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Shangay Lily al desnudo

David Torres escribe sobre Palabra de Artivista, el último espectáculo de Shangay Lily. Las próximas actuaciones tendrán lugar en el Teatro del Barrio (calle Zurita 20, Madrid) el domingo 15 de febrero, a las 20.00 h., y los sábados 21 de marzo y 18 de abril, a las 22.30 h.

Shangay Lily ./BEATRIZ FAURA

DAVID TORRES

En el escenario, sobre unos biombos decorados con sus iniciales, cuelgan cenicientas estolas de plumas artificiales. Un velo de novia arrastra por el suelo. Una pequeña guitarra de juguete está de pie, apoyada sobre un cofre de vestuario. Un corazón gordo, rojo e iluminado desde el interior brilla a un lado del suelo.

Todo sugiere un número de cabaret deconstruido, los lujos y atavíos abandonados de una antigua drag-queen que ha mudado de piel. Pero cuando Shangay Lily aparece desde la oscuridad del fondo, envuelto en sedas orientales y coronado por un turbante, entonando lemas a favor del derecho al aborto con el puño en alto, las estolas rememoran su espejismo de animales muertos, como crisálidas que anuncian la metamorfosis. Ya no hay lugar para la frivolidad, los grititos afeminados, la aparatosa parafernalia del maquillaje y los zapatos de tacón, esa vieja reserva natural de los homosexuales, esa cómoda jaula del zoológico en la cual los toleran los hipócritas, los puritanos y los bienpensantes, esa jaula a la que arrojan la limosna de las risas nerviosas y los aplausos. Una luz cruda lo baña desde lo alto y, de repente, Shangay alza su vestido de seda y sobre su abdomen aparece escrita en mayúsculas la palabra prohibida: ABORTO. Es lo más cerca que va a estar el espectáculo de un estriptís tradicional porque el resto de la noche va a consagrarla a desnudar su alma.

Lo que sigue a continuación es el martirio televisivo de Shangay Lily, una tigresa enorme y salvaje a la que quisieron domesticar, reducir al coto vedado de los chascarrillos y la procacidad, y que se defendió a zarpazos. Es, por emplear una terminología acorde a la del enemigo, un viacrucis y una crucifixión, la epopeya de una artivista atrapada en los círculos de la moralidad y los códigos infernales de lo audiovisual.

Shangay Lily ./BEATRIZ FAURA

“Gallardón, qué mal la tiene que chupar” es la primera obscenidad que salta a la palestra, obscenidad en el sentido etimológico de lo que por hábito permanece oculto y súbitamente aparece en escena. En sus diversas encarnaciones catódicas, al lado de Ane Igartiburu o de Cristina Tárrega, Shangay intentó pulverizar el personaje de la Gran Dama, la imagen ficticia donde intentaban encasillarla mediante la doble estrategia del machismo y el clasismo. “No te me pongas metafísica, Shangay, hija”, le decían. Y el inefable Pío Cabanillas no paró hasta que logró expulsarla deCorazón porque su imagen le parecía “antigua”, todo un hallazgo semántico, estando al lado la Igartiburu. “Que se ponga una pamela” le aconsejó el ministro que, de joven, fue a presentar sus respetos ante los restos mortales de Franco, un video de la televisión alemana que Shangay encontró por puro azar y en donde se ve a Cabanillas sin pudor y sin pamela.

La efigie del genocida que tuvo acogotada España durante cuatro décadas también fue la causa de que acabaran con su programa Shangay Café, en Onda Seis del ABC, donde emplearon la socorrida excusa de la audiencia tras una emisión intempestiva en la que dobló con voz de pito al dictador. Como siempre, las burlas tapaban las veras y pocos recuerdan que en aquel café literario y libertario Shangay entrevistó, entre otras y otros, a la gran Susan Sontag. Era una lucha perdida de antemano porque la caja tonta, como su propio nombre indica, es un monstruo que todo lo devora y todo lo banaliza. Sin embargo, Shangay siguió presentando batalla incluso en territorio enemigo: en Telemadrid, donde llegó a rasgar en dos una foto de Esperanza Aguirre en mitad de una entrevista con Cristina Tárrega. Hay una escena verdaderamente delirante en la que se muestra el montaje y la manipulación de los medios al mostrar a Shangay supuestamente amedrentando a unas muchachas que se habían puesto a rezar de rodillas en plena calle para reventar una manifestación atea. En realidad, como demuestra la cinta de video, sólo les estaba diciendo: “Sois bienvenidas”.

Son más de dos horas de estriptís radical sin postizos, sin maquillaje, sin trampa ni cartón: la odisea de una artivista a la que quisieron domesticar desde los tiempos del colegio y que se ha ido defendiendo a gritos, a alaridos, a canciones, subiéndose a lo alto de una escalera y lanzando un glorioso escupitajo a la efigie de Franco. Ese matarife que, no se sabe por qué, tampoco usaba pamela.

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