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Matar a Papá Noel


Navidad y televisión, dos palabras que agrupadas suelen ser una pesadilla para los críticos de televisión condenados a largas horas de cautiverio mediático. Atufados de perfumes, ahítos de turrones y legítimamente cabreados con una programación que, a fuerza de querer gustar a todos, niños y adultos, no gusta a casi nadie. De los jóvenes ni hablamos pues se supone que no están en casa más tiempo que el imprescindible para cumplir con los servicios mínimos de atención familiar. Esta eclosión de buenos sentimientos tan beneficiosa para el consumo y el regalo, para los convites, los banquetes y las intoxicaciones etílicas, resulta empalagosa e hipócrita, detrás de cada sonrisa hay un rictus de hipercloridia y de fastidio.

Después de una tarde navideña de telefilms norteamericanos (incluyendo las producciones canadienses) con árboles de Navidad, villancicos en inglés y papanoeles con sobrepeso, uno empieza a pensar en que debe haber un nombre específico para la fobia a Papá Noel, igual que lo hay para la afección de los que sienten pavor por los payasos.

Idear formas para matar a Papá Noel es una forma de matar el tiempo que no produce mala conciencia por tratarse de un personaje imaginario, un usurpador que regala juguetes, o bufandas que nunca paga y se lleva el mérito de benefactor de la infancia. Bastante duro era ya fingir durante algún tiempo que seguíamos creyendo en los Reyes Magos para que no nos regalaran un jersey, señal indubitable de que íbamos abandonando la infancia. Cuando empezaban a regalarte cosas prácticas sabías que se te había acabado el chollo y que tus padres no creían en que tu siguieras creyendo en Melchor, Gaspar y Baltasar que entraban en tu casa montados en sus camellos por el balcón o la ventana, casi tan imposible como pasar por el ojo de una aguja. Nunca viví en una casa en la que cupiera más de un camello en el salón.

Del PP al PSOE, de Cánovas a Sagasta, De Zapatero a Rajoy, no podemos votar por encima de nuestras posibilidades sin exponernos al caos.

En estas Navidades de la recuperación hasta nuestro avaro dickensiano, nuestro Mr Scrooge (Cristóbal Montoro) contagia euforia a cambio de futuros sufragios y hace sonar la zambomba más alegre que unas pascuas. Acabó la crisis para los que nunca la sufrieron, a todos los demás nos quedan las secuelas, que podrían ser terribles si se extinguiera el bipartidismo que produce esa estabilidad de la que gozamos desde que reinventamos la democracia.

Del PP al PSOE, de Cánovas a Sagasta, De Zapatero a Rajoy, no podemos votar por encima de nuestras posibilidades sin exponernos al caos, la injusticia es preferible al desorden y ahora tenemos injusticia y desorden. Pero sabemos que ellos son ese caos y que, para disfrazarse de orden, necesitan una ley mordaza y para gozar de impunidad manipulan los nombramientos de jueces y fiscales, un juego inicuo en el que participan los representantes del bipartidismo repartiéndose los cargos. Solo un nivel de intervención tan desmesurado podría producir la dimisión y la desafección de jueces y fiscales que empiezan a morder el dedo que les señaló para el puesto.

Dónde queda el espíritu navideño de esta crónica, me pregunto a estas alturas del relato, las mil formas de asesinar a Papá Noel, ahí estábamos. Pero antes de que me denuncie la Asociación Norteamericana de Papanoeles ( que existe) aclararé que no tengo nada contra esos trabajadores eventuales, con contratos de un mes y jornales que no dan para un día, para esos papanoeles subcontratados y disfrazados, forzados a ponerle buena cara a la Navidad. Gloria y loor para ellos. Un puesto de trabajo de Papanoel resta un parado y tal y como están las cosas puede transformarse en un empleo seguro y estable.