Opinión
Decir y hacer: Francisco desde el feminismo

Las personas son complejas, pueden tener luces y sombras. Los papas también. Sin duda el papa Francisco ha realizado declaraciones valientes sobre Gaza, sobre la desigualdad, los excluidos y los migrantes, ha escrito dos encíclicas sobre la crisis climática, Laudato Si' y Laudate Deum, ha mantenido posiciones que han enfurecido a la derecha.
Estos discursos y escritos tienen en común el abordar cuestiones sobre las que el papa no tiene competencias. Es evidente que su palabra tiene una gran autoridad moral y que llega a audiencias muy amplias, aunque resulte difícil evaluar si han tenido un efecto práctico, si han producido cambios.
Mi análisis se centra en una cuestión sobre la que el papa sí tiene competencias: la situación de las mujeres en la Iglesia católica, en especial su exclusión del sacerdocio. Sobre esto el papa, además de decir, puede hacer. Con todos los condicionantes de la rancia maquinaria vaticana, de la oposición de parte de obispos y cardenales, podría haber dado pasos decididos para la ordenación como vienen reclamando las teólogas desde hace décadas. Que no lo haya hecho puede tener relación con su visión sobre las mujeres: “Las mujeres son la cosa más linda que hizo Dios”. Sí, pero recordemos estas palabras de septiembre de 2024 en Lovaina: “la vocación y misión del hombre y de la mujer y su ser recíproco para el otro, en la comunión. No el uno contra el otro, en reivindicaciones opuestas –el feminismo y el machismo– sino el uno para el otro. Por eso es feo cuando la mujer quiere hacer de hombre, la mujer es mujer.” Parece impropio de un intelectual poner en el mismo plano feminismo, la reivindicación de igualdad para mujeres y hombres, y machismo que considera a las mujeres subordinadas con menos derechos. No sé si entiende por querer hacer de hombre tener los mismos derechos, no sé si entiende por ello reivindicar el acceso al sacerdocio.
¿Qué significa la exclusión de las mujeres del sacerdocio? Lo más inmediato es que no pueden decir misa, administrar los sacramentos, confesar. No siendo sacerdotes o sacerdotisas tampoco pueden ser designadas obispas ni cardenales. Por tanto, aunque Francisco nombró a algunas mujeres como Simona Brambilla prefecta, teniendo que modificar para ello la Constitución vaticana, o a la franciscana Rafaella Petrini Presidenta de la Gobernación del estado Ciudad del Vaticano, las mujeres siguen excluidas de las estructuras de poder en la Iglesia. No participarán en el cónclave. Tampoco pueden –a pesar de haber más religiosas que religiosos– fundar por su cuenta congregaciones femeninas, ya que necesitan ser avaladas por un obispo. Quizá si regresase Santa Teresa no podría fundar los conventos que creó. En la idea de que “es feo cuando la mujer quiere hacer de hombre” resuena algún eco de los dominicos que la denunciaron, en el fondo por desconfiar de los escritos religiosos de una mujer que, afirmaban, es más fácil de engañar por el diablo.
Reconozcamos las posiciones progresistas de Francisco, su empatía con los excluidos. Pero no hizo gala de la misma empatía con las mujeres y sus derechos, no llegó a dar pasos que reconocieran su plena participación en la Iglesia, no llegó a “hacer”. Quizá sea demasiado esperar que una institución tan patriarcal rectifique el patriarcado, aunque las teólogas feministas no pierden la esperanza.
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