Opinión
Qué hablarán de nosotras cuando estemos muertas

Directora de la Fundación PorCausa
Desde el día en que nacemos, a la muerte caminamos, no hay cosa que más olvidemos y que más cierta tengamos. Dicho popular.
Solo tenemos una certeza, como seres humanos que somos, y es que vamos a morir. El resto de nuestra vida es incierto. Dicho lo cual, cada vez vivimos más y enfrentamos la muerte con más recursos. Pero, como cuenta la psiquiatra experta en muerte Elisabeth Kubler Ross, nunca antes tuvimos más miedo a la muerte que ahora. No puedo dejar de preguntarme si será ese miedo a la muerte lo que empuja a personajes como Trump, Putin y Netanyahu a destruir de forma tan desalmada en busca de un rédito histórico macabro. ¿Habrá en toda esta deriva aniquiladora una búsqueda de transcendencia en los anales de la Historia? De ser así, ¿Cómo querrán ser recordados? ¿Cómo piensan estos cretinos que se hablará de ellos cuando mueran? La realidad es que ahora mismo el mundo está en manos de señores mayores que no estarán aquí dentro de 20 años. Quizás esa es otra de las razones por la que no piensan en las consecuencias futuras de sus acciones.
En Hechizo de Luna, el clásico indispensable protagonizado por Cher y Nicolas Cage en 1987, hay un profesor cincuentón, Perry, que pasa la primera parte de la película conquistando alumnas que posteriormente le dejarán con gran estrépito durante una cena en el restaurante del barrio, tras tirarle una copa de agua a la cara. En un momento de la trama Perry acaba sentándose a cenar y entablando una relación de amistad con Rose Castorini, una mujer mayor de origen italiano a la que su marido, Cosmo, engaña.
A través de esta relación Rose llegará a la conclusión de que el profesor repite esas relaciones infructuosas por la misma razón que su marido Cosmo tiene una amante, el miedo patológico a la muerte. "Cosmo, solo quiero que sepas que, hagas lo que hagas, vas a morir, como todos los demás". Fantaseo con recordarles estas sabias palabras a estos señoros ridículos y desgraciadamente tan poderosos. Veo horrorizada las informaciones sobre la boda de Bezos en Venecia y pienso, "otro más". Bezos cree que puede comprar su juventud y no le importa mucho cómo pasará su nombre a la Historia.
Me pregunto cómo querrá capturar el momento vivido en una ciudad que ha alquilado, arrebatándosela a sus ciudadanos, para tener ¿un recuerdo? ¡Qué espanto pensar que no existe la protección de lo público y que puede venir un caprichoso sesentón para quedarse una ciudad patrimonio de la Humanidad a golpe de talonario! Nuestro crecimiento, en número y en tecnología, ha sido tan rápido y sorprendente que nos pilló desprevenidas. No hemos tenido la clarividencia de crear las bases para evitar que el planeta de tantos seres vivos y la vida de tantas personas esté en manos de una decena de señores seniles que van dando palos de ciego porque solo se vive una vez.
"-¿Qué tal Manuel, cómo estás?
- Pues no muy bien, la verdad
-¿Qué te pasa?
-Tengo un tumor maligno en la mandíbula. ¡No te pongas triste! ¡Tú no me falles, que tu sonrisa es mi alegría cuando te veo! Me tienen que mirar y operar pero la verdad, yo lo que quiero, es irme con Pepita. Llevo dos años sin ella. Ya tengo 91 años. Estoy orgulloso de haber estado tocando música hasta ahora. Me he despedido ya de mi profesora. Le gustó mucho mi versión de bandurria de Nuestro juramento, de Julio Jaramillo. Se la cantaba a Pepita, era nuestra canción. También estoy orgulloso de haber sido capaz de leer durante su funeral el texto que escribí. Lo hice casi sin quebrarme. Expliqué cómo agradezco que ella se haya ido antes que yo y no al revés. No habría querido para ella esta tremenda soledad que yo he sufrido. Bueno, tú no dejes de sonreír".
La vida diaria me devuelve al valor de lo cotidiano, me recuerda la cara más concreta y frecuente de la vejez que tiene lugar en los barrios en la puerta de abajo. Esa soledad no deseada que no somos capaces de evitar porque hemos descompuesto nuestro tejido familiar y social hasta niveles insostenibles, al mismo tiempo que nuestra esperanza de vida se ha estirado como un chicle. Llevo dos años sonriendo a Manuel, que pasea voluntarioso del brazo de una mujer encantadora, por supuesto de origen latino, a la que admiro y agradezco abiertamente que cuide a este vecino entrañable. "Manuel, el marido de Pepita", así será él siempre para mí. Quizás eso es lo que le falta a los señores que quieren acabar con el mundo: un amor de verdad en un mundo real a pie de calle.
Dice el estudio de Harvard sobre la felicidad que las personas con relaciones constructivas viven más tiempo y tienen mejor salud que aquellas que carecen de vínculos. Esa es nuestra esperanza, que estos señoros no tengan vínculos constructivos, cosa que a juzgar por cómo se comportan parece muy probable. El esperado ictus es uno de los temas más de moda de estos días.
Pero mientras, tendremos que seguir, estupefactas y posiblemente horrorizadas, la evolución de estos señoros. En su discurso de inauguración el 20 de enero de 2025, Donald Trump aseguraba que quería ser recordado como un presidente "pacificador y unificador". Pocos meses más tarde ha quedado patente que se le debe haber olvidado ese deseo puesto que sus políticas económicas, sociales e internacionales van justo en sentido contrario. "Más importante [ser recordado] por las guerras que no hemos iniciado”. Pobre ingenuo, viniste a jugar con psicópatas. Netanyahu afirmaba que quería ser recordado "sobre todo como el protector de Israel". Pero todo apunta a que será recordado por un genocidio, igualito que Hitler. También ha entrado en el ranking histórico de los líderes mundiales contra los que la Corte Penal Internacional ha dictado una orden de detención por crímenes contra la humanidad.
Aquí viene a sumarse a Omar al-Bashir, de Sudán, Muammar Gaddafi, de Libia, y a nuestro tercer señoro en discordia Vladimir Putin, de Rusia. Este último parece que es, de los tres, al que más se la sopla como será recordado. Su empuje se basa en sobrevivir, mantenerse y ampliar incesablemente su riqueza de una forma obscena. Dicen los analistas del Kremlin que Putin, que cazaba ratas de pequeño, se identifica con ellas, que cuando están acorraladas, y creen que su supervivencia está en peligro, atacan para salvarse.
Señoros mayores con TOCs que pasarán a la Historia por haber destruido vidas, potencialmente las nuestras si no conseguimos pararlos. Y sin embargo, mientras ellos pulsan botones, crean monstruos, activan el odio, y juegan al Risk humano, nuestra realidad se desarrolla en un espacio mucho más amable. ¿Qué podemos hacer nosotras entonces desde nuestra cotidianidad? Lo primero que tendremos que decidir es cómo queremos ser recordadas. A mi me gustaría que alguien me escribiera un obituario como el de Javier Cenicacelaya a su amigo León Krier en El Correo Español: "Quiero recordar (...) su bondad, que es el mejor pasaporte con el que transitar por la vida".
Ese es un gran primer paso, la verdad, porque, quizás con nuestras manifestaciones, escritos, gritos, canciones, boicots –esto cada más importante–, y votos, no seamos capaces de parar rápidamente el genocidio, las guerras, las deportaciones, el racismo o la xenofobia mundiales. Pero sí seremos capaces de cambiar muchas cosas en nuestro entorno cercano. Y sembraremos relatos y marcos que generen realidades llenas de comunidad, que inspiren y creen líderes y lideresas, por favor lideresas, que quieran pasar a la historia por haber cambiado el mundo construyendo con amor.
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