Público
Público

Casta, narcotráfico y la DEA en las elecciones peruanas

ALEJANDRO LIRA

48 horas antes del 5 de abril pasado, la derecha peruana se salvó de tener que definir una segunda vuelta electoral entre la chavista/podemita/comunista, Verónica Mendoza; y Keiko Fujimori, hija del ex presidente Alberto Fujimori, quien actualmente purga una condena de 25 años por autoría mediata en asesinatos de lesa humanidad y corrupción.

La candidata izquierdista había logrado establecer una tendencia suficiente como para llegar al final de la justa electoral en el segundo lugar y disputar así la Presidencia de la República. Y aunque todas las encuestas de una hipotética segunda vuelta entre Fujimori y Mendoza, daban como ganadora a Fujimori, las oligarquías prefirieron curarse en salud y llevaron adelante una cruzada que llevaba como punta de lanza un blitzkrieg mediático que llamaron coincidentemente: “48 horas para salvar al Perú”. El saturador mensaje consistía en una tríada de potentes ideas: “No queremos que el Perú se convierta en la Venezuela chavista”; “No queremos que el Perú se convierta en la Cuba comunista”; “Descartemos candidatos sin opción de finalistas y cambiemos nuestro voto por un experimentado candidato pro business, con gran llegada en el mundo corporativo y la banca internacional, y que además, va a traer más inversiones extranjeras al país: Pedro Pablo Kuczynski”.

Las castas respiran tranquilas, la final queda en manos del capitalismo salvaje de Fujimori y el neoliberalismo democrático   de Kuczynsky

El mensaje fue tan potente que deshizo la tendencia y el resultado fue que Mendoza bajó al tercer lugar y Kuczynski quedó segundo. Las castas respiraron tranquilas, la final era entre capitalismo salvaje, (Fujimori) y neoliberalismo democrático —si tal cosa existe— (Kuczynsky). Aún mejor, 20 días después de la primera vuelta, Kuczynski mantenía una preferencia electoral de 43% frente a su rival que alcanzaba el 41%. Una ventaja pequeña, pero gratuita pues el candidato no hizo prácticamente campaña alguna; incluso se ausentó del país y viajó a Estados Unidos. Hasta entonces todo marchaba sin mayores incidentes, salvo el suspenso que sentía la oligarquía de que su candidato no hiciese lo suficiente para ampliar la ventaja inicial, dos puntos no son nada, pueden voltearse en cualquier momento. “¿Dónde está el candidato?”, se preguntaban alarmados. Sus malos presagios pronto les dieron la razón; en la segunda semana de mayo cambian las tornas y Fujimori sobrepasa a su rival y desde ese entonces mantiene una consistente ventaja que la pone muy cerca de la Presidencia.

Éste es un apretado resumen de la coyuntura electoral peruana, un montaje teatral que se inició con un extenso reparto en el que participaron más de una veintena de candidatos a la Presidencia, el poder mediático haciendo las veces de apuntador, y un actor protagonista espontáneo de fuste representado por la Judicatura, que fue retirando de escena a los actores que pretendían opacar a los protagonistas favoritos del status quo, con argumentos absolutamente arbitrarios: a iguales infracciones, distintos fallos y cuando la acción teatral se encaminaba a su fase resolutoria aparece un nuevo espontáneo entre bambalinas: la DEA, la agencia anti narcóticos de EEUU.

A tres semanas antes de la elección definitoria, y ya con las preferencias electorales en contra de Kuczynski, la DEA consiente que un informante suyo denuncie desde Estados Unidos que el lugarteniente y financiador de Fujimori está siendo investigado por la agencia antinarcóticos, por presuntamente pertenecer a una red internacional dedicada a lavar el dinero proveniente del narcotráfico. Y para añadir una cereza al postre, el informante asegura que la DEA tiene grabada una conversación en la que el investigado afirma dos gravísimos hechos: que lavó el equivalente de más de 13 millones de euros para la candidata Fujimori en el año 2011 y que uno de sus mentores tiene “en el bolsillo” a personajes claves de la Judicatura peruana.


Que informantes de la DEA se presten a difundir información, —cuyo rebote mediático pueda ser interpretado como indicios que menoscaben la imagen pública de prominentes políticos— no es ninguna novedad; especialmente si estos personajes no gozan de la simpatía del Sistema, como el finado Hugo Chávez, o Evo Morales, Nicolás Maduro, o últimamente, Pablo Iglesias; pero que le echen sombras a un personaje tan devotamente fiel al consenso de Washington como Keiko Fujimori, ciertamente sí llama la atención.

En el fondo el asunto es más un choque de narrativas que una apuesta sobre la ética y moral públicas

En cualquier caso, si el objetivo de esta denuncia mediática, —subliminalmente interpuesta por la DEA— era intervenir en la opinión pública para que ésta se incline por un candidato limpio de tan oscuras sospechas de vinculación con el crimen organizado, el resultado ha sido contradictorio. En un país que se pasó meses visionando documentación video-gráfica, producida por el Servicio de Inteligencia, donde se podía apreciar a la crema y nata del país, (empresarios, dueños de medios, políticos, jueces, fiscales, deportistas y cualquier títere con cabeza), recibiendo dinero en efectivo del operador en la sombra de Alberto Fujimori, Vladimiro Montesinos, una simple referencia indirecta, (como la denuncia mediática), sobre un presunto acto doloso, jamás tendrá la contundencia del delito flagrante captado por cámaras escondidas. Y si esto fuera poco, el país, a través de los años, ha visto también como tal selecta élite comprometida en esos documentos visuales, se ha reciclado convenientemente, tanto que ahora está a un paso de volver, en olor de multitudes electorales a gozar de sus antiguas prebendas.

En el fondo el asunto es más un choque de narrativas que una apuesta sobre la ética y moral públicas. El alto precio del cobre, la plata y el oro, en los tres últimos quinquenios, ha sido un narcótico demasiado difícil de manejar para las oligarquías. La borrachera del crecimiento económico, les hizo creer que todo lo que en el país brillaba era producto de los metales. La proliferación de palacetes en barrios populares, el auge de los Malls, la abundancia de coches nuevos, la venta masiva de Iphones, el incremento del turismo externo y el auge de la gastronomía peruana, no podía ser sino el resultado del boom del capitalismo popular made in Perú.

El país de abajo sabe que detrás de cada gran fortuna hay un gran crimen

El país, convertido en marca era una feliz moneda con dos caras: a nivel externo: el país/mercado emergente; e internamente, la irrupción de una feliz nueva clase emergente: la clase media; y sus actores, empresarios emprendedores. Copas van y copas vienen, el país estaba para brindar. Pero para el país pedestre, el de abajo, el que nunca ha leído a Balzac ni la Sagrada Familia de Marx, pero que solito sabe que detrás de cada gran fortuna, —tanto más cuanto más súbita—, hay un gran crimen, la explosión de prosperidad en algunos pocos de abajo, tenía otra explicación, muy distinta a aquella que provee el trabajo honrado en un país cuyo sueldo mínimo no excede los 223 euros al mes, (en el afortunado caso de ser uno de los cada cuatro peruanos que tiene empleo formal); en el caso de la gran mayoría de peruanos, por mucho que se madrugue o que la frente sude copiosamente, el bienestar no amanece ni siquiera por la tarde. Entonces, la explicación cae por sí sola como una todopoderosa trinidad: el nuevo rico, o es corrupto; o es narco; o está lavando dinero para cualquiera de los dos.

Para entender esta percepción, mejor que una revista especializada en negocios, es ver la entrevista que dio la Procuradora Antidrogas Sonia Medina en un documental de AlJazeera: “Estamos hablando de una economía narcotizada, a tal punto que no sabemos qué actividad es genuinamente legítima y cuál es una tapadera de la industria del narcotráfico”.

Las líneas de conexión en el organigrama del bajo mundo apuntan a un mismo nódulo en la superficie, el partido de la candidata Fujimori

Las oligarquías proclaman su letanía: “Somos un país minero”; frente a ellos, lo que hay es un país sumergido, que medra en el anonimato, el silencio y la oscuridad, pero no por ello menos poderoso, pues no en vano el Perú es el productor de cocaína más importante en el mundo. El país “emergente” como tal no existe, ni siquiera tiene una clase que proclame letanía alguna. Lo que sí se puede apreciar es un archipiélago de icebergs, una muestra: hace dos años, el aspirante a presidir la Judicatura nacional tuvo que desistir en su empeño, ya que la prensa le encontró un extraño pronto cuando va de shopping, consistente en comprarse, por ejemplo, un Mercedez Benz y pagarlo en efectivo con más de 100 mil euros. Ser juez supremo y tener ese monto de calderilla en el bolsillo explica más cosas de las que uno quisiera preguntar.

La DEA sin duda tiene un mapa más completo del país sumergido. La prensa de investigación local también ha hecho lo suyo y aunque no lo diga explícitamente, las líneas de conexión en el organigrama del bajo mundo apuntan a un mismo nódulo en la superficie, el partido de la candidata Fujimori. No es pues un típico caso de infiltración; el partido, funcionalmente, es el brazo político de una facción del narcotráfico que está cerca de cumplir el sueño de Pablo Escobar: capturar la jefatura de un Estado.

A horas del momento definitorio, la derecha peruana se ha dividido entre los seguidores de Deng Xiao Ping, “No importa que el gato sea el narcotráfico mientras pueda dejarnos dinero” y los liberales: “Sí importa quién es el gato”. En un hecho insólito la derecha liberal hace tres días recibió el respaldo de la izquierda: “No queremos ese gato/Fujimori de ninguna manera y porque lo conocemos y por todo lo que ha hecho al país está actualmente en la cárcel”.

La posibilidad de que al condenado Alberto Fujimori se le abran las puertas del penal que lo encierra está estadísticamente a décimas porcentuales de distancia; detrás galopa a todo trote la izquierda y el verso de Vallejo y las crepitaciones del pan que en las puertas del horno, se quema.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?