania. Los republicanos han prometido que cuando tomen el control de la Cámara de Representantes desenterrarán el caso de los negocios de la familia Biden en Ucrania y China, y la posible influencia de estos intereses en la política exterior estadounidense con Joe Biden ya como presidente.

El Pentágono informa de la carrera de armas nucleares lanzada por China

A pesar de esta condescendencia oficial con Xi Jinping en el tema de las protestas, la guardia no se ha bajado en la Casa Blanca y sus estrategas saben dónde marcar de cerca a Pekín. Coincidiendo con los momentos de más tensión por las manifestaciones en China, que, aunque dirigidas contra la estrategia cero covid, también cuestionan el liderazgo de Xi, el Pentágono ha revelado su preocupación por el incremento del gasto militar chino y por sus avances en la producción de armas atómicas.

Un informe del Departamento de Defensa de Estados Unidos reveló esta semana que China dispone ya de unas 400 ojivas nucleares, número que podría multiplicarse hasta las 1.500 para el año 2035, casi igualando el número de cabezas atómicas estadounidenses.

Lo sorprendente de estas cifras, según el informe, es que el arsenal nuclear chino se ha doblado en dos años, pues en 2020 solo contaba con 200 cabezas nucleares. Se trata, añade el informe, del "desafío más consecuente y sistémico para la seguridad nacional de Estados Unidos". Agrega el documento que China llevó a cabo en 2021 un total de 135 ensayos de misiles balísticos, es decir, más que los realizados por el resto de países del mundo juntos.

El jefe del Estado Mayor Conjunto estadounidense, general Mark Milley, ya advirtió de que, teniendo en cuenta su población, su tecnología y su economía, China es "el único país que geopolíticamente tiene todo el potencial para ser un desafío significante para Estados Unidos". La estrategia estadounidense es clara: la amenaza china debe ser desmantelada, pero evitando, si es posible, el caos y una nueva guerra de consecuencias imprevisibles.

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