Este artículo se publicó hace 11 años.
Joan Ridao: "Rajoy utiliza la Constitución en Catalunya casi como si fuera el Código Penal"
El antiguo portavoz de ERC en el Congreso de los Diputados acaba de publicar un libro contra la corrupción. Cree que la financiación de los partidos es "la madre de todas las corrupciones". Sobre el debate del derecho a decidir,
Joan Ridao ya no es diputado en el Congreso y tampoco está ya en el día a día de la política. No lo echa de menos. No tiene tiempo: su agenda sigue estando muy apretada entre su labor como profesor universitario y su trabajo como miembro del Consell de Garanties Estatutàries de Catalunya, donde, dice, se ha convertido en "una especie de magistrado". Reconocido jurista, tiene un conocimiento enciclopédico de la Constitución española, así como del Estatut. Ese conocimiento le permite hablar con seguridad y aplomo sobre la situación política en Catalunya. Crítica al PP por su inmovilismo, al que acusa de obstaculizar cualquier salida dialogada. "Es algo insólito que el único argumento que se le ocurra al Gobierno del PP sea poco menos que la amenaza", resume Ridao.
Ahora publica el libro Contra la Corrupció. Una reflexió sobre el conflicte entre l'ètica i el poder (Angle Editorial) , una obra que aborda una de los asuntos que más preocupan a Ridao: la corrupción. Está convencido de que "la gente percibe como una auténtica patología la corrupción política" y asegura que la ciudadanía es cada día más crítica con los corruptos. Consciente de que erradicar por completo la corrupción "es algo quimérico", llama a no dar tregua y alerta sobre los peligros que entraña.
¿Escribir un libro titulado contra la corrupción no es como clamar en el desierto?
La verdad es que hace algunos años los estudios de opinión pública mostraban de una forma muy clara que la actitud de la sociedad hacia la corrupción oscilaba entre la condescendencia, la resignación y cierto fatalismo. Esto tenía mucho que ver con cierta inmadurez democrática después de tantos años de dictadura y con una pésima gestión de la memoria histórica. Todo ello fomentaba que fuéramos una sociedad muy acrítica en general. Pero en los últimos tiempos se observa, y también me amparo en algunas encuestas, una actitud más crítica y muy exigente en relación no sólo con la corrupción sino con todo el sistema político de partidos. Yo creo esto tiene mucho que ver con la actual situación de crisis económica: la gente ha sublimado buena parte de su cabreo con una actitud mucho más intransigente ante algunos episodios de corrupción que han aflorado en los últimos tiempos.
Pero da la impresión de que algunos partidos, sobre todo el PP, dan la corrupción por amortizada porque no les pasa factura en las urnas.
Ciertamente no deja de ser paradójico que en alguna comunidad autónoma un 30% o un 40% de los parlamentarios del partido de gobierno estén imputados por casos de corrupción y no sólo no haya habido un correctivo en las urnas, sino que se ha ampliado la mayoría. Pero eso también está empezando a cambiar: las encuestas en los últimos tiempos evidencian un descenso de los grandes partidos y un ascenso de los partidos llamados menores. Aunque no es la única causa de este cambio, la corrupción ayuda también a explicar esta desilusión ciudadana con los grandes partidos. Ahora estamos en un momento crítico porque por primera vez desde los años 90, la gente está dispuesta a castigar en las urnas los comportamientos irregulares. No creo que la corrupción le salga gratis a nadie.
Durante la presentación de su libro usted dijo que el Caso Bárcenas quedará impune.
La financiación de los partidos políticos es la madre de todas las corrupciones. Tenemos una mala ley de financiación de partidos políticos que en mi modesta opinión provocará que todo lo anterior a 2007 quede impune. La primera ley de financiación es de 1977 y hasta 2003 no se hizo nada. Los cambios de 2003 fueron un desastre; la norma se modificó en 2007 limitando las aportaciones anónimas y fijando una cuantía máxima por donante, pero, repito, todo lo anterior a 2007 queda impune, entre ello gran parte del Caso Bárcenas.
¿Y no es negativa para la democracia esa impunidad?
Genera una sensación de desazón, es cierto. Esto no funcionará mientras no tengamos un Tribunal de Cuentas que fiscalice de verdad y que no responda al reparto partidista entre PP y PSOE. En mi libro yo planteo una serie de propuestas muy concretas, no muy diferentes a las que ha presentado el Gobierno del PP en un reciente documento. Lo que quiero decir es que todo está inventado, pero aquí falta voluntad política de ejecutar y sacar adelante esas propuestas.
¿La corrupción puede acabar con el sistema tradicional de partidos?
En España no se vivía una situación similar a la actual desde los tiempos de Filesa y de la deriva que a mediados de los años 90 desalojó al PSOE del poder. En el libro hago una reflexión acerca de cómo en otros momentos y en otros contextos históricos se pudo producir un fenómeno análogo al que estamos viviendo en estos momentos, por ejemplo la Italia de los años 80 y primeros 90, cuando a raíz de la llamada tangentopoli se produjo una implosión del sistema de partidos. Pero la caída de la Democracia Cristiana, el PCI y el PS no dio paso a una regeneración del sistema, sino más bien a una cosa muy extraña, a una auténtica deriva populista. Aparecieron fenómenos como Berlusconi, la Liga Norte y, más recientemente, Beppe Grillo y el nihilismo. Aquí todavía no se ha producido una deriva demogógica, populista o incluso neofascista como ha ocurrido en otras partes, pero lo cierto es que la gente percibe como una auténtica patología la corrupción política, cosa que antes no pasaba. Hay una sensación insufrible, y lo digo a la luz de las encuestas, de que la política es el arte del engaño, de que los políticos mayoritariamente no sirven al interés general sino a un interés privado, de que hay una adulación a los poderosos y de que, en definitiva, todo está mal.
En su libro usted plantea medidas contra la corrupción, dígame las tres más necesarias y urgentes.
Erradicar totalmente la corrupción es una quimera, pero sí podemos limitarla en buena medida. Nuestro modelo debe ser el de los países del norte de Europa. Lo primero es aprobar una buena ley de transparencia: hay que poder rastrear hasta el último ticket de caja de un cargo público y saber qué destino tiene el dinero público. En segundo lugar, necesitamos un buen sistema de financiación de los partidos sometido al control exhaustivo del Tribunal de Cuentas y liberado de la influencia de los lobbies y grupos de presión. En este sentido, hay que tipificar en el Código Penal el delito de financiación ilegal de los partidos. Yo lo intenté mientras estuve en el Congreso de los Diputados, pero no hubo manera. La tercera medida tiene que ver con la administración local: los datos indican que la corrupción en España es una corrupción política y no tanto pública que en muchos casos está muy vinculada, además, al mundo local, al urbanismo y se da particularmente en la costa; es decir, que no afecta tanto a funcionarios como a políticos. Por tanto, hay que afrontar el asunto de las competencias en muchos casos discrecionales que tienen los alcaldes, y hay que revisar todos los procedimientos de adjudicación de los contratos para que pasen por mayores controles.
¿Qué opina de la Ley de transparencia que prepara el Gobierno?
Me parece claramente insuficiente. También se está legislando en Catalunya, pero aquí tampoco se responde a los parámetros de los países más avanzados y con más experiencia en este tema.
¿Ética y política son incompatibles?
No, pero es cierto que la partitocracia ha secuestrado a la política, por decirlo llanamente. La competencia electoral y el afán egoísta y partidista han comprometido el objetivo histórico de la política, que es servir al interés general. Por otro lado, al aceptar el actual modelo económico, este neoliberalismo imperante en el que que se ha tolerado la avidez de unos pocos porque representa, dicen, una palanca de progreso para unos muchos, se ha producido una pérdida de la ética en la política. Yo en el libro defiendo un retorno a la ética aristotélica, lo que preconizo es una recuperación de esos ideales, y por tanto una reforma del sistema político, porque si no lo hacemos así puede pasar lo que decía antes: que el cambio, que la regeneración del sistema, no pase por los partidos más democráticos, con menos culto a la personalidad y con unas formas de organización más ágiles, sino que pase lo que está pasando en Holanda, en Francia Grecia o Italia. Y eso sí que es preocupante.
"La estrategia de los partidos catalanes consiste en ir cargándose de razones"
Como catalán y como político no puedo dejar de preguntarle por el derecho a decidir en Catalunya.
Habría mucho que hablar. Estamos ante una polarización extrema de las posiciones que se debe en muy buena parte a la cerrazón del Gobierno del PP. Me parece impropio de un país de tradición liberal y democrática el hecho de que un Gobierno esgrima la Constitución casi como si fuera el Código Penal para evitar como mínimo el diálogo o la posibilidad de buscar una salida negociada al problema catalán. Eso no se vio ni en Canadá con el Quebec, ni se ha visto en el Reino Unido en relación al tema de Escocia. Es algo insólito que el único argumento que se le ocurra al Gobierno del PP sea poco menos que la amenaza.
¿Cómo valora la actitud de los partidos soberanistas?
La estrategia de los partidos catalanes consiste en ir cargándose de razones. Es decir, a medida que el PP insista en no querer negociar y vaya rechazando cualquier iniciativa y judicialice cualquier conflicto político, evidentemente aquí se irán agotando las distintas iniciativas y, por tanto, llegará un momento, no sé decir cuándo, en el que habrá un auténtico problema, un callejón sin salida, un conflicto sin solución. Si Rajoy y el PP no se mueven habrá que arbitrar una solución por parte de alguna otra instancia, posiblemente la Unión Europea.
¿Habrá entonces consulta aunque no esté pactada con el Estado?
No lo sé. Yo sólo sé una cosa con seguridad: la determinación, el coraje y la valentía que ahora expresa una mayoría en la calle y en el Parlament no había existido nunca antes en Catalunya. A lo largo de sus 150 años de historia, el catalanismo político moderno había intentado siempre buscar lo que se denominaba el encaje e influir de forma vigorosa en la política y en la economía españolas. Ese era su gran objetivo. Ahora, salvo Duran i Lleida y algún otro, el catalanismo ya no pretende influir, mayoritariamente ya no está por eso. Yo creo que hay una determinación política muy clara por parte de una mayoría. Ese es un dato objetivo, indiscutible en las encuestas y en la calle, y no sé a qué llevará, pero es evidente que hay un punto de inflexión histórico muy notable en estos dos últimos años.
"Hay una determinación política muy clara y mayoritaria por el derecho a decidir. Ese es un dato objetivo".
El camino parece largo, complejo e incierto.
Todo el mundo es consciente de las dificultades que tiene este proceso y de la incertidumbre que hay. Pero, repito, hay una mayoría y una determinación muy claras.
¿Cree que su partido, ERC, terminará liderando un hipotético camino a la independencia de Catalunya?
Desde el punto de vista partidario no opino, primero porque lo tengo prohibido por ley, porque soy como una especie de magistrado, algo parecido a un juez. Puedo hablar en términos genéricos pero no hablo en términos de partido porque a ver si me van a meter en al cárcel y a ti detrás.
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