Diez años de la confesión de Jordi Pujol: las 575 palabras que hundieron su reputación
El expresident aspira a cerrar su biografía recuperando, al menos, parte del reconocimiento público que vio volatilizarse el 25 de julio de 2014.
Roger Mateos (EFE)
Barcelona-Actualizado a
"Mi padre Florenci Pujol i Brugat dispuso como última voluntad específica que un dinero ubicado en el extranjero –diferente al comprometido en su testamento–, rendimiento de una actividad económica de la que ya se ha escrito y comentado, y que no se encontraba regularizado en el momento de su muerte en septiembre de 1980, se destinara a mis siete hijos y a mi esposa...". Así arranca el primer punto del comunicado que, el 25 de julio de 2014, el abogado del expresident catalán Jordi Pujol envió a todas las redacciones para salir al paso de las informaciones sobre una presunta fortuna familiar ilícita y oculta.
Aquel comunicado de 575 palabras escrito en catalán contenía una confesión inaudita, el reconocimiento explícito y sin precedentes de que durante décadas su familia había ocultado en el extranjero unos fondos heredados de su padre Florenci. Se trataba de unas cuentas en Andorra, un dinero jamás regularizado y que acabó siendo detectado por las autoridades españolas.
La confesión de Pujol venía acompañada de una petición de "perdón", un acto de contrición con el que esperaba atenuar el impacto de la revelación, sin sospechar el terremoto político y social que iba a provocar su escrito, que venía precedido de un goteo de artículos periodísticos que lo situaban en el ojo del huracán.
Los primeros en renegar inmediatamente de su figura y tender un cortafuegos para evitar que el incendio les alcanzara fueron sus propios correligionarios, justo cuando Convergència se disponía a acelerar el proceso independentista.
Cuatro días después de la confesión, el entonces president de la Generalitat, Artur Mas, compareció públicamente para anunciar la renuncia de Pujol –nada menos que su mentor político– a todos sus cargos en CiU y CDC y a las prerrogativas como expresident.
Entre esas prerrogativas perdidas, además del tratamiento protocolario de "muy honorable", figuraban una pensión vitalicia de 82.000 euros al año, un despacho en el paseo de Gràcia de Barcelona, personal de apoyo en esta oficina y un vehículo propio. El repentino hundimiento de su reputación entre sus propios partidarios se tradujo, al cabo de dos años, en una decisión aún más drástica: el proceso de refundación de Convergència abanderado por Mas culminó con el entierro de las siglas creadas en 1974 y el nacimiento de un proyecto heredero, el PDeCAT, que nunca logró asentarse y del que acabó surgiendo Junts per Catalunya.
Tras largos años de arrinconamiento, tratado por los suyos como un activo tóxico del que había que alejarse, Pujol ha visto en los últimos tiempos gestos de aproximación a su figura. A medida que embarrancaba el procés, el soberanismo moderado volvía a mirar con respeto y admiración la obra de gobierno de los 23 años de Pujol al frente de la Generalitat –de 1980 a 2003– y los actos de reivindicación de su legado político se multiplicaban.
También él, tras años en la sombra, se ha prestado a manifestar abiertamente su apoyo a Carles Puigdemont como candidato de Junts a las últimas elecciones catalanas. A sus 94 años, enviudado este mes por la muerte de su esposa, Marta Ferrusola, Pujol aspira a cerrar su biografía recuperando, al menos, parte del reconocimiento público que vio volatilizarse aquel 25 de julio de 2014 con el comunicado que dinamitó su prestigio.
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