Opinión
¿Dejarías votar a los espectadores de 'Minecraft'?

Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
Esta semana se ha hecho público que el Ministerio de Juventud e Infancia está preparando una ley que incluirá la ampliación del derecho al voto a los 16 años. La información ha generado una buena cantidad de debate al respecto.
En paralelo a este debate se desarrollaba un fenómeno viral que ha desatado cierto pánico en EEUU. Podemos llamarlo el "Chicken Jockey Panic Trend" (me lo acabo de inventar). Sucede durante el visionado de la película de Minecraft, así que es necesario un poco de contexto.
Minecraft es la adaptación del videojuego del mismo nombre, una de esas "propiedades intelectuales" de enorme éxito que los estudios intentan convertir en películas de éxito similar. Por no extendernos mucho, podemos imaginar el juego como un infinito Lego digital con una estética de 8 bits pero en tres dimensiones. Un entretenimiento ligero que incluye la posibilidad de ser atacado en tu campamento constructor por distintas criaturas que pueden matarte. Ahí es donde entra el Chicken Jockey. Según cuenta el periodista cultural Noel Ceballos en un artículo para la revista GQ: "Solo hay un 5% de probabilidades de que un personaje zombificado –como, por ejemplo, un bebé o un aldeano– se autogenere sobre el escenario justo encima de una gallina, creándose así la ilusión óptica de que dicho NPC está montado sobre el ave como si de un jockey se tratase".
En un momento de la película, el actor Jack Black, uno de sus protagonistas, grita "Chicken Jockey" y la criatura en cuestión aparece para regocijo de los adolescentes que se encuentran en la sala. Estos adolescentes han convertido en costumbre (que se contagia grabando en móvil el momento) ponerse a chillar, correr y lanzar al aire las palomitas que les quedan en sus recipientes celebrando el momento. La cosa se ha ido tanto de las manos que los cines en EEUU han incluido carteles de advertencia explicando que tal cosa no se puede hacer; la propia película ha distribuido copias con un cartel al inicio diciendo que tal cosa no se puede hacer. Algunos cines han llamado a la policía para indicar que tal cosa no se puede hacer y el bueno de Jack Black se ha ido a un pase de la película para informar al inicio de la misma de que, amigos, tal cosa no se puede hacer.
La imagen de Jack Black, el paradigma del actor/cómico/personaje gamberro, el profesor de Escuela de rock, la obra maestra absoluta (dejad de leer este artículo e id a verla ahora mismo) de Richard Linklater, diciendo a un grupo de chavales "Por favor, portarse bien" es un buen cortocircuito.
Hace unos meses también se volvió viral la queja de espectadores que se enfadaban porque las chicas que iban a ver Wicked al cine se ponían a cantar sus canciones favoritas.
Por si me lo preguntan, no creo que esté bien tirar al sueño cientos de palomitas y correr como locos en medio de una peli. Seguramente mi yo adolescente habría sido como esos otros chicos jóvenes que se ven en los vídeos sentados con cara de "dios, esto es demasiado": fascinados y paralizados.
Pero.
Es bastante gozoso ver a miles de jóvenes pasarlo bien rompiendo ciertos corsés de lo permitido. Sea ponerse a chillar y correr, sea cantar sus canciones favoritas. Es bastante curioso comprobar cómo el tiempo pasa y cada equis años vuelve un nuevo tipo de pánico contra los jóvenes sólo porque no entendemos ni nos preocupamos por entender sus códigos. ¿Alguien se ha preocupado alguna vez por lo que pasa en un concierto de rock cuando miles de seres humanos se ponen a saltar y a tirar cerveza al cielo? Jamás. El motivo es que lo hacen adultos y se supone que está bien.
Resulta que el cine mainstream juvenil y muy especialmente el que intenta atraer a los jóvenes que juegan a videojuegos ha sacrificado la narrativa basada en historias, la construcción de personajes y, en fin, todo lo que hace del cine una cosa interesante, para intentar "simular ser un videojuego". Una dinámica tan poco interesante como esos videojuegos que intentan legitimarse porque "parecen películas".
Ese simular un videojuego ha terminado por ser un juego referencial que consiste en lanzar a la pantalla imágenes reconocibles o momentos de guiño que buscan, precisamente, un efecto viral. Lo que le pasa a los chavales cuando ven el Chicken Jockey es… Exactamente lo que los estudios soñaron que pasaría. Un grado de excitación increíble, una atracción viral, una montaña rusa. Lo que pasa es que cuando ese deseo se ha hecho realidad material les ha entrado un pánico descomunal, porque resulta que los chavales lo expresan en sus códigos y esos códigos no son los de estar sentado tranquilamente. Son otra cosa.
Bueno, pues de eso va todo el debate sobre votar a los 16 años, del terror absoluto a que los códigos que no entendemos ni conocemos y donde no podemos entrar los adultos formen parte de la soberanía y la toma de decisiones.
Esos mismos chavales y chavalas con inquietudes e imaginarios que quizás no sean los que orientan la política tal y como la conocemos hoy van a sufrir las consecuencias de las decisiones políticas que están tomando adultos que no van a sufrir dichas consecuencias, por ejemplo en materia climática. De hecho, la "reacción fósil" de Trump es básicamente la traducción cultural de miles de adultos incapaces de asumir que el mundo que los produjo se está agotando.
A esos mismos chavales y chavalas les permitimos trabajar –es decir, ser explotados–, pero no formar parte de la cadena de decisiones sobre, por ejemplo, cómo se organiza el tiempo y el trabajo.
Producimos pelis que simulan ser gamberras para que las consuman pacientemente, pero no les permitimos hacer exactamente lo que las películas les proponen que hagan.
Por eso, votar a los 16 es una manera, sobre todo, de incluir a una parte fundamental de la población en estructuras que, sin duda, van a crujir y doblarse con su presencia. Por eso nos dan miedo y por eso deberíamos permitir, sin dudar demasiado, que pase.
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