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Crónica de la campaña La fábula de Pedro y el lobo de Vox

El cuento, que en realidad no lo fue tanto, metió mucho miedo en las elecciones generales de abril y movilizó el voto de la izquierda en torno al PSOE para que el hoy pastor en funciones gobernara y el llamado trifachito, echado al monte, no asolara al pueblo.

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (2i) durante el mitin de campaña con motivo de las próximas elecciones del 10N, esta mañana en un pabellón polideportivo de Mislata. EFE/Biel Aliño

Juan Carlos Escudier

El segundo día de campaña ha recordado a la fábula de Pedro y el lobo, naturalmente con Sánchez en el papel de Pedro y con Vox en el de lobo, ibérico por descontado. El cuento, que en realidad no lo fue tanto, metió mucho miedo en las elecciones generales de abril y movilizó el voto de la izquierda en torno al PSOE para que el hoy pastor en funciones gobernara y el llamado trifachito, echado al monte, no asolara al pueblo.

La misma historia ha empezado a contarse en los sondeos electorales que se van conociendo. La ultraderecha, lejos de estar canina, sube como la espuma y puede situarse como tercera fuerza política, impulsada, sobre todo, por el conflicto catalán y por la debacle de Ciudadanos, que sigue cavando una tumba política a Rivera del tamaño de la fosa de las Marianas. No ha hecho falta nada más para que el PSOE dé la voz de alarma, aunque está por ver que el electorado vuelva a creerle el próximo 10 de noviembre y corra en su auxilio.

Ha sido en Mislata, provincia de Valencia, donde cuentan que el Cid se las tuvo en su día con los almorávides. Pedro Sánchez ha tocado a rebato para vencer a los montaraces de Abascal, que si hoy sacan pecho es porque el PP ha sido con ellos una madre, una loba capitolina amamantando a su criatura y alentando su franquismo, su machismo, su xenofobia y su racismo. El pase, que ya era medio gol, lo ha rematado a la escuadra y de chilena el ministro en funciones de Fomento, José Luis Ábalos: “La cuestión es o un Gobierno socialista o un Gobierno con los franquistas”.

He ahí el dilema que, sin embargo, no es tan claro como los de Shakespeare. Es innegable que un ascenso de la ultraderecha sería funesto para el país pero no necesariamente daría mayoría a las tres derechas por la acción neumática de los vasos comunicantes. Para entendernos, es casi de lógica elemental que toda subida de Vox lo sea a costa del PP y de Ciudadanos, y de ahí que los populares denunciaran días atrás un pacto PSOE-Don Pelayo para cortar sus alas en su vuelo a la Moncloa. Sin llegar a dar por bueno este delirante contubernio, no es descabellado pensar que los socialistas pueden volver a sacar tajada tanto de la división de sus antagonistas como del pavor que en la mayoría de la población causan Abascal y su caballo.

Pablo Casado no es de los de retirar el saludo a sus hijos pródigos porque jamás haría tan bien la cobra como Aitor Esteban a Iván Espinosa de los Monteros. Además andaba distraído por Lalín (Pontevedra) explicando que España es una nación y mucha nación, acordándose de Venezuela, que llevaba mucho tiempo desaparecida del mapa, y autoconvenciéndose de que el PP puede ganar si los que quieren un cambio le votan. Se supone que aconsejado por sus asesores, Vox es ahora para Casado una elipsis, un sobreentendido al que engloba en su llamamiento a unir el voto del centro derecha. Así que, a la espera de Aznar, que sale este lunes de su escondrijo para hacerse presente en la campaña, y para que no quedaran dudas de a qué se refería hubo que esperar a que el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, lo aclarara: “Cada voto sin escaño a Vox y Ciudadanos son más escaños para un Gobierno del PSOE con populistas y nacionalistas”. En definitiva, que en el PP también están viendo las orejas al lobo.

Mientras tanto, Abascal estaba en Asturias –dónde si no– cerrando España, recordando al PSOE el terrorismo de Estado, exigiendo un respeto para las momias, incluidas las egipcias, ordenando la detención de Torra y pidiendo referéndums para que decidamos qué hacer con los emigrantes, con los violadores, asesinos y terroristas o con las autonomías, o sólo uno con todas las preguntas a la vez para ahorrarnos los gastos del escrutinio. ¿Que qué se dice en Vox de esas encuestas tan zalameras? Que ellos son más del Cid que del CIS y que donde esté una buena reconquista que se quite el fútbol y hasta los toros.

Ajenos a lo anterior o en la línea del menos lobos Caperucita, Unidas Podemos se centró en Catalunya, quizás también porque Irene Montero estaba en Barcelona y no era plan ponerse a fabular de la ultraderecha cuando lo que tocaba era apostar por el diálogo político como solución a la crisis territorial y defender el referéndum que se habían propuesto no pedir si ella hubiera sido vicepresidenta con Sánchez, el mismo que ahora quiere usarles como excusa para pactar con la derecha y recortar los servicios públicos.

Lo cierto es que Sánchez está en boca de todos, ya sea en la de Gabriel Rufián que, ante la cárcel de Lledoners, profetizó que acabará sentándose a negociar porque hoy tiene unos principios y mañana, si se ve débil, tendrá otros, o en la de Iñigo Errejón, que aprovechó para lanzar un reto más difícil que el rosco de Pasapalabra: si de las elecciones no sale un gobierno progresista, todos aquellos que no hayan sido capaces de conseguirlo deberán apartarse y no volver a ser candidatos. Errejón, por cierto, sí se refirió a los señoritos de Vox y a la segunda oportunidad que los Pimpinela de la izquierda les habían regalado.

Corresponde a los electores terminar de escribir la fábula de Pedro y el lobo. Se puede pensar que el pastorcillo ha sido un cantamañanas y que le iría bien un escarmiento. Se coma sus ovejas o diezme los rebaños de Casado y de Rivera, que a este paso tendrá que poner una mercería, lo que es innegable es que viene el lobo y que, si se cumplen las últimas proyecciones que le adjudican más de 40 escaños, será más feroz que nunca.

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