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Plomo en las alas

Rajoy no ha tenido la audacia necesaria para ofrecer a Zapatero un pacto presupuestario

GONZALO LÓPEZ ALBA

Retrata la derecha a José Luis Rodríguez Zapatero como un candil sin aceite. Por eso, andan atribulados muchos de sus cuadros y no pocos dirigentes viendo que Mariano Rajoy lleva plomo en las alas. El aceite se puede adquirir o reciclar, pero es imposible remontar el vuelo con un líder aliquebrado.

El pacto tácito en el PP es que nadie se mueva hasta conocer el acumulado de los resultados en las elecciones de Galicia, Euskadi y al Parlamento europeo, cuando se cumplirá un año de la reelección de Rajoy y se alcanzará la primera estación término de la prórroga que su partido le concedió en el congreso de la paella de junio.

Pero existe el temor interno -y también la expectativa, va por barrios- a que todo se precipite si no supera la reválida galaica, donde las urnas se abrirán probablemente en marzo. Acelerar esa precipitación era lo que pretendía José Blanco cuando este verano planteó a Emilio Pérez Touriño adelantar las elecciones. Un revolcón en su patria chica, donde retiene una ventaja de 12 escaños sobre el PSOE, sería un baldón para Rajoy.

Rifas de fin de carrera

Ahora que el chiringuito financiero estadounidense ha saltado por los aires dejando al descubierto que sus fundamentos eran los mismos que los de las rifas para el viaje de fin de carrera -¿exigirá alguien responsabilidades a las auditoras?-, hasta se le ha achicado el margen para arrinconar al Gobierno con la crisis.

Zapatero y Rajoy podían optar por reeditar los Pactos de la Moncloa de la Transición en versión edulcorada o por la confrontación, y han elegido esta, como en todos los asuntos importantes desde la victoria socialista de 2004, fueran la lucha contra el terrorismo o el Estatut de Catalunya.

Los pactos siempre benefician al Gobierno, pero son patrimonio de quien los propone. A Rajoy le ha faltado la audacia que tuvo Zapatero en el año 2000 al proponer el Pacto Antiterrorista para, sabiendo que el Gobierno acabará teniendo los apoyos necesarios que eviten la prórroga de los Presupuestos, adelantarse a plantear un pacto de Estado contra la crisis entre socialistas y conservadores, no con la boca pequeña sino con toda la solemnidad y disposición sincera que reclama la gravedad de la situación.

Las diferencias entre sus recetas económicas no son tan abismales como para hacer inviable un acuerdo de esa naturaleza para afrontar el primer problema nacional, como lo era ETA hace ocho años. El diferencial en el techo de gasto no financiero que ambos plantean -3,5% el Gobierno y 2% el PP- representa menos dinero que el coste de la famosa paga de beneficios de los 400 euros; el Gobierno ha ido cediendo al imponderable de adoptar medidas de ayuda al sector inmobiliario para intentar evitar la alarma social que generaría desayunarse cada día con el anuncio de una suspensión de pagos; y el énfasis del PP en la política fiscal ha sido estrechado también por el Ejecutivo con decisiones como la rebaja del impuesto de sociedades y la supresión del de patrimonio.

La prueba última de que la distancia no es insalvable es que, el miércoles, PSOE y PP votaron juntos en el Congreso un catálogo de veinte medidas anticrisis y que los socialistas no descartan en sus documentos internos nuevas rebajas fiscales.

‘Déjà vu' de Solbes y Montoro

Descartado el acuerdo, queda la oposición. Pero si el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, el político parece el único capaz de hacerlo hasta tres. 'Tranquilos. Mientras estén de portavoces los que fueron ministros, no hay de qué preocuparse', decía José María Aznar a sus colaboradores tras su victoria de 1996, cuando tuvo que gobernar en minoría y Felipe González designó como portavoces parlamentarios a sus ex ministros.

Rajoy ha revolucionado las portavocías de su grupo, pero el cambio no ha alcanzado a la que, en estos momentos, es clave en el ejercicio de la oposición: la de Economía, que desempeña el ex ministro Cristóbal Montoro. Que Montoro haga la oposición a Solbes es un déjà vu en la política española porque el primero dio el salto de la Universidad al Parlamento precisamente en el año -1993- en que el ahora vicepresidente sustituía a Carlos Solchaga como ministro de Economía.

No es sólo que Montoro sea el pasado, es que hasta la derecha identifica la etapa de crecimiento de los gobiernos de Aznar con Rodrigo Rato El Deseado, no con Montoro. A mayores, hasta el converso Miguel Boyer le ha salido respondón a Rajoy y el humillado Manuel Pizarro ha buscado cobijo en el regazo acechante de Esperanza Aguirre.

Desechado el entendimiento, la única baza del PP será exacerbar el precio que el Gobierno tenga que pagar a los nacionalistas como contrapartida a sus votos, un arma de doble filo porque un exceso en la dosis -al que se ha mostrado tan proclive- volvería a radicalizarlo como atizador de las divisiones territoriales y porque, mientras no se consolide el experimento de la UPyD de Rosa Díez como bisagra estatal, le enajenaría la simpatía de CiU y PNV.

Acaso por eso, el PP vuelve a buscar el choque en la política antiterrorista, precisamente ahora que se ha visto colmada su exigencia de ilegalizar a ANV y EHAK.

Vigilia permanente

Mientras, la paz tácita en el PP acarrea a sus dirigentes el desgaste de una continua vigilia para preparar o prevenir escaramuzas como las de Aguirre contra Rajoy o el permanente zipizape entre Alberto Ruiz Gallardón y, de nuevo, Aguirre.

Al socaire de estas disputas públicas, Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal mantienen una lucha sorda por conseguir que los resortes de la oposición estén en la carrera de San Jerónimo y no en la calle Génova, y viceversa.

Con la torticolis de tanto mirar al retrovisor, para colmo de desatinos el jefe de la oposición ha centrado el discurso ante la inmigración del ministro Celestino Corbacho con un brusco volantazo en el sempiterno viaje al centro de la derecha española.

Recuerda Rajoy a Onésimo, aquél extremo sin pegada que siempre acababa regateando el banderín.

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