Opinión
La caída

Por Silvia Nanclares
Escritora
-Actualizado a
Mi plan para esta pasada mañana de domingo era terminar A cuatro patas, la última novela de Miranda July (EEUU, 1974) y sentarme a escribir esta columna. Sí, está feo trabajar un domingo, autoexplotarse, pero estamos en esta nueva normalidad productivista donde "todos los días son martes", como dice uno de los personajes —un trasunto de ¿Rihanna?— de la novela de July. Estaba decidida a meter mis manos opinadoras en el fango de los temazos que plantea en canal el libro, algunos ignotos para la historia de la literatura, al menos explícitamente, como es el desorden hormonal y sus implicaciones, causado por la perimenopausia. El cuestionamiento implícito del binarismo es otro de los ejes jugosos de esta novela. También lo es la reconfiguración del mandato monógamo del matrimonio heterocentrado —reconfiguración unilateral, recordemos que cuando te casas te obligan a prometer fidelidad, no solo lealtad, y esa fidelidad, dentro de nuestro contrato social, se sobreentiende sexual—. Aquí quería haber hablado de Donna Haraway, que lleva años clamando desde California (¿dónde si no, dentro de EEUU?) para que las relaciones de amistad comprometida sean reconocidas jurídicamente.
También en California vive la protagonista de la novela A cuatro patas, una "famosilla" de Los Ángeles —y es aquí donde llega la impugnación casi total de la novela, ya que la mayoría de los conflictos que plantea no tendrían el mínimo desarrollo si la prota fuera de otra clase social— en plena crisis de la mediana edad. Para aclarar que la protagonista es una mujer han tejido que añadir la palabra perimenopausia a los textos de las fajas, porque si lees "una gran novela sobre la mediana edad" enseguida imaginas que su protagonista es un hombre. Pues no, resulta que las mujeres también podemos tener crisis de la mediana edad en la literatura. Pese a su genialidad, el libro tiene algo irritante: es una novela caprichosa plagada de problemas del primer mundo, pero del lado clase alta de la tabla del primer mundo. No por ello menos interesantes, conste, pero sí algo exasperantes de más. En realidad, exasperante sería un adjetivo para definir toda la obra de July, ya que lleva el cringe —la grima o la vergüenza ajena— hasta sitios insospechados con el objetivo, creo, de construir un realismo inverosímil, casi imposible en muchas ocasiones. También hay en esta novela imposible preguntas sobre la maternidad resueltas de modo poco convencional. Lo cual es también liberador, pues ver a una mujer comportándose como no se espera de ella, ya sea como madre, como esposa o como artista, solo porque sí —¿o tal vez todo forme parte de otro proyecto artístico?—, sin heroísmos, despilfarrando y siendo absurda, también es gozoso. No todo van a ser heroínas partisanas y sufrientes dentro del feminismo. Porque otro de los grandes ejes de la novela es la pregunta por el gozo, por el derecho o la necesidad del goce, especialmente llegada una edad, y cómo este se ve afectado por la monogamia y el fin de la vida reproductiva. Palabra clave: perimenopausia, recordad. Mediana edad. Punto medio. Mitad de la vida. Crisis.
Pues bien, ya casi lo he hecho: llegar al punto medio de esta columna. A partir de ahora la curva será descendente. Yo quería escribir de todo lo anterior, de este libro que ha causado revuelo mundial —y mucha perplejidad en el sector crítico machuno, quien lo cataloga, claro, como "un libro para mujeres", sin querer reconocer la gran capacidad para interlocutar de July—, que posee una fuerza narrativa arrolladora, escenas que harán volverse majaretas a los coordinadores de intimidad de su futura adaptación a serie y una estimulante representación de la amistad entre mujeres. Mujeres de una cierta edad compartiendo en código abierto su sabiduría, sin pizca de paja esencialista ni esotérica de por medio. En fin, un novelón contemporáneo, te guste o no, de los que abren conversaciones importantes y novedosas. Por eso yo lo creí merecedor de esta columna (¡y con el reto de no destripar su trama!). Pero no, ha habido giros en los acontecimientos. Y de calado mundial.
A la misma hora, ¡oh!, imposición de los acontecimientos, en que la protagonista, como la propia July, pelea diariamente con el insomnio perimenopáusico, su presidente color Cheeto decidía iniciar la operación Operación Martillo de Medianoche lanzando, según el Pentágono, siete bombarderos B-2 desde Missouri hasta impactar y destruir varias instalaciones nucleares de Irán. ¡Bum! Tantos pactos, algunos escritos y otros no escritos, de no agresión lanzados también a la basura solo con apretar un mismo botón. El botón del pánico. Así fue cómo la mañana del domingo y por consiguiente esta columna se transformaron de sopetón. Al entrar en redes con mi café humeante —oh, ilusa de mí —, dispuesta a cotillear las publicaciones habidas y por haber en redes que hablasen de A cuatro patas, a escudriñar el perfil de la propia July en Instagram —donde la hemos visto bailar cientos de veces igual que hace su protagonista en la novela—, y así poder combinar la imaginación lectora con la que que producen las redes, ese espacio de la autoficción definitiva, ¡bumba!, me choco de frente con los preludios de la IIIGM. Tengo entonces la misma sensación que el día que Rusia invadió Ucrania en febrero de 2022. Estaba disfrazando a mi hijo mayor para carnaval. Lo disfracé de forzudo porque el tema propuesto por su profesora era el circo. Y de golpe, nuestro campo de certezas, y por ende el suyo, cambió. Luego vino el genocidio de Netanyahu sobre Gaza y el aire volvió a cambiar, para siempre, probablemente. Hoy mis hijos están disfrutando de un mundo que quizá ya no vuelva a existir, que no existe ya, de hecho, para otros muchos niños. Esa disonancia fuerte entre las vidas pequeñas y la guerra grande me hace abandonar toda posibilidad de seguir escribiendo como si nada sobre A cuatro patas. En un reajuste de prioridades en cadena, los desvelos perimenopáusicos y la propuesta de reconfiguración de la institución del matrimonio me parecen algo irrelevante, algo que se pone muy a la cola de nuestras preocupaciones comunes dentro de este castillo de naipes mal llamado orden mundial.
Las consecuencias del ataque de Trump serán dramáticas. En su decadencia, en su caída personal de Occidente, nos llevará a todos, los que faltamos, por delante. Quizá estamos viviendo la edad media del capitalismo, la mediana edad, quiero decir, a partir de la cual ahora todo será bajada, una caída (todavía más) en picado. O la inflexión necesaria para revertir este declive. No sé si llegaremos al otoño —fall, caída, en inglés—, no sé si mis hijos vivirán una guerra, y yo me siento estúpida, instalada mentalmente aún en la habitación 321 del Motel Excelsior en la que se desarrolla toda la transformación del personaje protagonista de la novela de July y esos conflictos suyos demasiado occidentales. Tan perimenopáusica y perdida. Perimenopáusica y perdida. Como la historia del mundo.
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