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Tanatofobia: Hasta qué punto es normal el miedo a la muerte

No puedo fingir que no tengo miedo”. El famoso neurólogo británico Oliver Sacks —cuya historia fue narrada parcialmente en la película Despertares— incluía esa frase en su carta viral publicada en el New York Times pocas semanas antes de su muerte. Todo era gratitud, serenidad y amor por la vida. Pero, aún con todo, Sacks admitía su miedo a la muerte. Porque es inevitable, desde que el ser humano celebró la vida, comenzó a temer la muerte. Y así será mientras no seamos inmortales.

Pero cuando ese miedo perfectamente normal se convierte en irracional, cuando es una preocupación permanente que altera la vida cotidiana y viene aparejada de episodios de ansiedad y otros trastornos, entonces cabe hablar de tanatofobia, una fobia a la muerte que sí debe ser dominada y, en su caso, tratada por profesionales psicológicos. 

Tanatofobia: el miedo (irracional) a la muerte 

Miedo a la muerte
Un reloj de arena – Fuente: Unsplash

Ya lo hemos dicho: no se debe temer el miedo, sino la incapacidad para manejarlo, porque vivir sin miedo no es posible ya que se trata de un indispensable mecanismo de defensa que nos protege de las amenazas, una emoción primaria imprescindible para la supervivencia.  

Pero como sucede con cualquier emoción, el miedo también nos puede dominar, sin que el raciocinio sea capaz de manejarlo. Es entonces cuando el miedo se convierte en terror visceral, en miedo disfuncional, intenso y desproporcionado que puede derivar en trastornos de ansiedad. Y el miedo se transforma en fobia. 

Así pues, la tanatofobia es el terror visceral a la muerte, no momentáneo, sino persistente durante un largo periodo de tiempo. Por lo tanto, no eres tanatofóbico por tener un episodio de ansiedad previa a los resultados de una prueba diagnóstica o por un momento de crisis ante una enfermedad de un familiar.  

No, la tanatofobia, como cualquier otra fobia, debe ser persistente y afectar la vida cotidiana del individuo durante, al menos seis meses, como refleja el DSM-5 cuando se refiere a las fobias, no incluyendo en ellas, al menos de momento, la tanatofobia.  

Si piensas en la muerte habitualmente y esos pensamientos derivan en alteraciones físicas como dolores de estómago o de cabeza, si evitas situaciones en las que existe el más mínimo peligro, si sufres ataques de pánico vinculados a esta idea de muerte o tienes un temor irracional por tu salud y/o de alguno de tus allegados, podrías tener tanatofobia. Si todas esas situaciones afectan tu calidad de vida, no lo dudes, consulta con un psicólogo ya que esta fobia, como cualquier otra, puede y debe ser tratada.

¿Hasta qué punto es normal el miedo a la muerte? 

Miedo a la muerte
Una representación icónica de la muerte con la hoz – Fuente: Pexels

Mientras no se convierta en fobia, podríamos decir que el miedo a la muerte es perfectamente normal. No en vano la historia de la humanidad está marcada por nuestro miedo a la muerte, el temor más común a todas las civilizaciones y culturas de la historia.  

Ya lo señaló el ensayo Del miedo a la muerte del Doctor en Filosofía y Catedrático Emérito de Psicología Social de la Universidad Complutense de Madrid Florencio Jiménez Burillo: existe acuerdo entre los historiadores de que, en algún momento del proceso de hominización, el ser humano descubrió su finitud, surgió el miedo a la muerte y, a partir de entonces, adquirió la categoría de sentimiento universal en sentido antropológico y cultural. 

No es una coincidencia que la inmortalidad sea el tema central de la primera obra literaria conservada de la historia. Se trata de la epopeya de Gilgamesh, el héroe sumerio que sufrió una crisis existencial cuando su amigo Enkidu murió: Gilgamesh se enfrenta al misterio de la muerte. ¿Y cómo reacciona? Dedicando el resto de su vida a buscar la inmortalidad, por supuesto. 

Y es que da igual dónde indaguemos, ya sea en las Primeras Naciones de Australia, en la civilización Caral americana, o en la dinastía Shang china: el ser humano siempre ha tratado de buscar respuestas a la muerte. Y al encontrarnos con el silencio más atronador, comenzamos a “inventar”, a construir relatos más o menos bien hilvanados para dar respuesta (tranquilizadora) a la gran pregunta. Y llegaron el más allá, el paraíso, la reencarnación, etc. 

Miedo a la muerte
Una representación de Cristo en la Cruz – Fuente: Pexels

Mientras la ciencia aún no estaba capacitada para dar respuestas, aunque fueran fríamente sintéticas, aquellas que buena parte de nuestros ancestros sospechaban, pero no querían creer —morimos y ya está—, fueron el arte, la religión o la filosofía las que se encargaron de la titánica tarea de tranquilizar al personal.  


Porque vivir temiendo el misterio de la muerte no era vida, y no era bueno para nadie, tampoco para los diferentes poderes que manejaban las sociedades. Era mejor que los ciudadanos creyesen en algo para seguir viviendo (y trabajando) con cierto entusiasmo, ya fuese en Moisés, Ra o la Santísima Trinidad.

Pero las sociedades evolucionaron hasta que llegó la Ilustración y el ser humano abrazó el conocimiento científico, enfocando el estudio de la vida (y de la muerte) desde un nuevo punto de vista. ¿Fue el fin del miedo a la muerte? No, porque la respuesta tampoco gustó. Y entonces, empezamos a dejar de lado la muerte. Como si no fuera cosa nuestra.  

El tabú de la muerte: ¿un rasgo de nuestro tiempo? 

Miedo a la muerte
Un cadáver en una camilla – Fuente: Unsplash

Como hemos visto, el miedo a la muerte, con diversas matizaciones, es un rasgo común a toda la historia de la humanidad. Lo que muchos estudiosos consideran como característico de nuestro tiempo es la negación de la muerte, su invisibilidad, hasta el punto de que, como dice Jiménez Burillo, el tabú de la muerte ha podido sustituir al tabú sexual más propio del XIX

Si en la Edad Media en la Europa cristiana, la muerte era un pensamiento recurrente, pero no había “problema” con ello porque, si te portabas bien en vida, irías al paraíso y no morirías jamás, en la actualidad ese recurso ya no existe.  

Y como la ciencia sigue sin tener respuestas tranquilizadoras para la muerte —efectivamente, como sospechaba Gilgamesh, morimos y ya está— ni, de momento, está preparada para ofrecer la inmortalidad —a pesar de que cada vez más gente decide criogenizarse por si acaso—, las sociedades más avanzadas y desligadas de las sabidurías (acientíficas) ancestrales han decidido que la mejor forma de no temer a la muerte es invisibilizarla: todos vamos a morir, pero la muerte no existe, al menos no para los jóvenes que somos todos hasta que cumplimos 85, y creciendo. 

Por eso, sucesos como la pandemia de COVID-19 fue, entre otras muchas cosas, un colapso espiritual y psicológico para millones de personas, especialmente del mundo occidental, que se encontraron con que, efectivamente, la muerte existe, incluso aunque seas un joven y estupendo ser humano de 45 años que toma mucho colágeno. La muerte está ahí, siempre. Y llegará. Y entonces nos echamos a temblar por si nos tocaba. Y aquello se asemejó a cuando nuestros ancestros veían como la luna tapaba el sol y pensaban que era el final de los tiempos. Todos a correr en todas direcciones.  

Hablar y pensar en la muerte para dejar de temerla 

Miedo a la muerte
Un cementerio – Fuente: Pexels

La única manera de dominar un miedo es racionalizarlo, pensar en él, abordarlo, no arrinconarlo y, ni mucho menos, invisibilizarlo, hacer como que no existe. Porque la muerte no es solo cosa de geriátricos, desafortunados accidentes y gente que no se cuida, es cosa de todos. Pero, todos, todos. Sin excepción, desde niños a viejos, desde ricos a pobres. 


Decía Platón que filosofar es aprender a morir. Y eso es lo que, a buen seguro, necesita también nuestro tiempo para dejar de temer la respuesta a la gran pregunta. Y es que Freud ya decía que la muerte propia es inimaginable, nadie cree en su propia muerte. Mueren los demás, pero… ¿nuestra propia muerte? No, no puede ser. Hablemos de otra cosa. 

Pero llega un momento en el que hay que hablar de estas cosas, y muchas veces ya es tarde, porque no estamos preparados. Ya lo señaló la psiquiatra suiza Elisabeth Kübler Ross, una de las mayores expertas en la muerte y los cuidados paliativos de nuestro tiempo, en su libro Sobre la muerte y los moribundos: son las cinco etapas a las que se enfrenta el enfermo terminal: negación, ira, negociación, depresión y aceptación

Llevando esta teoría más allá de los enfermos terminales, podemos concluir que, a nivel general, cuanto antes nos sentemos a hablar sobre la muerte, la propia y de los seres queridos, antes pasaremos por las cuatro fases previas a la aceptación, la única que garantiza una vida (un poco más) plena. Porque os imagináis una vida en la que hubiésemos aceptado (de verdad) que vamos a morir, que nuestros amigos van a morir, que, incluso, nuestros hijos pueden morir. Tal vez el miedo se mitigaría casi hasta extinguirse y, por fin, podríamos vivir de frente, sin temor. 

Y esto pasa también por hablar a los niños de la muerte, como dijo Jiménez Burillo: hacerles ver que la aceptación de nuestra mortalidad personal es una excelente vía de autoconocimiento. Así que, la conclusión a la que llegan filósofos y psicólogos es que la única manera de dominar el miedo a la muerte, y evitar que se transforme en fobia, es hablar y pensar sobre ello, no negarlo, como negamos tantos temas delicados hasta que llega el momento de enfrentarse a ellos. Y ya es tarde. Porque ya lo dijo Octavio Paz: una civilización que niega la muerte, acabará negando la vida.



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