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José Monzo, el anarquista gallego al que la represión franquista convirtió en náufrago

El historiador Manuel Pérez Lorenzo, cuyas investigaciones junto a Carlos Babío permitieron recuperar el Pazo de Meirás, cuenta la historia de su bisabuelo, líder de la CNT perseguido por el fascismo que se refugió dos años en un islote en el mar.

5/1/23 El historiador Manuel Pérez Lorenzo, frente al islote de la ría de Sada donde se refugió su bisabuelo, el anarquista José Monzo.
El historiador Manuel Pérez Lorenzo, frente al islote de la ría de Sada donde se refugió su bisabuelo, el anarquista José Monzo. Candela Barro

A José Monzo los franquistas lo querían matar tanto que al final fue él quien decidió quitarse la vida. Probablemente no quería morir, pero es que llevaba dos años sintiéndose un hombre muerto. Como un náufrago en un islote desierto, literalmente, porque fue allí, en una roca inhóspita en medio del mar, donde se refugió de la persecución fascista. Si se profundiza en su historia y en su vida, hasta su última decisión parece un ejemplo de heroicidad.

Monzo era un líder destacado del movimiento anarquista en Sada, donde Franco acababa de establecer, robando el Pazo de Meirás e instalándose en él, el núcleo de la red corrupta y tiránica que siguió al golpe de Estado del 36. La República cayó en Galicia en cuestión de días y la represión que desató el fascismo fue una carnicería.

5/1/23 José Monzo, en un retrato de juventud.
José Monzo, en un retrato de juventud. Cedida por Vida Monzo

Más de 5.500 personas fueron asesinadas entre paseos y ejecuciones sumarias durante los primeros años tras el golpe de Estado. Había que eliminar cualquier vestigio de oposición a la sublevación militar en la tierra del carnicero, y más aún en Sada, donde el anarquismo se había hecho fuerte entre los colectivos de obreros, pescadores, campesinos y campesinas, artesanos, intelectuales... Es decir, rodeando a Meirás, el palacio -pazo, en gallego- del dictador, donde había crecido el seguimiento de la doctrina libertaria que rechazaba cualquier tipo de opresión y de autoridad basada en la coacción de la persona.

"El franquismo vio en Monzo la representación del sindicalismo anarquista, con cientos de trabajadores afiliados y sindicatos en prácticamente todas las parroquias de Sada. Acabar con él significaba decapitar definitivamente ese movimiento", explica el historiador Manuel Pérez Lorenzo.

Es bisnieto de Monzo, y se emociona imperceptiblemente cuando recuerda que, en buena medida, se hizo historiador por la historia que vivió su familia. "Él murió cuando mi abuela tenía seis años, pero mucho tiempo después, con 15 ó 16, ella aún recordaba los registros a punta de pistola en su casa. Además de tener que vivir en un silencio obligado sobre la tragedia que les tocó, tenían que vivir con miedo", señala.

El 23 de julio de 1936, sólo cinco días después del levantamiento militar contra la República, los fascistas tomaron Sada y sus ocho parroquias. Empezaron los paseos, los desahucios, las palizas, los fusilamientos, los disparos en la nuca...
Cuando los asesinos fueron a por Monzo, escondido en el desván de su casa, él pudo escapar de milagro saliendo entre ellos disfrazado de mujer. Primero se refugió en Miño, al otro lado de la ría, en otro desván de la vivienda de una amiga pescantina. Luego, en Illa Carboeira, un islote de roca y musgo frente a la calita de Ínsua, que pertenece al municipio vecino de Pontedeume.

Las investigaciones de Pérez Lorenzo y Carlos Babío sobre Franco y Meirás, plasmadas en el libro Meirás. Un pazo. Un caudillo. Un espolio (Fundación Galiza Sempre, 2017), contienen buena parte de la carga documental que permitió al Estado retirar a los herederos de Franco la propiedad del inmueble y las tierras expoliadas a los vecinos de Sada.

5/1/23 Pescadores y marineros junto miembros de la familia Monzo y su embarcación, en una imagen de 1932.
Pescadores y marineros junto miembros de la familia Monzo y su embarcación, en una imagen de 1932. Recogida por Monzo Ríos

Ahora, el historiador habla desde las rocas de la cala de Ínsua, frente a Carboeira. De punta a punta, con la marea alta, el islote no debe medir más de 30 o 40 metros. Sobrecoge pensar que nadie pueda haber sobrevivido allí durante días y semanas, como hizo su bisabuelo, sin más ayuda ni abrigo que el que su familia podía llevarle en una chalana. Sin poder encender fuego para calentarse, escondido para que nadie pudiera divisarle desde tierra, sabiéndose protagonista de una trágica paradoja: era el único náufrago del mundo al que la muerte esperaba, precisamente, si alguien descubría su situación.

Monzo tenía entonces 30 años. Había nacido en 1906 en una familia de pescadores y no tenía ni siquiera 20 cuando decidió emigrar a Estados Unidos para eludir las levas obligatorias durante la Guerra del Rif. En Nueva York tomó contacto con el anarquismo, y cuando regresó a Sada a finales de los años veinte, se integró en los incipientes movimientos asociativos en la comarca.

En 1930 fundó con otros compañeros el Centro Cultural Obrero, que luego presidiría y que puso en marcha iniciativas de tipo cultural y formativo, como una biblioteca y ciclos de conferencias instructivas. También de carácter solidario, como una colecta en beneficio de las familias de los pescadores muertos en un naufragio, y reivindicativo, canalizando las demandas de trabajadores de varios sectores.

5/1/23 Josefa Abad Golán, esposa de Monzo, con sus hijos Vida y José.
Josefa Abad Golán, esposa de Monzo, con sus hijos Vida y José. Cedida por Vida Monzo

En 1931, en torno al Centro Cultural Obrero, Monzo y sus compañeros fundaron el Sindicato de Oficios Varios de Sada, que él también presidirá y que se integrará en la anarquista Confederación Nacional de Trabajadores (CNT). Llegará a tener medio millar de afiliados, una cifra muy relevante si se tiene en cuenta que la población de Sada apenas alcanzaba entonces los 7.000 habitantes.

Ese mismo año se casó con Josefa Abad Golán, a la que todos apelaban La Morena. Poco después tuvieron su primera hija, a la que llamaron Vida, y más tarde a José, quien hoy sigue vivo pero quien ha preferido no participar en este reportaje. Tenía dos años cuando los fascistas empezaron a matar a su padre.

De los dos años que transcurrieron entre el golpe de Estado y su muerte, no hay información sobre el tiempo total que José Monzo pasó en Illa Carboeira, porque todos los que podrían darla han muerto ya. Es probable que regresara a tierra en alguna ocasión si la persecución se relajaba. Pero sí se sabe con certeza que durante un tiempo abandonó ese islote para trasladarse a Illa do Carbón, otra roca cercana aún más pequeña y sin siquiera hierba ni musgo, situada justo frente a la playa de Perbes, donde años después el exministro franquista y presidente de la Xunta Manuel Fraga construiría su chalé con vistas a la ría. Carbón estaba un poco más alejada de la costa, a unos 400 metros. Monzo pensó que estaría más seguro allí, y el cambio de refugio permite aventurar lo implacable de la cacería franquista sobre él.

A principios del verano de 1938 regresó a su domicilio. Estaba enfermo y débil, con una enorme barba y tan degradado e irreconocible que sus hijos huyeron escaleras arriba al verle en la puerta. "Déixaos, Morena", le dijo en gallego a su mujer. En realidad, sólo había vuelto para despedirse, porque ya había tomado la decisión de quitarse la vida.

El 17 de julio de 1938, un día antes del segundo aniversario del golpe y tras dos años de huida, unos críos encontraron su cadáver en la cuneta de una carretera local, al lado de una serrería abandonada. Junto a él, una pistola Star calibre 9 corto. En los bolsillos, varias balas, un peine roto, una caja de cerillas, una hoja de papel de fumar y una moneda de cinco céntimos de peseta.

5/1/23 Illa Carboeira, desde la costa.
Illa Carboeira, desde la costa. Candela Barro

En 1985, el concejal nacionalista Manuel Sánchez Pérez, a quien todos en Sada conocen como Crisanto, presentó una moción pidiendo que se le dedicara a Monzo la céntrica calle que entonces llevaba el nombre del general golpista Emilio Mola. El pleno, con mayoría absoluta del PP local del alcalde franquista Ramón Rodríguez Ares, lo rechazó. No fue hasta 2003, bajo el Gobierno local presidido por Abel López (BNG) y casi 25 años después de la entrada en vigor de la Constitución Española, cuando el Ayuntamiento acordó retirar a Mola del callejero y darle a Monzo el nombre de esa calle.

Ínsua es hoy una playa naturista frecuentada por familias que seguramente ignoran el relato que guarda el inhóspito islote que divisan desde la orilla. Al terminar la entrevista, entre las rocas de la calita, Manuel Pérez Lorenzo ríe ante la insinuación de los redactores de Público, que le comentan que la vida de su bisabuelo tiene un biopic de cine. Siempre y cuando, eso sí, que el guión permita licencias al estilo de las últimas películas de Tarantino. Es decir, con un final falso pero reparador, con Monzo acabando con la tiranía desde Carboeira, frente a la que Franco pasó años y años navegando en yate cuando cruzaba la ría para pescar atunes durante sus veranos en Meirás. Con sus ideas libertarias convertidas en un justiciero lanzallamas que reduce a cenizas cualquier intento de que su historia y las de otros héroes como él sean jamás olvidadas.

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