Perdonar es convivir. Convivir es perdonar. El ser humano vive en sociedad y la sociedad se nutre de una serie de códigos entre los que se incluye el concepto de perdón. Si errar es humano, perdonar el error también define nuestro carácter, nuestra empatía.
Aprender a perdonar supone reforzar nuestra estabilidad emocional, restaurar el sentimiento de amor y confianza siendo un elemento que mejora la convivencia. A continuación, reflexionamos sobre el concepto de perdón y la importancia de aprender a perdonar.
¿Qué significa perdonar?

El filósofo Joan-Carles Mèlich afirma que el perdón no es un deber, sino un don, algo que se puede dar y se puede pedir, pero siempre a cambio de nada, sin ninguna clase de compensación.
En este sentido, el perdón no sustituye al derecho ni a la justicia, el perdón está más allá de las reglas de la decencia de la moral. Si se trata de un perdón sincero, es un acto íntimo entre culpable y víctima y que solo concierne a ellos: una forma de arrepentimiento, reconciliación y reaproximación a la relación armónica entre dos personas.
El perdón hipócrita
¿Cuántas veces hemos dicho u oído frases como “por qué voy perdonar, si no me han pedido perdón” o “perdono, pero no olvido”? Si nuestra concesión de perdón incluye un objetivo, si nuestro perdón no es de corazón, no estaremos hablando de un perdón sincero.
En el mejor de los casos, se trata de ‘pasar página’ huyendo de la reflexión sobre la naturaleza de la acción a perdonar, y en el peor de los casos perpetúa una relación tóxica entre víctima y culpable. Si no se ponen las cartas encima de la mesa y ambas personas exponen de forma sincera sus emociones y pensamientos, no existe un perdón real, es un perdón hipócrita… y peligroso.
La psicóloga Ana Salgado denomina a este tipo de perdón como ‘perdón de pensamiento’ que supone una represión temporal del rencor, sin que este desaparezca totalmente manteniendo latente del deseo de venganza.
La venganza: la otra cara del perdón

Si el perdón no es sincero (o no existe ninguna clase de perdón) corremos el riesgo de alimentar un deseo de venganza. La venganza es una de las fuerzas destructivas más potentes que posee el ser humano. Históricamente, el rencor y la venganza han estado detrás de grandes tragedias de la humanidad.
Así mismo, el cine o la literatura han sublimado la venganza hasta el extremo, seduciendo a muchos espectadores y lectores con su innegable poder. La venganza es capaz de nutrirnos de energía durante toda una vida. Pero, como dice Mèlich, la venganza siempre conlleva dos tumbas: la del culpable y la de la víctima: una vez que la venganza es consumada, la víctima se vacía de energía, cava su propia tumba.
El perdón verdadero: el antídoto para la venganza

Entender que un proceso de venganza, por muy seductor que se nos antoje, siempre nos lleva a la autodestrucción, es uno de los pilares de la inteligencia emocional. La venganza destruye, el perdón construye, refuerza la convivencia, nos aporta estabilidad emocional y nos acerca a la paz interior…
Tal y como indican Hargrave y Sells, la capacidad de perdonar “restaura un sentimiento de amor y confianza, de manera tal que tanto víctima como victimario puedan poner punto final a un vínculo destructivo”.
Así mismo, Isabel Flores Portal indica que el proceso de perdón estaría vinculado a un mejor bienestar, a altos niveles de autoestima, presencia de emociones positivas, falta de vergüenza y bajo nivel de depresión, ansiedad y neuroticismo.
Y es que la disolución del ego también influye directamente en la capacidad de perdonar. En este sentido, el ser humano tiende a disculpar los fallos de otras personas cuando no le afectan directamente, mientras que tiende a exagerar cuando él es la víctima de idéntica situación. La capacidad de empatizar con los demás también potenciará nuestra disposición para perdonar.
Por otro lado, no hay que negarlo, la importancia de aprender a pedir perdón también está relacionado con la mejora de la convivencia, no siempre es un acto totalmente desinteresado ya que nos aporta beneficios, como hemos descrito.
Pasos para perdonar

- El primer paso para perdonar es tomar conciencia del problema, evitando reacciones impulsivas. Mientras el dolor es muy reciente no es aconsejable tomar decisiones definitivas, ni de un lado ni de otro.
- Una vez que hayamos superado esa fase inicial de dolor, deberemos reflexionar sobre la naturaleza del problema. Es un momento delicado en el que entran en juego diversas emociones y conceptos, algunos ya descritos anteriormente: la posibilidad de venganza, la expansión del ego, el anhelo de armonía, la humillación, la vergüenza, la presión social, etc.
- Una vez que hayamos reflexionado, es hora de escuchar a la otra persona. Es el momento en el que debemos discernir si su perdón es sincero o no. Porque entendemos que, para perdonar un fallo, el culpable debe asumir su responsabilidad, arrepentirse sinceramente y, después, por ese orden, pedir perdón.
- De nuevo, deberemos dejar un tiempo para reflexionar sobre sus palabras y ponerlas en relación a nuestras propias reflexiones. Es hora de sacar una conclusión.
Recordemos que perdonar no es un deber social ni moral. Estamos en nuestro ‘derecho’ de no perdonar si así lo consideramos oportuno. El perdón no cierra heridas, pero tampoco abre nuevas. Pero sí el perdón es sincero y nosotros tenemos también la capacidad de perdonar sin condiciones previas, de forma honesta, es el mejor camino para conseguir la estabilidad emocional, para alcanzar la armonía. Perdonar nos hace más humanos, nos hace mejores.