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Rivera y su vitamina C efervescente

La política tiene mucho de ficción pero dar un mitin en un teatro siempre dota al acto de una capa más grande. En el caso concreto de Ciudadanos,  la capa es de ciencia-ficción

El candidato de Cs a la Presidencia del Gobierno, Albert Rivera, acompañado por el portavoz de la formación en Castilla y León, Luis Fuentes, saluda a unos simpatizantes a su salida del acto electoral celebrado en Ávila. EFE/Raúl Sanchidrián

DAVID TORRES

La política tiene mucho de ficción pero dar un mitin en un teatro siempre dota al acto de una capa de ficción. En el caso concreto de Ciudadanos, de ciencia-ficción. El modo en que la formación naranja de Albert Rivera ha ido subiendo en los últimos meses en intención de voto recuerda al chisporroteo de esas pastillas de vitamina C efervescente que acaban coloreando entero el vaso de agua. Sin embargo, las penúltimas encuestas, entre el bajonazo, las diversas polémicas y cierta anemia de Albert en los debates, advierten que quizá la potente vitamina C puede quedarse únicamente en colorante.

Luis Fuentes, portavoz de Ciudadanos en las Cortes de Castilla y León, abrió el turno de teloneros recordando el éxito de los doce mil simpatizantes que llenaron el palacio de Vista Alegre (después Rivera bajaría la cifra a diez mil, según el principio de la vitamina C efervescente). A continuación, Fuentes se puso a enumerar las virtudes del tónico reconstituyente Ciudadanos, el único que puede mezclarse indistintamente con PP, PSOE, Podemos (y, como dijo Pablo Iglesias con notoria maldad, con lo que haga falta) sin perder su esencia curativa. Pedro Sierra, candidato por Ávila, le endosó un mitin personal a Albert Rivera, de tú a tú, un discurso en segunda persona en el que le dio las gracias, le habló del abandono y maltrato en que se halla la provincia y de la lotería que le va a caer en suerte al país si gana las elecciones. Si Albert llega a contestarle, España no, pero seguro que habrían regenerado el dúo Pimpinela.

Este tono íntimo y navideño se potenció con el spot de Albert escribiéndole una carta a los Reyes Magos para su hija Daniela que no sonaba muy distinta al país que soñaba Mariano para su niña hipotética. Que vete a saber dónde andará ahora. Desde el fondo del teatro una voz tronó: "¡Albert presidente!" Sin embargo, a mi lado un bebé refunfuñaba, para nada convencido. Como dijo aquel famoso director de orquesta, nunca falta un crítico.

Albert salió a escena tranquilo, templado, relajado, como un actor dueño de las tablas. No se notaba nada del nerviosismo espasmódico con que aliñó su faena en el debate a cuatro. Se ve que ha hecho caso del consejo de su madre, que ya le regañaba de pequeño: "Hijo, te mueves más que los precios". Ese movimiento se percibió esta vez en las oscilaciones entre la vieja política -simbolizada por el bipartidismo- y la nueva política -simbolizada por Rivera himself. Sin embargo, no parecía demasiado nueva en el breve anuncio electoral que inauguró el mitin, un tráiler histórico donde el origen de Ciudadanos se remontaba a la Pepa, la Constitución de 1812. Tras el siglo XIX, durante cuatro o cinco fotogramas, ocupó la pantalla Franco, una pústula bigotuda en blanco y negro imposible de evitar en la historia de los últimos dos siglos. Al menos no salía Primo de Rivera.

La "política basura", marca del bipartidismo y el populismo, es la enfermedad que viene a curar la vitamina C efervescente con su envase naranja. Ilusión, decencia, responsabilidad, honradez y valores son los ingredientes de la receta para curar la corrupción, el paro, el conformismo y todos los síntomas típicos de la pachucha vieja política. "Yo quiero decirle a mi hija que hice política y no tener vergüenza", dice Albert, algo que de momento no es fácil de decir en España, salvo que no la tengas.

"Le agradezco a Rajoy los servicios prestados en su dilatada carrera política, pero España necesita una nueva etapa". La novedad, explica Rivera, no consiste en romper sino en reformar: "España no se rompe: se reforma". A fuerza de repetir lo de las reformas parece que estuviera anunciando una empresa de albañilería y saneamiento, pero desmintió esta posibilidad de inmediato: "No vamos a apoyar ni al señor Sánchez ni al señor Rajoy, queremos aire nuevo". He ahí su gran promesa electoral: no hacer pactos.

Después de pintar una España bucólica y diversa, sin bandos, y de alabar a la gente preparada que se mete a político en lugar de los políticos profesionales que se eternizan en el cargo, Albert hizo un canto a Ávila, cuna de Suárez y posible semilla de la Segunda Transición. Mucha ilusión, mucha vitamina C y mucha novedad, pero al crío ciudadano que no dejaba de refunfuñar en el asiento de al lado, muy ilusionado no lo vi. Lo vi más bien indignado.

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