Seguro que has oído alguna vez la célebre frase de Elbert Hubbard sobre la vuelta de las vacaciones: “nadie necesita más unas vacaciones que el que acaba de tenerlas”. Y es que Hubbard fue de esos pensadores muy hábiles a la hora de escribir frases lapidarias: “No te tomes la vida demasiado en serio, al fin y al cabo, no saldrás con vida de ella”.
Combinando ambas frases podemos concluir que tal vez nos deberíamos tomar un poco menos en serio el trabajo y un poco más las vacaciones para lograr un equilibrio que nos permitiese sortear el síndrome posvacacional que tiene como principal síntoma ese cansancio físico y fatiga mental que muchos perciben cuando vuelven de sus vacaciones para retomar sus rutinas septembrinas habituales.
¿Por qué regresamos de vacaciones más cansados que antes? ¿Mala organización? ¿Malos hábitos? ¿Por qué año tras año la misma falta de adaptación al regreso vacacional? A continuación, exponemos las causas de este cansancio posvacacional y las pautas para superarlo lo antes posible.
¿Por qué necesito unas vacaciones de las vacaciones?
Hay tres factores principales que determinan esta fatiga que muchas personas sienten a la vuelta de las vacaciones: el cambio, la adaptación y la mala organización del periodo vacacional.
El frenesí vacacional
Nos diréis que a buenas horas mangas verdes, pero para el próximo periodo vacacional tal vez logres plantearte unas vacaciones menos intensas que te permitan descansar y desconectar, algo cada vez más complicado, también en vacaciones.
Y es que el frenesí con el que muchos viven sus vidas actualmente también se traslada a la planificación de las vacaciones que parece diseñada en una agencia de viajes organizados. Ni un momento libre para no hacer nada, todo el rato de aquí para allá, con compromisos familiares y sociales de todo tipo, además de numerosas “experiencias” turísticas. Como trabajar cumplimentando una hoja de ruta, pero de vacaciones.
Para muchas personas, estar de vacaciones supone pasarse un poco con todo, hacer todo aquello que no hacen en su vida normal. Porque las vacaciones son para eso, ¿no? Para eso “nos matamos” a trabajar, para que luego llegue agosto y podamos ir de mariscadas, cociéndonos al sol durante días y tomar todos esos cubatas que rechazamos en noviembre, que en esa época tenemos muchas obligaciones. Pero en agosto, no: el cuerpo lo aguanta todo en verano.
Por supuesto, no es así, el marisco, el calor, los cubatas, la falta de sueño y el resto de excesos son un cóctel que tiene consecuencias muy relevantes en nuestro estado físico. “Disfrutamos” tanto de todo, que no sabemos ni que estamos disfrutando. Y, de repente… septiembre. Y el cambio es radical.
Los cambios cansan
Ni marisco, ni copas y ni sol: corbata, agua, ensalada y una hora en el metro escuchando el reguetón del pasajero de lado. Pero a las nueve de la mañana ya no es tan divertido como en el chiringuito de la playa tras un par de mojitos.
Cualquier cambio es un reto y pese a que sus consecuencias puedan ser positivas, exige más esfuerzo que no cambiar. Por eso, en otros contextos, cuesta también asumir un cambio, sobre todo para los individuos de carácter más conservador. Pero hay cambios que sabemos que son inevitables, que los hemos vivido muchas veces, pero, aun así, nos exigen un esfuerzo mayor que la estabilidad.
Ya lo dice el catedrático de Ciencias de la Conducta de la Facultad de Medicina de la Universidad de Oviedo José Antonio Flórez Lozano en su pionero artículo sobre el síndrome posvacacional publicado ya hace más de 20 años: “El síndrome postvacacional está relacionado simplemente con el «cambio», es decir, el paso de ese período vacacional a la vida normalizada y, sobre todo, real”.
No es que las vacaciones no sean “reales” (tal vez lo sean incluso más que el trabajo), pero es evidente que se estructuran de una forma muy diferente a la vida rutinaria en la mayor parte de los casos: solo un pequeño porcentaje de la población puede decir que su rutina son las vacaciones y trabajar un acto esporádico.
Así pues, la llegada de septiembre es el “gran cambio” del año, junto con el que podemos vivir en enero, tras las vacaciones de Navidad, en las que también sufrimos ese jet lag social y/o familiar de consecuencias a menudo lamentables.
La adaptación estresa y agota
Flórez Lozano habla del síndrome general de adaptación, una respuesta fisiológica que se produce ante estímulos estresantes y que ayuda al organismo a adaptarse para luchar… o huir. Pero en este caso no solemos huir. Así que toca pelear por adaptarnos a una situación marcada por un moderado estrés.
Es posible que tú mismo notes las tres fases de este síndrome a lo largo de los primeros días de la vuelta de las vacaciones. Primero la fase de alarma en la que tu cuerpo reconoce el estímulo estresante. Es entonces cuando el cuerpo libera hormonas como el cortisol o la adrenalina elevando la presión arterial.
Luego llega la fase de resistencia, cuando el organismo se adapta a un estrés continuado manteniendo una respuesta fisiológica equilibrada. Pero si esto no se logra, si el cuerpo y la mente no se adaptan al nuevo escenario de rutina posvacacional, llega la fase de agotamiento en la que los recursos se agotan y los mecanismos de adaptación fallan.
Y así es como el síndrome posvacacional —no descrito como tal en ninguna categoría diagnóstica— se puede convertir en algo más serio: fatiga crónica, ansiedad, depresión, trastornos del sueño, etc.
¿Cómo evitar el cansancio tras las vacaciones?
Desde luego que no todos los cansancios son iguales. Cuando estamos cansados después de salir a correr o estar en el gimnasio, es un cansancio inevitable… y agradable. Sabemos que nos recuperamos en pocas horas. Es lo mismo que cuando nos cansamos de jugar con nuestros hijos: llega un momento en que la energía se agota, pero al día siguiente estás otra vez repuesto. Y hay que ir de nuevo al “tajo”.
Pero el cansancio de las vacaciones no siempre es inevitable y agradable. Un vuelo en avión de doce horas cansa, un viaje en coche de ocho horas con atasco incluido cansa, una semana de comilonas y noches toledanas cansa. ¿Son inevitables? ¿Son agradables?
Tal vez haya llegado el momento de replantearnos el concepto de vacaciones intentando inmunizarnos ante la publicidad y algunas de las costumbres más arraigadas en nuestra sociedad desde que se impuso que en agosto no trabajara nadie y fuese prácticamente inhábil.
El hecho de que desde mayo se nos empiece a bombardear con mensajes que nos animen a consumir cerveza e ir a playas a tomar el sol, a viajar hasta el otro lado del mundo, o a pasar los días en los chiringuitos no quiere decir que tengamos obligatoriamente que hacerlo, teniendo en cuenta que si nos pasamos las vacaciones haciendo caso de los “consejos publicitarios” vamos a acabar como siempre: baldados y con síndrome posvacacional agudo.
Así que nuestro primer consejo para volver de vacaciones más descansados es no cansarse tanto: planificar las vacaciones como si no fuéramos superhéroes que pueden estar en todas partes a la vez ni como si fuéramos rockstars de gira mundial.
Incluso existe la posibilidad de no irse de vacaciones a ningún lado, simplemente disfrutar de no trabajar pasando el tiempo con quién más nos apetezca (o solos), pero sin la obligatoria necesidad de gastar el dinero que hemos ganado el resto del año en nuestros trabajos. Porque las vacaciones cuestan mucho dinero (cada día más) y no se sabe hasta qué punto merecen la pena tal y como las solemos plantear.
Porque unas vacaciones que terminan en la consulta del psicólogo no pueden estar bien planteadas. Y volviendo a Hubbard: “aquella persona que no es capaz de convertir un error en experiencia es el verdadero fracasado”. Si, año tras año, las vacaciones nos agotan y la vuelta al trabajo nos estresa, una de las dos cosas no funciona. Quizás las dos.