Opinión
Pim, pam, pum
Por Varios Autores
YO TAMPOCO ENTIENDO NADA// CAMILO JOSÉ CELA CONDE
Los diarios, los catalanes en especial, se hicieron eco la semana última de la operación de traslado de las piezas de artillería que vigilaban, dentro del castillo barcelonés de Montjuic, el patio de armas. El edificio histórico fue cedido a la ciudad hace un año, como ha pasado ya tantas veces con tantos otros enclaves y, lo más común siempre que eso sucede, es que ni los obuses, ni las bombardas, ni las culebrinas ni los morteros tengan entidad suficiente como para quedarse formando parte del recuerdo. Con una excepción esta vez: permanecerán en Montjuic los cañones que apuntan a la ciudad y al puerto.
El enemigo interior
Memorias que guardar
El argumento más sólido que hay en favor de los cañones es bien simple: dar fe de que existieron. Ningún pasado de oprobio se borra eliminando su memoria; bien al contrario, lo que procede es no olvidar nunca aquello que sucedió. En el patio del convento de santo Domingo de Valencia, allí donde se reúnen los jurados del Premio Rey Jaime I de las ciencias, hay medio a guisa de almacén un rincón donde se encuentra la estatua ecuestre del general Franco. No sé cuál de ella: cada capital tenía la suya y, tras el advenimiento de las formas democráticas, terminaron casi todas en el trastero. Mal hecho: más nos valdría recordar para siempre quién fue.
El exorcismo