Una mujer ingiere accidentalmente la sustancia llamada CPH4 y, “de repente” es capaz de usar el 40% de su actividad cerebral “a la vez”… y se pone a hablar chino, cuando un minuto antes no sabía palabra. Imaginaos lo que pasará cuando alcance el 100%…
Así comienza la película Lucy, una de las diversas vueltas de tuerca al mito del 10% del cerebro, la leyenda urbana que más éxito ha tenido entre las muchas que se refieren a este órgano tan fundamental. Pero no, pese a que efectivamente nuestro cerebro tenga más “potencial” y podamos ser más eficientes, no tenemos un 90% del cerebro sin usar, ni nos vamos a poner a hablar chino tras una dosis, aunque tú tal vez sí creas que hablas chino. Te lo explicamos.
Hasta para hacer el desayuno necesitamos el 100% del cerebro
El neurólogo John Henley de la Clínica Mayo explica en este artículo cómo hasta para preparar el café por la mañana necesitamos (casi) todo nuestro cerebro, y eso que estamos “medio dormidos”: “se activan los lóbulos occipital y parietal, las cortezas motora y sensorial, los ganglios basales, el cerebelo y los lóbulos frontales”, una tormenta de actividad neuronal en pocos segundos.
Pero es que, incluso dormidos, el cerebro no deja de trabajar, especialmente en la fase REM, fase clave en el proceso de almacenamiento de recuerdos y aprendizaje, equilibrando el estado de ánimo.
Y pese a que no todas las regiones del cerebro están activas simultáneamente (el resquicio que encontró Luc Besson, director de Lucy, para armar su historia) las diferentes tecnologías que analizan la actividad cerebral como la tomografía o la resonancia magnética funcional han revelado que, incluso durmiendo, todas las partes del cerebro presentan algún nivel de actividad… 24/7 como dicen ahora.
“Incluso las personas con trastornos neuronales degenerativos como el alzhéimer o el párkinson todavía usan más del 10% del cerebro”, señala el psicólogo de Samford Stephen L. Chew en este artículo. En este sentido, si una parte del cerebro es dañada siempre repercute en alguna función cerebral, como le sucedió al “instigador” de la lobotomía, Phineas Gage, al que una barra atravesó el cráneo “cambiando su personalidad”.
Así pues, si solo usásemos un 10% del cerebro, podríamos tener “suerte”, hacernos una trepanación (o dos) y que no pasase nada. Pero incluso los daños en las áreas más pequeñas pueden acarrear consecuencias muy graves.
La profesora de neurociencia evolutiva de Harvard Erin Hecht compara el cerebro con el corazón diciendo que “no hay tal cosa como usar el 30% del corazón”, como el cerebro, tiene periodos de “actividad más baja”, como cuando dormimos, y periodos de alta exigencia, cuando corremos, pero funciona al 100%.
En este sentido, las neuronas, elementos principales (y aún misteriosos) que contribuyen a este y otros muchos mitos cerebrales, no funcionan de forma aislada, comunicándose unas con otras y formando redes por todo el tejido cerebral… no solo por una parte del cerebro.
¿Cómo surge el mito del 10% y por qué tiene tanto éxito?
Cuenta Stephen L. Chew que el mito del 10% de uso del cerebro tiene varios “padres” y un número infinito de difusores, aunque se suele “culpar” principalmente al célebre filósofo y psicólogo William James que en una de sus obras hace ya más de un siglo dijo: “Comparados con lo que deberíamos estar, sólo estamos medio despiertos. Nuestros fuegos están apagados, nuestras corrientes de aire contenidas. Estamos haciendo uso de solo una pequeña parte de nuestros posibles recursos mentales y físicos”.
El “pobre” James solo estaba haciendo una posible analogía literaria sobre la eficiencia y la lucidez mental, pero, al parecer, comenzó a circular el rumor de que estaba sugiriendo que no usamos todo el cerebro… un 90% para ser exactos. Y no puede estar equivocado… ¡es un científico!
Desde James la “bola” empezó a crecer con “ayuda” incluso de Einstein, el científico al que más frases se le atribuyen erróneamente de la historia. Al parecer, el bestseller Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, uno de los pioneros de la autoayuda, ya señaló el porcentaje del 10% literalmente.
Y desde entonces hasta hoy, hasta el punto de que algunos estudios sobre “neuromitos en educación” señalan que aproximadamente el 50% de los profesores de primera y secundaria de distintas culturas “respaldan” el mito.
¿Y a qué se debe este “éxito”? Primero, a que suena bien y “plausible” porque el cerebro es el órgano más desconocido: “ni siquiera entendemos el cerebro de un gusano”, señala el presidente del Instituto Allen de Ciencia del Cerebro en este artículo.
Y entre los aspectos más desconocidos (y apasionantes) acerca del cerebro, se encuentra la mencionada conexión neuronal. De hecho, la falta de conocimiento acerca de algunos aspectos del funcionamiento neuronal pudo derivar en reforzar el mito, en particular la denominada neurogénesis, el nacimiento de las neuronas, tema todavía “controvertido” entre los neurocientíficos.
Pero el mito del 10% también tiene éxito porque nos da esperanza en el porvenir, una suerte de fe (pseudocientífica) acerca del destino del ser humano. Si algún día dominamos el 100% de nuestro cerebro entenderemos el sentido de la vida y alcanzaremos la paz espiritual que nos lleve, a su vez, a solventar los problemas sociales y medioambientales: el clímax de la humanidad gracias a nuestros “supercerebros”. ¿Cuántas pelis giran en torno a este tema?
Pero todo eso es ciencia ficción, lo que nos dice la ciencia (a secas) y con lo que nos hemos de conformar es con la plasticidad cerebral que “nos permite cambiar y aprender hasta el final“, y ese es nuestro verdadero “superpoder”: cuando menos, igual de fascinante que el mito del 10% porque tampoco conocemos el límite que puede alcanzar nuestro conocimiento. Así que aún hay “esperanza” para la humanidad, aunque no podamos hablar chino tras ingerir una pildorita…