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Gobierno de coalición Pablo Iglesias, el primer vicepresidente que llega a la Moncloa desde las plazas

Contra todo pronóstico, Iglesias ha alcanzado el principal objetivo de Podemos desde que se fundó: gobernar. Con su persistencia y astucia ha conseguido que el PSOE forme el primer Gobierno de coalición desde la segunda República.

El nuevo vicepresidente de Derechos Sociales y Agenda 2030, Pablo Iglesias jura su cargo durante la jura de ministros del nuevo gobierno. EFE/Emilio Naranjo POOL

Pablo Iglesias (Madrid, 1978) llegó a la política hace cinco años para asaltar los cielos, pero se quedó muy por debajo de las primeras nubes. Hasta hoy. Pese a que ha perdido votos en cada cita electoral desde las primeras generales a las que se presentó, este 13 de enero de 2020 se convierte en vicepresidente del primer Gobierno de coalición desde la segunda República. Se dice pronto. Quizás, hasta parece fácil, pero ha tenido que remar contra viento y marea para llegar a la Moncloa. "Podemos no nació para se testimonial. Vamos a por todas. No nos conformamos", dijo tras los resultados de sus primeras europeas. Y así ha demostrado que ha sido. 

El nuevo vicepresidente de Derechos Sociales del Gobierno presentó Podemos el 17 de enero en 2014 en el Teatro del Barrio. "Dijeron en las plazas que sí se puede y nosotros decimos hoy que podemos", afirmó ese día ante la prensa y los que fueron sus primeros compañeros de partido.

El bautizado por los medios de derechas como 'el coletas' generó gran expectación: contaba con el apoyo de activistas e intelectuales que días antes sacaron el comunicado 'Mover ficha', llegaba del barrio obrero de Vallecas y se movía como pez en el agua por las tertulias televisivas de todos los canales, hasta en los más derechistas.

Pese a la horizontalidad reivindicada en el partido, Podemos era Iglesias e Iglesias era Podemos. La clave de su discurso fue el populismo y cambiar el eje de 'la derecha frente a la izquierda' al de 'los de abajo frente a los de arriba'. La sinceridad y las ganas terminó de dar el impulso. Iglesias arengaba a las masas en cada acto y se desvivía en cada palabra. No han sido pocas las veces que se le ha visto emocionado, como en la sesión constitutiva del Congreso en 2016, cuando lloró en la Cámara Baja al relatar las torturas de Billy el Torturador o la pasada semana cuando Sánchez fue elegido presidente.

Su emoción no es parafernalia. Iglesias se desvive en la política por su militancia desde joven y por haber crecido en el republicanismo que ahora reivindica: a su tío-abuelo materno lo fusiló el franquismo, su abuelo paterno — comandante del Ejército Popular de la República — fue condenado a muerte y pasó cinco años en prisión, su padre también conoció la cárcel durante la dictadura y su madre militó en la clandestinidad. Él siguió la tradición y comenzó a militar con 14 años. Siente de verdad cada paso que ha dado en todos estos años.

Si algo queda del Podemos de 2014 es Iglesias y su firmeza por gobernar para "cambiar la vida de la gente"

Pero la revolución política que auguraban desde Podemos cuando lo fundaron no llegó de la forma que esperaban. El sorpasso al PSOE entonces era posible pero, pese a lo previsto, comenzó el descenso. Los motivos aún no están claros, pero hubo dos hechos importantes: la coalición con IU y las maniobras de las cloacas del Estado. Tras la segunda cita electoral de las generales, además, comenzó a romperse el partido internamente: la desconfianza, las peleas ante los medios de comunicación y la dificultad de aunar las diferencias en un mismo partido hizo que la imagen externa empeorara aún más. La compra del chalet en Galapagar de Pablo Iglesias e Irene Montero dio paso a una crisis en Podemos que puso en duda todo su ideario. 

Pese a todos los baches, Iglesias siguió al frente. Y si algo queda del Podemos de 2014 es él y su perseverancia por gobernar "para cambiar la vida de la gente". Hasta la moción de censura, y pese a que él nunca lo reconoció oficialmente, se rumoreaba que iba a abandonar el partido tras las siguientes elecciones que se convocaran. Y el desánimo por la situación política se le notaba. En su mente siempre estuvo que los socialistas no iban a aceptar que él estuviera en el Consejo de Ministros — esto comprobado quedó tras el veto de Sánchez a Iglesias — y siempre afirmó que el próximo Gobierno sería de coalición.

Dos hechos le cambiaron a él mismo y a su rumbo: el nacimiento de sus hijos y la moción de censura. Entonces apareció un Iglesias más moderado, institucional y negociador. Jugó bien sus cartas: formó un bloque para la mayoría de la moción de censura y consiguió pactar con el PSOE los que fueron reconocidos como los Presupuestos más sociales de la historia. Acercó a los independentistas y a los socialistas. Nunca quiso autonombrarse "delegado", pero durante un tiempo aprovechó la confianza que se había ganado de los partidos catalanes tras el 1-O frente a un PSOE que entonces se había unido al bautizado "bloque constitucionalista" que aplicó el artículo 155 en Catalunya.

Las negociaciones fallidas y la repetición electoral, compitiendo con Errejón, fue un gran desgaste para Iglesias

Las negociaciones fallidas tras las elecciones del 28-A fue otro de los desgastes para el líder de Podemos: Iglesias confió en la palabra de Sánchez cuando le dijo que formaría una coalición y le costó creer que el presidente no cedería antes que ir otras elecciones. Hasta el final Iglesias pensó que los socialistas aceptarían. No fue así. Se repitieron las elecciones e Iglesias se vio enfrentándose a Íñigo Errejón, su excompañero de partido y el que fue un gran amigo. Hizo su segunda campaña electoral en la que cada noche volvía a su casa con Irene Montero para acostar a sus hijos Leo y Manuel y a su hija Aitana, con menos de un año de vida.

En este punto Iglesias ya había cambiado forma y discurso completamente. No solo es más moderado ahora, si no que ha dejado a un lado aquella reivindicación de acabar con el régimen del 78 que proclamaba en las plazas para abrazar a la Constitución. Nada quedó en sus últimos mítines de los primeros en los que denunciaba a la 'casta'. Un nuevo aire conciliador emanaba del líder que recordó al PSOE en el Congreso "su pasado de cal viva". Ahora recordaba a su perfil de profesor de Universidad explicando en una clase que, aunque Sánchez no quisiera, tarde o temprano habría coalición porque "la política es cuestión de matemáticas".

Iglesias resistió el 10-N gracias a su modulación y, dejando a un lado la reconocida 'alerta antifascista', salió a los medios de comunicación a decir que, con el avance de la extrema derecha, ahora más que nunca se debía formar un Gobierno de coalición progresista. Durante la campaña dijo que las cosas difíciles nunca salían a la primera y fue verdad: dos días después nos sorprendió con un abrazo a Sánchez y la firma del preacuerdo del Ejecutivo. Un mes después, con un programa de Gobierno que solo él y Sánchez consiguieron cerrar. 

El camino nunca fue fácil e Iglesias cree que solo con la presencia de Podemos en el Gobierno se avanza hacia un cambio. Pero en realidad ahora queda lo más difícil. Iglesias ahora tiene que demostrar a las calles que se puede cambiar la vida de la "gente" desde las instituciones y se enfrenta a un gran reto: cómo no decepcionar a su electorado de izquierda siendo minoría en un Gobierno con el PSOE. 

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