¿Te sientes incómodo cuando alguien se acerca a ti? ¿No soportas que te toquen, incluso aunque se trate de personas conocidas? Tal vez no seas solo receloso de tu espacio vital, sino que padezcas hafefobia, una poco habitual fobia específica caracterizada por el miedo irracional y persistente a ser tocado por algo o por alguien.
A continuación, reflejamos algunas experiencias concretas de personas con hafefobia, explicamos sus síntomas y causas, exploramos un estudio científico sobre esta fobia y exponemos los tratamientos más eficaces para ponerle freno, porque el sentido del tacto también es una forma de conocimiento y comunicación.
Hafefobia: “Cuando alguien me toca… me duele”

En este artículo publicado por Vice, un diseñador gráfico anónimo de 23 años que responde a las iniciales A. J. explica cómo ha lidiado durante toda su vida con su extremo temor a ser tocado por alguien.
“Si me tocan, casi me quema y puedo sentir su mano durante mucho tiempo después. Me siento violado hasta que me concentro en otra cosa (…) Cuando alguien me toca, me duele. No puedo explicarlo de mejor manera. Hasta hace poco, podía recordar cada vez que una persona me tocó en mi vida: dónde me había tocado y qué debería haber hecho para evitarlo”.
A. J. sufre un caso extremo de hafefobia, una de esas fobias minoritarias que pueden despertar sospecha, guasa o indiferencia en muchas personas pero que son un trauma para aquellas que las padecen, hasta el punto de que su vida cotidiana está marcada por la forma en la que gestionan su fobia: pequeños trucos para seguir adelante y que el miedo a ser tocado no suponga un obstáculo insalvable para vivir con normalidad… más o menos.
Cuenta A. J. que en su familia nunca le han dado un beso, que su madre considera “repugnante” a aquellas familias que besan a sus hijos, y que sus padres solo lo han abrazado una “docena” de veces.
Así mismo, también señala que su hafefobia ha marcado sus relaciones sentimentales y sexuales, como no podía ser de otra manera. “Pero el hecho de que no me guste que me toquen no significa que no tenga deseo sexual”.
Para manejar su fobia, terminó cayendo en el alcoholismo, hasta que conoció a una enfermera que “le tendió una mano”. Se casó con ella. Pero su esposa tiene dos hijos: “he vivido con ellos durante dos años… y nunca los he tocado, ni siquiera un roce accidental de la mano”.
No obstante, A. J. tomó medidas para curarse, especialmente por el alcoholismo en el que había caído para superar su hafefobia. “Al fin y al cabo creo que mi padre tiene razón: los humanos necesitan contacto”.
Hafefobia: síntomas y causas

Que no te guste que te toquen extraños sin tu consentimiento no es ninguna fobia, por supuesto. Es normal. Si vas en el metro y alguien se acerca demasiado, aunque no sea su intención tocarte, te sientes incómodo. No tiene nada de raro, es una cuestión vinculada al “espacio vital”. La hafefobia tampoco es lo mismo a la hipersensibilidad al tacto.
El problema llega cuando esa incomodidad al contacto físico pasa a ser miedo irracional, y no solo con extraños, sino con conocidos, amigos y familiares. Al final no se trata de “quién” te toca, sino el simple hecho de que te toquen.
Como hemos señalado en otras ocasiones a la hora de hablar de fobias, para ser considerado un trastorno, el miedo irracional al contacto físico debe extenderse a lo largo de, al menos, más de seis meses y afectar de forma considerable al día a día del sujeto, incluyendo síntomas como aumento del ritmo cardiaco, sudoración, escalofríos, mareos o ansiedad cuando existe “peligro” de ser tocado o cuando este contacto se produce.
¿Y cuáles son las posibles causas de esta fobia? Habría que estudiar cada caso en particular, y siempre te recomendamos que acudas a un psicólogo especializado en caso de que tengas estos síntomas, pero tal y como sucede con otras fobias similares, como la misofobia (el miedo a la contaminación o la suciedad), o la oclofobia (el miedo a las multitudes) la hafefobia puede vincularse a un suceso traumático vivido por el individuo, incluyendo, por supuesto, agresiones sexuales.
Este es el caso, por ejemplo, que fue estudiado en este artículo publicado el año pasado en European Psychiatry por la Universidad de Cambridge. Una mujer de 22 años acudió al psiquiatra aduciendo un miedo intenso a que su marido la tocase, padeciendo ardor en todo el cuerpo y taquicardias. Finalmente, la paciente señaló al psiquiatra que vivió un caso de abuso sexual brutal con amenaza de muerte por parte de su padrastro a la edad de 14 años.
Tal y como señalan los responsables del artículo, si la hafefobia deriva de una agresión sexual, debe procederse con mucha cautela, tratando de acudir a tratamientos como la terapia cognitiva conductual o la terapia de exposición, además de tratamiento farmacológico en caso de que sea necesario para tratar de minimizar la hafefobia y los trastornos asociados, como pueda ser la depresión.
No obstante, al margen de estas causas vinculadas a agresiones sexuales, la hafefobia también puede derivar antecedentes familiares como vimos en el caso de A. J. que señalaba que su propia madre detestaba tocar a su hijo, además de otros factores genéticos.
Conocer y comunicarse a través del tacto

Aunque pudiera parecer lo contrario, el tacto es el sentido más desarrollado y primitivo. Antes de ver u oír, tocamos. Como dice el zoólogo Desmond Morris, “es el primer proceso sensorial que entra en funcionamiento. Hemos aprendido a disimular y mentir en muchos de nuestros sistemas de comunicación, pero el tacto sigue siendo nuestra forma de comunicación más sincera”.
Son cinco millones de terminaciones nerviosas repartidas en dos metros cuadrados de piel, el órgano sensitivo más extenso del cuerpo, pero al no tener un “órgano principal” como pueda ser la nariz para el olfato, es el sentido de más difícil estudio.
De cualquier forma, tocar es conocer, es comunicar. Y una persona que padece hafefobia se está perdiendo parte de ese conocimiento, de esa comunicación. Por eso es importante recuperarlo. Algo que todos estamos intentando hacer tras esa época oscura en la que se nos indicó que la mejor forma de estar seguros era no tocar nada ni a nadie y oler el mundo a través de un trozo de polipropileno azul celeste.