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Muere Alfredo Pérez Rubalcaba El "malvado Rubalcaba" o la otra historia de un hombre de Estado

El ex secretario general del PSOE estuvo en todos los grandes acuerdos, decisiones y conflictos de este país durante los últimos 40 años. Siempre se le encomendó abordar las negociaciones más difíciles y los retos más complejos. Fue el forjador del Estatut, el artífice definitivo del fin de ETA y quien colaboró para una transición pacífica en la Monarquía. 

Fotografía noviembre de 2016 del ex secretario general del PSOE Alfredo Pérez Rubalcaba. EFE/Archivo/Juan Carlos Hidalgo

A Alfredo Pérez Rubalcaba (Solares, 1951-Madrid, 2019) le hicieron un traje en su vida política. Era el confabulador, el mentiroso, el maquiavelo, el traidor. Se acuñó aquello del "malvado Rubalcaba" para referirse a él y, en términos más vulgares, se hizo famosa la frase de "cuidado con Rubalcaba, que te das las vuelta y te la clava". Sin embargo, en pocas ocasiones un retrato público ha estado más alejado de la realidad y de la persona.

En contra de esa fama que le precedía, Rubalcaba siempre se rigió por otras conductas y normas éticas que se autoimponía, ejerció una lealtad con su amigos inquebrantable y, sobre todo, se dedicó en cuerpo y alma a eso que ahora se cita como "servir a España". El comando Rubalcaba era él y su teléfono, y una inmensa capacidad de argumentación y de persuasión, que solía fomentar odios y recelos en sus adversarios.

Pero tanto sus amigos como sus enemigos lo que no le pueden negar a Alfredo Pérez Rubalcaba es que fue un verdadero hombre de Estado en toda su trayectoria política, que antepuso siempre los intereses personales o de su partido por la buena salud del sistema democrático. Los más de cuarenta años de historia de la democracia no se pueden escribir sin citarle en más de una ocasión, porque estuvo en la cocina de las grandes decisiones, los grandes conflictos y los grandes acuerdos de este país.

Como solía contar, sus inicios en política se debieron al vivir muy de cerca el asesinato por parte de la policía franquista de Enrique Ruano, estudiante del colegio Nuestra Señora del Pilar de Madrid, el mismo centro en el que estudió Rubalcaba. El dirigente socialista quedó muy impactado y reconoció varias veces que, en su vida, hubo un antes y un después de este crimen. Esto le llevó a la política, afiliándose al Frente de Liberación Popular, más conocido como el Felipe, coincidiendo allí con otros dirigentes socialistas como Joaquín Leguina o Pascual Maragall.

Desde que llegó Felipe González al Gobierno, se contó con él para el Ministerio de Educación, donde ocupó varios cargos, para convertirse en 1986 en secretario de Estado y en ministro en 1992, entregándose en cuerpo y alma a su principal objetivo político: su apuesta por la educación pública.

Pero pronto supo que uno de sus destinos en la vida era estar en los sitios más complicados, y en 1993 fue nombrado ministro de la Presidencia y portavoz del Gobierno, teniendo que afrontar cada viernes difíciles preguntas sobre el caso GAL y la corrupción que por aquel entonces inundaba toda la acción política del último gobierno de Felipe González.

Ya con el PSOE en la oposición, desde 1996 fue uno de los puntales de Joaquín Almunia en su candidatura a la Presidencia del Gobierno en el año 2000. No en vano, siempre había sido un destacado dirigente del llamado sector renovador del PSOE, enfrentando desde el inicio de los años noventa al guerrismo.

En esos cuatro años, además, Rubalcaba empezó a jugar un papel determinante en las negociaciones con ETA emprendidas por el Gobierno de José María Aznar y que propiciaron una tregua, siendo el interlocutor del PSOE en este proceso.

En el XXXV Congreso del PSOE, siguiendo su línea ideológica dentro del partido, apostó por José Bono como líder del PSOE, y la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero lo dejó bastante descolocado, solo como diputado de base y un miembro más del Comité Federal.

Pero Rubalcaba nunca ha sido de estarse quieto. Se puso a trabajar con ahínco con Carme Chacón en el Congreso en el área de Educación, de la que era portavoz de la dirigente catalana, y ambos formaron un tándem muy efectivo que movilizó a toda la comunidad educativa contra las reformas del Gobierno de Aznar.

Fotografía del  ex secretario general del PSOE, Alfredo Perez Rubalcaba, en una intervención en el Pleno del Congreso en febrero de 2014. REUTERS/Sergio Perez

Fotografía del ex secretario general del PSOE, Alfredo Perez Rubalcaba, en una intervención en el Pleno del Congreso en febrero de 2014. REUTERS/Sergio Perez

Pero Zapatero no tardó mucho en contar con él y, sin pertenecer a la Ejecutiva, su presencia en las decisiones del partido y en su acción política empezaron a estar muy presentes. De hecho, a él se le atribuye la propuesta hecha por Zapatero del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo que fructificó en un acuerdo y, sobre todo, el papel esencial que jugó el 11-M tras los asesinatos de Atocha. De nuevo, tuvo él que salir a dar la cara y suya fue la ya histórica frase de que "España no se merece un Gobierno que le mienta" que conmocionó esa noche a la sociedad española y provocó un giro electoral.

Rubalcaba, entonces, se dedicó ya en cuerpo y alma a combatir a ETA. Estudiaba al milímetro los Zutabes, boletines internos de la organización terrorista, y con la meticulosidad que caracterizó todas sus acciones, fue una de las personas que mejor conoció el funcionamiento y la forma de pensar y actuar de ETA.

Por ello, causó sorpresa cuando Zapatero, una vez que llegó al Gobierno en 2004, lo nombró portavoz del Grupo Parlamentario, cuando todas las quinielas lo situaban otra vez en el Consejo de Ministros. Pero, una vez más, estaba llamado a las tareas menos cómodas: sacar adelante un proyecto político teniendo minoría en la Cámara Baja y, además, afrontando la negociación del Estatut de Catalunya.
Jueves tras jueves, Rubalcaba salía triunfante con la aprobación en las Cortes de las leyes que enviaba el Gobierno, convirtiéndose en un experto de la llamada "geometría variable" para llegar a todo tipo de acuerdos.

Más árdua fue la tarea de la negociación del Estatut, donde tuvo que conjugar las exigencias nacionalistas con una comisión constitucional presidida por Alfonso Guerra, que no dejaba pasar ni una. Finalmente, salió el Estatut, cuya negociación tuvo que compaginar con una larga enfermedad de su padre, que le haría pasar muchas noches en el hospital.

"Lloramos todos"

Y, salvados ambos escollos, en 2006 fue nombrado ministro del Interior con un objetivo: acabar con el terrorismo de ETA, lo que para él era una obsesión. Lo consiguió, sin ponerse ni una medalla, y tras admitir que lloró —"lloramos todos", precisaba— cuando conoció el comunicado final de ETA. No ocultaba el resquemor de que, en la mezquindad de esta sociedad, ni siquiera se quiso considerar aquel comunicado como el definitivo. "En cualquier otro país se recordaría la fecha del fin de ETA, y aquí nadie sabe ni el mes que fue", solía decir.

Cuatro años después, con el Gobierno de Zapatero ya agonizante, volvió a ser llamado para jugar el papel más difícil, convertirse en portavoz de un Gobierno en declive. Y aquellas preguntas sobre los GAL o la corrupción se convirtieron ahora en datos de paro o cierres de industria.

Fotografía d marzo de  2015 del ex secretario general del PSOE Alfredo Pérez Rubalcaba. EFE/ARHIVO/Pedro Puente Hoyos

Fotografía d marzo de 2015 del ex secretario general del PSOE Alfredo Pérez Rubalcaba. EFE/ARHIVO/Pedro Puente Hoyos

Ahí, sin embargo, se podía decir que empezaba su etapa más complicada a nivel político. Zapatero le propuso como candidato a la Presidencia del Gobierno, y aceptó. Sabía que la derrota estaba servida en las elecciones de 2011 y se mordió la lengua cuando, en plena precampaña, el todavía presidente del Gobierno acordó con el PP modificar la Constitución para reformar el artículo 135 sobre la estabilidad presupuestaria. "Esto no hay quien lo defienda entre los nuestros. Así no hay quien gane", decía en privado, mientras en público evitaba cualquier crítica.

Y tiró la toalla

Tras su derrota electoral con 110 diputados, tuvo otro duro periplo. Presentó su candidatura a la Secretaría General del PSOE y tuvo como rival a su amiga, Carme Chacón. No fue fácil el envite para Rubalcaba que, en el fondo, no era muy amigo de las primarias por las heridas que abren en los partidos. Y ganó, por 22 votos.
Entonces, se puso a reconstruir el PSOE de la mano de Elena Valenciano, a la que nombró vicesecretaria general.

Rubalcaba armó su proyecto político a su imagen y semejanza, y albergaba en el fondo la esperanza de derrotar al PP. Las elecciones europeas de 2014 eran su primer escalón y puso todo lo mejor del partido en aquella candidatura con Valenciano a la cabeza. "Sabes que no me gusta anticipar resultados, pero vamos a ganar, por poco, pero vamos a ganarle al PP", dijo en privado unos días antes de la votación. Sin embargo, la inesperada irrupción de Podemos, arruinó sus planes y el PP volvió a ser el más votado. Y Rubalcaba decidió tirar la toalla.

Ese mismo año abandonó la secretaría general del PSOE y su cargo de diputado, no sin pilotar la transición en la Casa Real evitando que las raíces republicanas de su partido provocaran algún disgusto. Sin ser monárquico, creía que no estaba la situación como para desestabilizar también a la Corona.

Y, como pocos políticos han hecho en toda la etapa democrática, supo retirarse. Volvió a dar clases de Química en la Universidad Complutense de Madrid. Decía que ya no le sonaba el teléfono, que pocos le llamaban, y que además se dedicaba a dar conferencias de comunicación política que hacían las delicias de los que asistían. "Ahora digo lo que pienso, como no hay medios. Y me lo paso genial. El otro día puse como ejemplo la rueda de prensa que dio Pedro Duque cuando le saltó un escándalo de su patrimonio como una lección de todo lo que no tiene que hacer ni decir un político cuando se ve envuelto en una situación así". Y se reía a carcajada limpia.

Y es que Rubalcaba siempre se preparaba sus intervenciones, sus ruedas de prensa, sus comentarios, por triviales que fueran. Quienes lo conocieron saben que hablar con él era una lección de política, más bien de comunicación política. Sabía siempre lo que quería decir y lo que no, el mensaje que pretendía transmitir, con un mensaje didáctico y argumentado, que acababa siempre con la coletilla: "¿Veis lo que os digo?". Y lo veías.

Muchos rivales no querían ni hablar con él, entre otros motivos, porque admitían que les convencía, y que al final se generaba una empatía hasta con su mayor rival político. "Lo malo de Rubalcaba es que me cae bien, joder", decía una dirigente del PP con la que habló muchas horas.

Y Rubalcaba iba con esa sonrisa pícara de niño malo, conocedor de todo lo que se decía de él y ya sin intentar cambiar su imagen ni el estereotipo que se había creado en torno a su persona. Parafraseando a Felipe González solía decir: "La realidad no es la realidad, es lo que la gente cree que es la realidad". Y, luego, se encogía de hombros y añadía: "¿Ves lo que te digo?". Y lo veías.

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