madrid
Actualizado:"Queremos sentirnos seguras en nuestras bibliotecas". Así arrancaba el cartel que varios colectivos feministas de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) difundieron por las facultades denunciando a un acosador que deambulaba por las bibliotecas. Con un modus operandi definido, este hombre se acercaba a las alumnas que estaban estudiando, pidiéndoles bibliografía sobre derecho para su tesis doctoral.
Varias estudiantes contaron a las organizaciones Scila y Olympias sus casos, y en todos se presentaba el mismo contexto. Tras iniciar conversación con ellas, a algunas les empezaba a hablar por Whatssap sin freno, a otras las esperaba hasta acabar la jornada para acompañarlas hasta el coche, o al metro... un exceso de confianza que se puede interpretar como acoso desde varios puntos legales.
"Nos llegó un mensaje a través de Instagram de una chica que nos contaba su caso, así que nos pusimos en contacto varias asociaciones de la Universidad para pegar carteles. Tras esto, nos empezaron a enviar muchos mensajes contando este mismo caso", cuentan desde la asociación Scila.
El baño de realidad se produjo cuando se dispusieron a avisar a los bibliotecarios de las facultades de Matemáticas, Ciencias de la Información, Enfermería, Historia y Biología, donde se había dejado ver este hombre. "Nos pusimos en contacto con los bibliotecarios y nos dijeron que hacía años que estaban al corriente del caso y no habían hecho nada. Les habían llegado quejas de alumnas y se habían quedado ahí, no se habían tomado medidas", aseguran desde Scila.
"Una de las defensas mas importantes de la autodefensa feminista es el escrache social"
El eco del caso ha desvelado que las actividades de este individuo eran conocidas desde, al menos, hace cinco años. "Este caso encaja dentro del acoso sexual, de acuerdo con el artículo 7 de la Ley Orgánica 3/2007 para la Igualdad efectiva entre Mujeres y Hombres", declara Tasia Aránguez, profesora de la facultad de derecho de Granada.
"En redes sociales denunciamos el caso sin fotos, pero en los baños femeninos sí que adjuntábamos la imagen. Teníamos claro que queríamos que las alumnas vieran su cara. La foto es clave porque creo que una de las herramientas más importantes de la autodefensa feminista es el escrache social", defienden desde ambas asociaciones.
La sororidad se presentó en los rincones más inhóspitos de la urbe universitaria. El equipo de auxiliares de limpieza –formado casi exclusivamente por mujeres– decidió no quitar los carteles de los baños durante varios días para visibilizar la causa.
No se le volvió a ver.
Los riesgos jurídicos de estas acciones
La universidad es un mundo, y lo que hay fuera es crudo y da miedo. Desde el punto de vista del derecho, esta autodefensa feminista para prevenir el acoso tiene las de perder si se produjese un juicio.
"Puedo entender como mujer que se organicen para protegerse, pero como jurista no comparto que se distribuya una foto de una persona sin estar condenada por una sentencia firme", dice Montse Linares, abogada granadina y vocal de la Subcomisión de Violencia sobre la Mujer del Consejo General de la Abogacía Española.
"Al margen de la ley nunca nada me parece bueno, pero puedo entender que se pongan de acuerdo y que cuenten lo que están padeciendo. Sí que existen cauces legales. Podrían ponerlo en conocimiento de la justicia y de la autoridad académica", arguye Gema Rial, abogada de Pontevedra y experta en cuestión de autodefensa contra la violencia machista.
"Estas actitudes son acosadoras y hasta 2015 no estaban tipificadas"
Ninguna estudiante optó por acudir al Rectorado o a ninguna institución universitaria porque las consideran inertes para este tipo de cuestiones. "Es una situación peliaguda para ellas, pero viene del hartazgo. Estas actitudes son acosadoras y hasta 2015 no estaban tipificadas. Este tipo de conductas sí son delitos, pero existe el problema de la acreditación", asegura la letrada Linares.
"Ante la desconfianza que generan los sistemas tradicionales, surgen este tipo de organizaciones, que son positivas. Las mujeres usan estos métodos para hacer prevalecer su verdad, que se ve deslegitimada en los órganos o en las instituciones en las que se solía denunciar. Me parece una respuesta legítima ante la falta de funcionamiento de la justicia ante estas cuestiones", cuenta Meritxell Esquirol, experta en Igualdad y género y profesora de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC).
Tasia Aránguez, profesora de derecho, cree también que las Universidades han avanzado en la protección de la mujer en este tipo de denuncias: "Los protocolos contra el acoso sexual de las universidades intentan garantizar el anonimato, la discreción y la ausencia de represalias contra las mujeres que presentan una queja. Además se procura no provocar una doble victimización de las mujeres. Esto se hace suavizando la carga de la prueba de la víctima, de modo que cuando existen indicios fundados de acoso sexual (como en este caso, en el que hay muchos testimonios), se desplaza a la otra parte la obligación de probar".
La dificultad de demostrar un caso de acoso
"A lo mejor vas a un juzgado y sales escaldada, pero si la denuncia es grupal, probablemente la situación cambia"
"El que cause a otro una coacción de carácter leve, será castigado con la pena de multa de uno a tres meses", reza el Código Penal en el artículo 172.3. Ese debe ser el argumento sobre el que las alumnas, dicen las abogadas, deberían haberse apoyado para emprender acciones legales.
En el ámbito judicial penal es muy difícil valorar a nivel punitivo estas conductas. Este tipo de delitos (acoso, violencia de menores) tienen una dificultad probatoria muy grande. Las consecuencias son tan nefastas para las victimas como la dificultad de acreditarlo en un órgano judicial, cuenta la vocal de la Subcomisión de Violencia sobre la Mujer del Consejo General de la Abogacía Española Montse Linares. "Yo no pongo denuncia en todas las situaciones que me cuentan las clientas, porque como no las crean, salen con una sentencia absolutoria o un sobreseimiento y el acusado sale crecido. Genera tal desamparo judicial que sirve para que no vuelvan a denunciar", concluye.
"Como autodefensa no hay más que la denuncia. A lo mejor vas a un juzgado y sales escaldada, pero si la denuncia es grupal, probablemente la situación cambia. No podemos organizarnos como en el lejano oeste, no podemos pasar de las normas", concluye Gema Rial.
La dura batalla por la credibilidad femenina
Toda esta historia nace de la credibilidad. Ganársela, sentir que no te pertenece, pelear por conseguirla. "Noto desde hace años desesperanza con la justicia. Para qué voy a denunciar si nadie me va a creer", reflexiona Montse Linares.
"Lamentablemente vemos que muchas veces las normas resultan ineficaces para proteger a las víctimas y son ellas las que salen dañadas cuando reclaman. Esta situación de indefensión debe cambiar mediante una toma de conciencia de toda la sociedad sobre el daño que causan las conductas sexistas normalizadas. También hay que tomar en serio la palabra de las mujeres, ¿cuántas mujeres tienen que aportar su palabra para refutar la palabra de un solo hombre?", resume Tasia Aránguez.
"La protesta y la revolución es esto: contestarle al sistema cuando no funciona, así se mueven las piezas que lo conforman y este puede poco a poco enderezarse", concluye Meritxell Esquirol.
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