Hay una buena cantidad de síndromes y trastornos psicológicos cuyo nombre tienen su origen en cuentos populares o en obras de ficción que constituyen clásicos de la literatura, tal y como sucede con el síndrome de Rebeca.
En esta ocasión vamos a hablarte de otro que tal vez no conozcas que deriva de una historia de la literatura infantil y juvenil. Te explicamos qué es el síndrome de Pollyanna y te damos las claves para comprenderlo. Para ello tendremos que remontarnos a tal personaje literario, creado por Eleanor H. Porter durante la primera mitad del siglo XX.
El Síndrome de Pollyanna
Quién es Pollyanna
En 1913 se publicó la novela de Pollyanna, de la escritora estadounidense Eleanor H. Porter. Su éxito fue tal que, un par de años después, vio la luz su secuela: Pollyanna Grows Up, que en España se publicó como Pollyanna crece. Las dos obras están protagonizadas por la niña que da nombre a los libros. La historia ha sido llevada varias veces con éxito al cine, la primera de ellas en 1920.
Pollyanna es una niña huérfana de ambos padres que marcha a vivir con su tía Polly, una mujer mayor tan severa como estricta, cuando aquellos mueren. Para afrontar su nueva y dura vida, la muchacha utiliza el juego de la alegría, que no es nada más que una forma optimista que le enseñó su padre para afrontar las cosas que le sucedan. Con esa actitud ante el mundo, Pollyanna se dedica a buscar solo el lado bueno de las personas y de lo que le pasa.
Así, la personalidad del personaje se caracteriza por poseer un optimismo exacerbado y ver solo el lado bueno de las cosas. Con ello también influye en las personas de su entorno, que terminan contagiadas por esa alegría y positivo carácter. De hecho, en inglés se utiliza la palabra Pollyanna como un sustantivo para describir a aquellos que son exageradamente optimistas.
El principio de Pollyanna
Durante la década de los setenta del siglo XX, los psicólogos Margaret Matlin y David Stang prestaron atención especial a este personaje porque les sirvió de base para el estudio del optimismo extremo que presentan determinadas personas.
Descubrieron así que aquellas que cuentan con un sesgo tan positivo como el de Pollyanna pueden ser plenamente conscientes de la negatividad y de los problemas que les rodean, pero que por elección personal, deciden fijarse en lo positivo, adoptando esa actitud ante la vida. De tal forma se comenzó a hablar del principio de Pollyanna.
El síndrome de Pollyanna
Pero este sesgo de positividad es más complejo de lo que pueda parecer si se lleva al extremo, cuando deja de ser algo positivo. Por ello, muchos especialistas que continuaron los estudios sobre este tema prefirieron denominarlo el síndrome de Pollyanna o polianismo.
Se comprobó que las personas exageradamente optimistas recuerdan los eventos positivos pero tienen tendencia a almacenar de otro modo los negativos, cuando no a preferir olvidarlos. De igual modo, pueden adornar esos recuerdos para que parezcan mejores, ignorando los detalles desagradables o menos favorables.
De tal modo, el síndrome de Pollyanna afecta al pasado y al futuro de dos formas distintas. Quien posee este sesgo de optimismo exacerbado transforma los hechos del pasado al recordarlos, para adecuarlos a su visión positiva, y tiende a sobreestimar los sucesos y consecuencias que puedan tener lugar en el futuro cuando opta por hacer algo o elige seguir un camino en vez de otro. Se produce así un exceso de confianza con el que no se valora la posibilidad de fallar, perder o de que las cosas no salgan como uno había soñado.
Gestión emocional
Esta actitud tan optimista llevada al extremo provoca entonces varios problemas. Se corre un importante riesgo a la hora de no fijarse en todo lo que nos rodea o lo que acontece, por lo que puede causar auténticas dificultades a la hora de gestionar las situaciones difíciles.
Incluso esa transformación u omisión del lado negativo de las cosas es posible que haga que el optimista tergiverse de tal modo la realidad que termine siendo víctima del autoengaño. Y cuando las cosas no salen como espera, padezca una gran frustración que también le costará gestionar.
Qué duda cabe que tener pensamientos positivos contribuye a nuestro bienestar y nuestra motivación personal y profesional, pero siempre en su justa medida. Lo más saludable es buscar el equilibrio, puesto que esa actitud y personalidad optimista llevadas al extremo pueden ser tan perniciosas como un pesimismo exagerado.
En determinados momentos, la positividad puede contribuir a motivarnos y sobrellevar mejor determinadas situaciones, pero en otras será necesario afrontar lo negativo y la dureza de la vida para poder aprender de esas experiencias que hemos de superar y continuar adelante, sin llevar a nuestras espaldas asuntos sin resolver.
En cualquier caso, si la gestión de tus emociones o la situación en la que vives te resulta complicada, recuerda que lo mejor es consultar a un psicólogo especialista para resolver tus dudas y buscar el equilibrio personal que tantas satisfacciones da.