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Improbables héroes del cómic: matemáticos y filósofos (valga la redundancia)


Hace tiempo que el cómic, elevado a la categoría de novela gráfica, dejó de ser reducto de superhéroes de pacotilla, tipo Batman o Superman. El género se ha ennoblecido con ejemplos como Paracuellos, Persépolis, Pyongyang, Cuadernos rusos, Una vida en China y las biografías de Thoreau o Virginia Wolf. Pero con Logicómix (Salamandra), se da un nuevo salto adelante, y no precisamente por la ausencia de superhéroes, sino porque sus protagonistas son matemáticos y filósofos. Y sí, como dice el título de esta columna, valga la redundancia, porque si algo queda claro tras leer y visionar las 350 páginas de esta obra singular es que, en sentido estricto ambos son lo mismo, por mucho que eso desconcierta a quienes sigan pensando que unos son de ciencias y los otros, de letras.

Para levantar el edificio de Logicómix, una obra cuya consistencia ha sido alabada por los críticos en numerosos países sin sufrir el menosprecio de los académicos, ha hecho falta conjugar cuatro talentos: el de Apostolos Doxiadis, autor de El tío Petros y la conjetura de Goldbach, primera novela gráfica con las matemáticas como eje de la ficción; Christos Papadimitriou, profesor en la Universidad de Berkeley y autor de Turing, una novela sobre la computación, en honor del genio que hizo posible descifrar los códigos secretos de los alemenes en la II Guerra Mundial; y los ilustradores Alecos Papadatos y –la única no griega- la francesa Annie di Donna.

Los cuatro, convertidos en personajes, reflexionan y discuten en las mismas páginas de Logicómix sobre cómo hacer asequible para un público no especializado un material tan abstracto como el desarrollo espectacular de la filosofía y las matemáticas (y la estrecha conexión entre ambas) en los años cruciales que van desde finales del siglo XIX hasta 1939, cuando el planeta estaba a punto de saltar en pedazos. Y lo cierto es que casi siempre lo consiguen porque, incluso cuando el contenido se vuelve más profesoral, se mantiene la atmósfera que revela que esa epopeya intelectual fue, al mismo tiempo, una aventura personal en la que muchos de cuyos protagonistas, marcados por la maldición de la genialidad, tuvieron que pagar un alto precio que les llevó al borde de la locura, y más allá.

El truco para captar la atención del lector/espectador es poner el foco en una sola persona, la de Bertrand Russell (1872-1970), que no solo fue el principal filósofo y matemático británico de la época, sino que tuvo una apasionante y atormentada biografía, y fue uno de esos escasos genios totales capaces de dejar su impronta en todo lo que tocaban. Y no solo en su dedicación fundamental (la filosofía de la ciencia), sino también en la literatura (obtuvo el premio Nobel en 1950), el progresismo en lo social y sexual, el pacifismo (creó una fundación con ese fin), la lucha contra las armas nucleares o el activismo político (con la puesta en pie junto a Sartre del Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra). De la consistencia de su compromiso da idea que en 1961, fue encarcelado durante una semana por incitar a la desobediencia civil.

Bertrand Russell no solo fue el principal filósofo y matemático británico de la época, sino que tuvo una apasionante y atormentada biografía, y fue uno de esos escasos genios totales capaces de dejar su impronta en todo lo que tocaban


Logicómix arranca el 4 de septiembre de 1939, tres días después de que Hitler invadiese Polonia, y sitúa a Russell dando una conferencia en Estados Unidos ante una audiencia en buena parte hostil porque no se manifestaba en contra de la entrada en guerra contra la Alemania nazi, él que fue encarcelado por pacifista en la primera contienda mundial, y que aún habría de serlo en la segunda. A partir de ahí, va desgranando los recuerdos de una vida en la que lo personal se funde con lo científico, englobando en este último concepto tanto a la filosofía (sobre todo a la lógica) como a las matemáticas, a las que dedicó su polémica Principia Mathematica.

Por las páginas de Logicómix transitan como por su propia casa, acercándolos a ras de tierra, algunos de los más influyentes pensadores del siglo XX, con muchos de los cuales tuvo Bertrand Russell una fructífera relación científica y, con frecuencia, personal, como es el caso del austriaco Ludwig Wittgenstein, tal vez el filósofo más importante de la época, que primero fue alumno y más tarde rival académico de su mentor. Pero hay muchos más, como Gottlob Frege (un genio de la lógica) y Georg Cantor (que desarrolló la teoría matemática del infinito y la teoría de conjuntos).

O como dos grandes matemáticos, los más famosos a la altura del cambio de siglo cuyas diferencias estallaron en una disputa que ha pasado a la historia, que en Logicómix se presenta con gran habilidad para hacerla asequible, y que estalló en el congreso internacional celebrado en París en 1900: la contraposición entre el valor de la intuición que defendía el francés Henri Poincaré (el matemático total y universal, que por ejemplo sentó las bases de lo que hoy se conoce como teoría del caos), y el formalismo estricto y el valor de la demostración rigurosa que consideraba esencial el prusiano David Hilbert, quien, por cierto, marcó el futuro de las matemáticas en esa misma cita de París enunciando 23 grandes problemas sin resolver, de los que 11 se han resuelto ya por completo y 7 en parte.Por si alguien se anima, el principal desafío que aún queda es el que plantea la llamada Hipótesis de Riemann.

Mención especial merece la llamada Paradoja de Russell, que le hizo mundialmente famoso, que según su autor puso patas arriba la lógica, y que surgió de la reflexión sobre los conjuntos (o las ideas) que pueden llegar a contenerse a sí mismos. Algo no tan complicado como puede parecer a simple vista si se ilustra de la siguiente manera (reproduzco el texto de Logicómix):
“Imaginen un pueblo con una rígida ley de afeitado: todo varón adulto debe afeitarse a diario, pero no es obligatorio afeitarse a sí mismo. Para los que no quieran, existe un barbero. De hecho, la ley decreta que a quienes no se afeiten a sí mismos les afeitará el barbero. Parece inofensivo, pero si lo entendemos literalmente nos lleva directos a una paradoja, pues surge una pregunta: ¿Quién afeitará al barbero? Es obvio que no puede optar por afeitarse porque, como es el barbero, eso significaría que le afeita el hombre que solo afeita a quienes no se afeitan a sí mismos. Pero tampoco puede ir al barbero, pues también se estaría afeitando a sí mismo, cosa que no hace el barbero”.

Póngase en imágenes y ya no asustará tanto. Antes al contrario: alimentará las neuronas. Por eso no debe asustar el tamaño o el contenido de Logicómix, que demuestra que el género, hoy más floreciente que nunca, puede trascender el puro y alienante entretenimiento, y estimular la mente sin ser por ello aburrido.