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Las enseñanzas del 'gurú' Sachs llegan a la Moncloa

Zapatero está entregado a la lectura del controvertido economista estadounidense

MARCO SCHWARTZ

Tras cuatro años y medio al frente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero niega con rotundidad que padezca el síndrome de la Moncloa. Alega que ese mal -consistente en la pérdida de nexos con la realidad cotidiana como consecuencia del enclaustramiento en el palacio presidencial- responde a la 'literatura' de los periodistas. Dice que él sigue siendo exactamente la misma persona que asumió las riendas del Gobierno en el 2004 y que, quizá, el problema estribe en que los demás lo tratan con distancia por su condición de mandatario. 'A veces estoy con mi hermano en un ambiente familiar y le tengo que decir: Juan, soy tu hermano, no el presidente', dice con un dejo impreciso entre la broma y el lamento.

Resulta evidente, a simple vista, que en algunos aspectos Zapatero no ha cambiado. Aún expone con apasionamiento juvenil sus ideas y mira fijamente al interlocutor con sus chispeantes ojos azules en un afán por recalcar sus palabras. Aún trata a sus subalternos con amabilidad. Aún mantiene su vida privada a resguardo de los oropeles del poder. Y, lo más llamativo, todavía conserva su 'optimismo antropológico'. Pese al despiadado acoso a que fue sometido durante la pasada legislatura desde el PP y la Iglesia. Pese a la terrible crisis financiera que hoy mantiene al mundo en vilo.

En otras cosas sí ha cambiado. Su cabellera exhibe hoy venerables canas, especialmente en las sienes, lo que puede atribuirse al inexorable paso del tiempo, pero también a los rigores del ejercicio del poder. Las ojeras se le han acentuado. Se refiere a otros líderes mundiales con satisfecha familiaridad, como hacían Felipe González y José María Aznar en su tiempo. Sus obligaciones le impiden disfrutar con la frecuencia que quisiera de una de sus actividades favoritas: ir al cine. En el momento de realizarse esta entrevista, estaba leyendo Los girasoles ciegos, del ya fallecido Alberto Méndez, porque planeaba ver a continuación la película. 'Cuando voy a una película basada en una novela, prefiero leer antes la obra', dice. También ha cambiado el presidente en su actitud ante quienes lo atacan: su beligerancia, que nunca ha sido ruidosa o agresiva, se ha atenuado aún más. Cuando se le pregunta por Mariano Rajoy o por la jerarquía eclesiástica habla con cierta condescendencia no exenta de sutil sorna.

Pero quizá el principal cambio en Zapatero se esté operando en el terreno de sus querencias intelectuales. Cuando asumió la presidencia, en la Moncloa y en la dirección del PSOE se instituyó como un credo la lectura de No pienses en un elefante, un breve libro en el que el lingüista estadounidense de izquierdas George Lakoff analiza cómo la derecha norteamericana ha logrado durante décadas imponer a la sociedad su concepción del mundo mediante una astuta y perversa utilización del lenguaje, con el apoyo de potentísimos think-tanks.

Pues Lakoff ya es cosa del pasado. El presidente está ahora entregado, con inocultable entusiasmo, a la lectura de Jeffrey Sachs. En concreto, a sus libros El fin de la pobreza y Economía para un planeta abarrotado. Sachs es un controvertido economista estadounidense de 53 años que saltó a la fama mundial en 1985, cuando, como asesor del Gobierno de Bolivia, aplicó en ese país una receta económica que pasaría a la historia con el nombre de Terapia de choque, consistente en la liberalización total, la privatización de las compañías públicas y la eliminación de los subsidios oficiales. Como consecuencia del plan, la inflación de Bolivia cayó del 20.000% anual al 11%. Sachs fue aclamado como el nuevo genio de la economía, y recibió encargos de los gobiernos de Rusia y Polonia para organizar su tránsito a la economía de mercado. En los últimos años, Sachs se ha orientado hacia un capitalismo más (por así decirlo) humanista, con especial atención al impacto de la globalización, la lucha contra la pobreza, el medio ambiente, la salud y la ayuda al desarrollo. Es uno de los grandes impulsores del Proyecto del Milenio de la ONU y en su nueva vida suele coincidir en eventos con el incombustible cantante Bono.

Sachs ha sido objeto de intensas críticas. Algunos economistas sostienen que sus políticas tienen un tinte asistencial, ya que se encaminan más a erradicar a largo plazo la pobreza extrema que a propiciar el desarrollo y la transformación de los países pobres. La activista Naomi Klein alega que el éxito de Sachs en Bolivia no fue tal, ya que se apoyó en una violenta represión del Estado contra los opositores y dejó a la mayoría de los bolivianos en peor situación. Sus detractores lo llamaron desde entonces Doctor Shock. Zapatero lo ve, por supuesto, de otra manera.

 

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