Los cafés de la muerte surgen como una iniciativa social para normalizar un tema tabú: la muerte. Estas reuniones informales a las que puede acudir cualquier persona transcurren sin guión ni objetivo, tan solo se trata de crear un ambiente propicio para que los asistentes puedan hablar abiertamente sobre la muerte, intercambiando ideas, dudas y miedos.
La muerte, el gran misterio

Decía Vladimir Navokov que, si la vida es una gran sorpresa, por qué la muerte no puede ser una mayor. Desde el principio de los tiempos la muerte ha obsesionado al ser humano casi tanto como la propia vida, por una razón muy sencilla: nadie ha regresado de la muerte para desvelar el misterio. Es por ello que las diferentes civilizaciones, sociedades e ideologías han elaborado una suerte de dogmas, supersticiones y credos que han ido configurando la idea de la muerte a lo largo de la historia.
Para al hinduismo la muerte del cuerpo es una transición, un intervalo entre vidas, un paso para una nueva reencarnación. Para el budismo, la muerte es un paso necesario hacia la transmigración. Y en la tradición de la cultura mexicana, encarnada en el famoso Día de los Muertos, la muerte se llora, pero se festeja, se honra al fallecido, pero también se celebra la vida. Ya lo dijo Octavio Paz: “una civilización que niega a la muerte, acabará negando a la vida”.
¿Y en Occidente? No cabe duda de que la tradición cultural judeocristiana ha tenido un impacto decisivo en la percepción de la muerte en los países occidentales. La muerte como castigo divino y la división de la fase posterior a la muerte física en cielo e infierno ha configurado una idea de la mortalidad como algo que hay que temer, como algo terrible que está ahí, pero de lo que es mejor no hablar.
Y cuando no se habla de algo el misterio se agiganta, se convierte en tabú, envolviéndose en múltiples capas de miedos, enigmas y confusión —tal y como ha sucedido con el sexo— hasta el punto de que algunas personas viven de espaldas a la muerte, como si eso no fuera con ellos. Hasta que llega su hora.
Cafés de la muerte para hablar de la vida

Como cualquier reunión entre desconocidos, un café de la muerte no suele arrancar con fluidez. Al fin y al cabo, un tema como este es tan amplio que uno no sabe por dónde empezar, aunque lleve tiempo pensando en ello.
Por eso en la mayoría de cafés de la muerte existe un canalizador que se encarga de lanzar preguntas para espolear el diálogo. Pero no se trata de un experto ni de una persona que quiera imponer una dirección a la reunión. Porque en los cafés de la muerte solo existe una consigna: “aumentar la conciencia de la muerte con el fin de aprovechar al máximo la vida”.
A medida que el diálogo fluye y al calor de cafés, tés, pastas y tarta, los asistentes van exponiendo sus ideas sobre la mortalidad, los miedos y la ansiedad que a menudo trae consigo esa idea. Porque vivimos permanentemente expuestos a la muerte, especialmente a través de los medios de comunicación. Pero esa muerte dramatizada está ahí fuera, no parece tocarnos; son desastres, atentados, accidentes, hechos truculentos que forman parte del ritual de las noticias.

Y entonces llega una pandemia que zarandea el mundo occidental acostumbrado a mirar los desastres por encima del hombro. Y la incertidumbre se apodera de la sociedad con ese tétrico “mañana te puede tocar a ti”. Es entonces cuando mucha gente se estrella contra la idea de la muerte y la ansiedad los aniquila.
En este contexto de inquietud permanente, hablar puede ser la mejor de las terapias. Por eso el interés por acudir a una reunión de los cafés de la muerte ha aumentado en los últimos tiempos. Pero en estas veladas la muerte no es un número que crece día a día, no es una estadística, sino una idea sobre la que reflexionar.
Por eso, a menudo, los cafés de la muerte derivan en diálogos filosóficos en el que cada asistente expone sus ideas más íntimas sobre la mortalidad. Y buena parte de las personas que acuden a una de estas reuniones se van a su casa sintiendo una suerte de liberación porque, por fin, se han escuchado a sí mismas hablando de la muerte, normalizando un tema tabú.
¿Quieres acudir a un café de la muerte?

La idea del café de la muerte o Death Cafe surge en 2011 en Londres de la mano de Jon Underwood y Sue Barsky Reid inspirándose en las ideas de Bernard Crettaz, un sociólogo y etnólogo suizo que estudió en profundidad los ritos y las costumbres que acompañan a la muerte en la sociedad.
Los cafés de la muerte se organizan como una franquicia social de forma que cualquier persona puede inscribirse en la guía y principios usando el nombre y publicando eventos. En esta última década, Death Cafe se ha extendido rápidamente desde Londres al resto de Europa, América del Norte y Australia.
Si quieres acudir u organizar un café de la muerte puedes consultar el programa de reuniones. Las únicas consignas que se sugieren desde Death Cafe es que las reuniones deben ser sin ánimo de lucro de forma que cada asistente tan solo pague su consumición.
El espacio debe ser un lugar agradable en el que el asistente se sienta cómodo para exponer sus ideas. Y aunque se aconseja que exista un canalizador de la conversación para romper el hielo, se trata de evitar un programa u orden del día de forma que la conversación pueda tomar el camino que las inquietudes de los asistentes marquen, siempre con la idea de la muerte como leitmotiv.