Terror y represión franquista en Aranjuez: el convento que fue reconvertido en campo de prisioneros
Enfermedades, torturas o trabajos forzosos: las autoridades franquistas emplearon el convento de San Pascual como una de sus infraestructuras para ejercer la represión contra la población.
Diego F. Acebo
Madrid-
Si paseas por la calle del Rey de Aranjuez, una de las principales avenidas de esta localidad madrileña, puedes ver cómo se alza una llamativa fachada neoclásica del siglo XVII, diseñada por Francesco Sabatini, el arquitecto responsable de levantar el Palacio Real de Madrid. Este pórtico es la entrada a la capilla del convento de San Pascual. Sin embargo, lo que no muchos no saben es que este lugar alberga una verdadera historia de horror y represión durante el franquismo.
Nada más terminar la Guerra Civil, el convento se convirtió en un campo de concentración de prisioneros republicanos, siendo uno de los 298 campos que el franquismo instauró. Se calcula que entre 700.000 y un millón de españoles pasaron por estos recintos. Años después, el lugar pasó a ser una de las cárceles de mujeres del régimen.
Pepe Martín, integrante de La Casa Negra, colectivo comprometido con la memoria histórica local, explica a Público que Aranjuez se convierte en zona de interés durante la Guerra Civil, después de que el bando franquista tomara Toledo en 1936. Tras esto, el pueblo pasa a ser una de las líneas del frente en la defensa de Madrid. En este contexto, el convento de San Pascual se reutiliza como un cuartel para las brigadas, que posteriormente se constituirán como el ejército popular. Por allí, incluso pasaron parte de las Brigadas Internacionales, asegura el también militante de la CNT. Por aquel entonces, el edificio estaba en medio de un descampado, motivo por el que el lugar funcionaba también como campo de entrenamiento.
Una vez terminada la guerra, el Ejército golpista encuentra en la localidad a muchos sindicalistas, altos militares o dirigentes políticos, así que decide trasladarlos a todos ellos a los diferentes campos de concentración, como el de Ocaña o Colmenar de Oreja. Es en este momento en el que el convento de San Pascual se destina como una prisión donde hacinar a las personas afines a la República. "El espacio se sobreexplota y se convierte en un foco de enfermedades, hambre, malos tratos y torturas", detalla Pepe.
Los prisioneros fueron empleados como mano de obra esclava en muchas construcciones o para diversas industrias. Pepe explica que algunas personas recluidas en Aranjuez fueron utilizadas para levantar la Academia de Infantería de Toledo o para trabajar en Indra, compañía que a día de hoy sigue afincada a la salida del municipio ribereño.
Es en este punto donde la historia se topa con la vida personal de muchos españoles y aparecen algunos de los relatos con rostro más humano. El dirigente socialista Ramón Rubial pasó por el presidio arancetano. Desde las rejas, oficializó su matrimonio con Emilia Cachorro en 1944. En Aranjuez, el que fuese secretario general del PSOE gozó de más permisos para poder ver a su esposa y allegados. "Si Emilia no hubiese tenido la fuerza moral que tiene, hubiese sido un impedimento en mi lucha por el socialismo. Ella ha compartido esta lucha, pero no de manera silenciosa, sino de manera alentadora", escribió con ternura Rubial en su biografía.
'El Chato', el periodista republicano encerrado en el convento
Otro de los presos que pasó por San Pascual fue Jaime Menéndez El Chato, el primer español en formar parte de la redacción de The New York Times. Su nieto, Chema Menéndez, relata a este medio con orgullo cómo su abuelo fue uno de los periodistas republicanos más influyentes. Presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid y director del diario El Sol, El Chato fue de los que "se quedaron hasta el último momento en la capital". En su intento de huida al exilio, Menéndez fue apresado en Alacant por la división Gambara del Ejército italiano de Mussolini. A partir de ahí, pasó por varias prisiones hasta que le trasladaron al penal de Aranjuez en 1940.
Encerrado en el convento, El Chato es "el encargado de formar la célula clandestina de la prisión del PCE" junto a otros compañeros como Leoncio Pérez y Antonio García. "La intención era siempre organizarse, y luchar dentro de cada cárcel", detalla Chema. Este periodista, al igual que Rubial, fue uno de los tantos prisioneros que trabajó forzosamente en Indra. Durante su presidio, la mujer de Jaime, Avelina Ranz, tenía que desplazarse hasta el Real Sitio para ver a su marido. En una de esas visitas, durante una nevada de invierno, su abuela agarró a su hijo y un petate, y atravesó toda la nieve hasta llegar al convento. "Los prisioneros se asomaban por las ventanas y gritaban: '¡Es la mujer de Jaime!'", narra Chema con cariño.
El 26 de enero de 1944, El Chato consiguió la tan ansiada libertad condicional, pero su frenética vida no acabó ahí. Este intelectual fue alternando diferentes oficios: trabajó para la imprenta de la Embajada de EEUU en Madrid, que se convirtió en uno de los principales focos de la lucha antifranquista; viajó hasta Tánger para convertirse en el redactor jefe del diario España y fue contratado por Manuel Fraga para su revista Política Internacional del Instituto de Estudios Políticos.
Apóstoles republicanos
En el comedor del convento puede observarse un cuadro que representa una Última Cena. Esta pintura atestigua una de las historias más emotivas sobre este convento. Concretamente, la de Juan López, pintor afincado en Utrera que, a principios de la década de los 30, emigró junto a su familia a Madrid. Allí les pillará el conflicto bélico. Al haber luchado como carabinero para la República, este hombre se exilió en Francia para escapar de la represión franquista. Como muchos españoles, regresaron a su país en el 39, durante los últimos compases del conflicto. Lamentablemente, una vez en suelo patrio, López es aprisionado por las autoridades y lo mandan, primero, a la cárcel de Ocaña y, luego, recala en Aranjuez.
Encerrado en el convento, una de las monjas de clausura se entera de que López es pintor y le encarga una modesta representación de la Última Cena de Jesús. Este hecho fue relatado por su hijo Pedro en el programa Hoy por hoy de Cadena Ser. "Cada vez que desde Catalunya voy a mi pueblo, hago noche en Aranjuez y, cómo no, visito San Pascual. Y allí, delante de aquellas pinturas, casi siempre con lágrimas en los ojos, pienso en mi padre, derrotado y con su juventud destrozada por una absurda guerra entre hermanos, subido entre andamios, pintando santos con la mente puesta en Utrera y sus niñas". Este testimonio se puede leer en Los años difíciles, libro recopilatorio de aquel espacio radiofónico.
María del Carmen Ramón, después de escuchar en la radio la historia de Juan López, se puso en contacto con Cadena Ser para contar que su padre, Zurbano, estuvo también preso en San Pascual, donde conoció a este pintor utrerano. "Su cara es uno de los apóstoles de la sagrada cena que hay en el convento", aseguró esta mujer. Al parecer, Juan López empleó a los propios presos como modelos para sus doce apóstoles.
Reconversión del convento a una prisión especial de mujeres
Desde 1941 a 1954, San Pascual vuelve a sufrir una reconversión. Esta vez como una prisión especial de mujeres, la cual estuvo dirigida por Josefa Rojas Goñi. Esta cárcel formó parte de los siete centros que el régimen franquista concibió como reformatorios bajo el nombre de Obra de Redención de Mujeres Caídas.
Muchas de estas mujeres ingresaban a estos centros con sus hijos, los cuales no podían pasar más de dos años allí. En los primeros años, había en torno a 500 recluidas y unos 20 niños, remarcó el historiador Matías Viotti hace unos años en un acto organizado por La Casa Negra. "La situación era tan precaria que a las madres que podían dar lactancia se les podía reducir la pena", agrega el experto.
Después de cumplir el plazo decretado por las autoridades, los niños hacinados en estas prisiones eran derivados a las diferentes instituciones estatales, principalmente colegios religiosos, con el objetivo de desvincularles de toda relación familiar "no católica".
Pepe lamenta no tener suficiente información sobre estos años, ya que apenas cuentan con el listado de las mujeres que pasaron por allí. El colectivo sospecha que algunas monjas aprovecharon aquella situación para robar los niños a las presas y luego entregarlos en el Hospital San Carlos, ubicado justo enfrente del viejo convento.
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