Opinión
La 'baraka' de Feijóo

Por Anibal Malvar
Periodista
Deambulaba tan feliz y pizpireto por las ciénagas políticas Alberto Núñez Fakejóo, devorando Koldos, Ábalos y Cerdanes con carroñero apetito, inventándose burdeles y nefastos datos macroeconómicos, y de repente se le aparece Cristóbal Montoro.
Si el exministro de Hacienda acaba en el talego, José María Aznar podrá presumir de un nuevo récord de musculatura política: cuatro ministros con el Amor de madre patibulario tatuado en el pecho no los logra cualquiera. Y también alimentará el palmarés de Mariano Rajoy, que con el ya imputado Jorge Fernández Díaz (le piden 15 años por espionajes golpistas), el más que probable señalamiento de María Dolores de Cospedal por sus indecentes villarejadas y Montoro, se acercaría a igualar el partido.
Un 4-3 de infarto en el estadio de Soto del Real entre el madrileño y el gallego con años de juego aun por delante, pues la justicia española es lentísima en lo que afecta al Partido Popular, nadie se explica el porqué.
Feijóo no tiene baraka ni para eso. Catorce años al frente de la Xunta de Galicia y ni un triste conselleiro entre rejas. Esa falta de acierto ante la portería carcelaria penaliza mucho entre los votantes del PP, aficionados que aman el juego sucio, el codazo y la zancadilla, según se refleja en las encuestas y en la exaltación de Aznar como caudillo espiritual de la hinchada, de ese enorme fondo ultrasur de verbo y gestualidad violentos en los que se ha convertido el partido exconservador fundado por el exfascista y nostálgico filonazi Manuel Fraga (siendo presidente de la Xunta, epilogó y financió un libro que negaba el Holocausto: Hitler lo tenga en su gloria).
El término baraka se popularizó en España con José Luis Rodríguez Zapatero, alias Bambi para Francisco Umbral. A ZP, como sin querer, le quedaban hasta bien las iniciales. Todos los vientos parecían enamorados de sus velas y de su popa. La palabra suerte le venía pequeña y los españoles tuvimos que importar la baraka islámica.
En aquellos tiempos, la derecha española aun no era abiertamente ultra, aunque ya apuntaba maneras. En una manifestación católica, unas beatas agredieron al ministro José Bono, un intento de cristomagnicidio en toda regla. No eran fechas tan estridentes y onomatopéyicas como las de hoy, pero casi. Los jueces no se habían sumado todavía al aquelarre. Pero los periódicos ya rompían cotidianamente España por Navarra y Catalunya, y la ley del matrimonio igualitario nos iba a convertir a todos en bolleras y maricones, incluidos legionarios y toreros. Aun así, ZP aguantó ultratempestades y fasciohuracanes con dignidad y firmeza, hasta que hipotecó su baraka a los bancos con la reforma del artículo 135 de la Constitución.
A pesar de lo bien que le van saliendo casi todas las cosas, nadie habla de baraka al referirse a Pedro Sánchez. No se nombra a la fortuna para explicar su cervantina victoria contra la gigantesca molinera Susana Díaz. Tampoco apelamos a la providencia ni a la magia para descifrar la moción de censura que convirtió a Mariano Rajoy en un bolso de señora. Y ahora que lo acechaban mesnadas de Cerdanes, Ábalos y Koldos gritándole cosas de pasta y putas, se le aparece como por ensalmo la beatífica estampa de Cristóbal Montoro corrompiendo diacrónicamente a los dos gobiernos populares de nuestra historia. Si todo esto no es tener baraka, que venga la diosa Fortuna y lo vea.
Sin embargo, la baraka es tan ajena a Feijóo que no creo ni que sepa lo que significa. Con todos mis respetos, demasiadas veces me parece un cenizo que solo ve cenizas a su alrededor. Impresión particular. El resurgir de Montoro desde las cenizas del aznarismo y el rajoyismo en este justo momento le ha gafado el verano. No es que no tenga baraka. Es que no tiene ni suerte. La última esperanza de la izquierda es su ceniciento gafe, me parece a mí.
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