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"Sin reproches" y con postre casero: así ha sido el primer encuentro entre Puigdemont y Junqueras desde 2017
Los líderes de las principales formaciones independistas dan el primer paso en cuatro años para restaurar la maltrecha confianza y dirimir sus abismales diferencias. Uno lo hace estrenando libertad; y el otro exiliado en Waterloo con un futuro más incierto. En su primer encuentro en cuatro años evitan entrar en cuestiones políticas.
María G. Zornoza
Bruselas-Actualizado a
Que era una reunión de bajo nivel sin grandes expectativas políticas se conocía de antemano. Pero el primer vis à vis entre Carles Puigdemont y Oriol junqueras en casi cuatro años no ha pasado desapercibido en Waterloo. Era la cita de la reconciliación. Al menos sobre el papel. El primer encuentro desde 2017 entre los líderes de los principales partidos independentistas se ha desarrollado de forma "muy agradable" y "familiar", según ha resumido el líder republicano recién indultado al término de un encuentro que ha durado dos horas y media.
Era la primera vez que se veían las caras desde la fugaz declaración unilateral de independencia. Tras ese histórico 27 de octubre de 2017, el de Junts marchó a Bélgica; el de Esquerra optó por quedarse pagando el precio de pasar más de tres años entre rejas. Aun así "no ha habido reproches", ha asegurado Junqueras ante los medios que aguardaban frente a la conocida como Casa de la República en la villa valona. Dos semanas después de ser indultado, el líder de ERC ha viajado a la ciudad belga como hombre libre, mientras que su anfitrión -que no ha salido a la puerta ni a recibirlo ni a despedirlo- se encuentra en el exilio a esperas del desenlace del proceso de su extradición a España.
La esperada cita entre el presidente y el vicepresidente que pusieron las urnas el famoso 1-O venía precedida por muchos desaires. Más y menos públicos. El primero fue tras la marcha sin previo aviso del de Gerona. El último fue su negativo a desplazarse a la sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo para saludar a Junqueras, que sí visitó la institución comunitaria un día antes de presentarse en Waterloo. Entretanto, durante estos últimos años de crisis catalana, las pullas veladas entre ambos han sido constantes y patentes. Junqueras defendió en el diario francés Le Figaro que su sacrificio de no marcharse del país obedeció a la "responsabilidad hacia sus ciudadanos". Puigdemont, por su parte, no esconde en ningún momento de la narración de la gesta del 1-O en su último libro la desconfianza que le despertó el que fuese su número 2. Por ello, este encuentro era tan esperado. Y sobre todo tan simbólico. Pero en él ha primado la toma de contacto personal y no así las numerosas cuestiones políticas que les separan.
Quienes sí han recibido entre vítores a la delegación republicana, encuadrada por los ex consellers también indultados, han sido unos escasos simpatizantes. Con aplausos, banderas esteladas y pancartas de "solo la unión hace la fuerza" les aguardaban en Waterloo. Pero si hay algo que flaquea entre el independentismo catalán en estos momentos es la unidad. En el fondo y las formas. Las discrepancias van desde las diferencias sobre el rumbo que debe tomar el proyecto independentista hasta el protocolo a seguir hoy en Waterloo. A Puigdemont no se le ha visto. No ha salido a la puerta ni a recibir ni a despedir a su invitado, aunque según fuentes próximas al ex presidente, este ha preparado el postre de una comida cargada de un sinfín de señales que, por algunos momentos daban cuenta de un acercamiento, y por otros de enormes distancias patentes. Al tentempié se ha unido también el rapero Valtonyc y el eurodiputado Toni Comín.
Pierde fuerza el interés del procés entre reproches vecinales
Otra de las evidencias que deja la esperada jornada es que la euforia que desataba el procés ha perdido mucho fuego en Bruselas. Las antañas ruedas de prensa de un Puigdemoint recién llegado al país, abarrotadas de periodistas procedentes de todo el continente que se agolpaban entre codazos para conseguir la mejor foto del político catalán exiliado ya se antojaban como algo del pasado. Lo ocurrido hoy en Waterloo ha levantado expectación, pero exclusivamente entre la prensa española.
La concentración mediática, sin embargo, no ha agradado a todos en el barrio del ex presidente. Pocas horas antes de la llegada de la comitiva catalana a la emblemática casa de la república, a la que dan la bienvenida una gran bandera europea y otra catalana, un vecino de la vivienda colindante ha colgado en su balcón una bandera española. "Váyanse a su país. Estamos en Valonia. Aquí no somos independentistas", ha espetado instando a los policías belgas que escoltaban el encuentro a hacer algo para contener el despliegue de Waterloo: "cuatro comparecencias en los últimos 15 días".
En definitiva, el esperado deshielo no ha sido tal. Son muchas las divisiones, el resquemor y la desconfianza que separan a los dos líderes, que sin embargo se han instado a continuar viéndose "para luchar por el compromiso compartido contra la represión" y "en defensa de las libertades fundamentales". Puigdemont y Junqueras han sellado una reunión de trabajo fría y de carácter meramente personal, que según el republicano ha sido "muy emotiva y muy especial".
La de Waterloo ha sido la tercera escala de la gira europea de Junqueras como hombre libre. Comenzó la semana pasada en Ginebra para visitar a Marta Rovira, secretaria general de la formación. Continuó este lunes en Estrasburgo para seguir recabando apoyo internacional contra "la represión" que según el indultado sigue ejerciendo el Estado español. Y culmina en la ciudad belga.
Junqueras regresa ahora a Catalunya, desde donde seguirá luchando por recuperar su estatus como eurodiputado electo de la Eurocámara. El futuro de Puigdemont es más incierto. Continuará en Bélgica a esperas del fallo judicial de Luxemburgo sobre su euroorden en marcha y, con de momento, su escaño en el Parlamento Europeo. Sus caminos comenzaron a tomar derroteros muy diferentes cuatro años atrás. Y de momento así continuará siendo.
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