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Andalucía Vivir en una barraca a la espalda de Gibraltar

Beatriz Díaz investiga en su libro ‘Con cuatro tablas y cuatro chapas’ una realidad silenciada de la mayoría de los vecinos de la Línea. Esta población limítrofe vivió en barrios de chozas y barracas hasta casi entrado los años 80 y a escasos metros del Peñón.

En los 70 y 80, los vecinos de La Línea vivían en chabolas a la espalda del Peñón. / Archivo. Beatriz Díaz Martínez

Desde hace más de tres siglos, el territorio de la Línea ha estado sometido a la vigilancia colonial de Gibraltar en la marginación más absoluta. Y es que, hasta bien entrada la democracia, en los inicios de la década de los 70 y 80, sus vecinos aún vivían en barrios de chabolas a la espalda del Peñón y en calles de arena donde los suministros más básicos eran carentes para prácticamente la totalidad de sus vecinos.

Beatriz Díaz ha publicado una investigación sobre esta realidad Con cuatro tablas y cuatro chapas. Vivir en barracas. Memoria Oral de la vida en las barracas de La Línea (Cádiz) (Autoedición. Bilbao, 2018), que precede a una anterior Camino de Gibraltar. Dependencia y sustento en La Línea y Gibraltar (Secretaria General de Salud Pública, 2009) en la que presenta historias de vida que describen con detalle el ambiente socioeconómico y la vida cotidiana de este territorio transfronterizo y empobrecido que ha vivido, como reza una expresión popular de la comarca, “al olorcillo de Gibraltar”.

“El Campo de Gibraltar es un territorio con grandes carencias sociales. La Línea es una población urbana y proletaria y en consecuencia luchadora y perseguida, cuyo origen y destino no puede desligarse de su vecina Gibraltar” destaca Díaz. Con una población de 63 mil habitantes en 2017, La Línea es hoy la segunda ciudad más poblada de la comarca, separada del Peñón por una invisible línea geográfica.

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"La Línea es una población urbana y proletaria, luchadora y perseguida". / Archivo. Beatriz Díaz Martínez

Sin saneamiento, sin luz y sin agua potable

Díaz recalca a Público cómo dos factores han condicionado su historia. “Por un lado la tierra, como en otras zonas de Andalucía, ha estado históricamente en manos de pocos propietarios que no han buscado el progreso de la población. Y en segundo lugar, la ocupación colonial de Gibraltar”.

En La Línea vivían "al olorcillo de Gibraltar", dice una expresión de la zona

Hasta los años 70 y 80 gran parte de la población linense vivió en barrios de chozas que se reconstruían, año tras año, con los materiales sacados de la colonia inglesa. “No exageramos al decir que la mayoría de las y los campogibraltareños nacidos antes de los años sesenta han vivido sin agua potable en viviendas, sin saneamiento ni luz”. Beatriz Díaz estuvo largos meses estudiando barriadas como la Atunara o el Junquillo en La Línea, ayer y hoy zonas marginales sacudidas por las redes del narcotráfico.

La población vivía al “olor de Gibraltar”, una expresión muy usada en esta zona del sur de Europa. Díaz detalla la variedad de estas construcciones precarias que era de lo más variopinto y en las que sus vecinos vivían con la mayor dignidad posible. “Chozas o barracas, adosadas o anejas a casas de mampostería, casas hechas con restos de obras, barriadas de barracas en veredas, en vaguadas o en zonas céntricas, patios con casas” repartidas por todos los barrios de La Línea.

El papel imprescindible de las mujeres

La labor de las mujeres juega un papel primordial en medio de este contexto de marginación. No solo para sacar adelante a la familia, también en el mantenimiento de la barraca, “compaginando trabajo y cuidados familiares”.

En estas viviendas comunitarias donde vivían apilados, se hacía trueque y comercio a pequeña escala. Díaz destaca en su libro cómo “las mujeres se exponían el estraperlo, se guardaban cajones de tabaco y a sus portones se asomaban los diteros o vendedores a plazos”. En los patios, las mujeres eran las principales protagonistas de una vida social que permitió “sobrevivir en tiempos difíciles y fraguar la identidad de la población linense”.

Ellas eran también las encargadas, en medio de esta precariedad, de buscarse la vida con escasos recursos y realizar los arreglos que fueran necesarios dentro y fuera de la barraca. No era un papel predominante ni asignado al hombre.

”Esa barraca era como un palacio”. Y es que las protagonistas de aquella historia reivindican, por encima de todo, la dignidad que tuvieron aquellos años de vida. “Se sienten orgullosas de haber sabido salir adelante en las condiciones impuestas” señala la investigadora.

El contrabando era un negocio de "supervivencia para unos y riqueza para otros"

Quisca fue una de esas niñas, entrevistadas por Beatriz, que testimonia en primera persona la miseria de aquella vida silenciada. “Mi casa era una choza de piedra con las paredes y techo de rama”. Quisca y su familia dormían en un camastro de lentisco, sobre unos palos. “Ahí nos acostábamos. Y nos tapábamos con chaquetas o con el hato de las bestias”.

Guillermo Pérez recuerda cómo los emigrantes en la primera mitad del siglo XX venían en busca de trabajo a las puertas de Gibraltar por los negocios que allí se movían a pequeña escala. “Se conocía Gibraltar, porque de Gibraltar salían para acá el café y el tabaco, y pensaban, ¡aquello es Jauja! Muchos trabajaban en Gibraltar y la gente que no, comía todos los días con el trapicheo de la frontera”.

En el último siglo, el contrabando ha sido el motor de vida de los vecinos de la frontera que completaban su subsistencia a través de los pequeños portes. Díaz señala cómo era un negocio de “supervivencia para unos y riqueza para otros”.

Rafael López relata cómo traía pan o tabaco de Gibraltar cuando era muy pequeño. “Cuando llegaba la tarde cogía mi madre, que en paz descanse, y me decía, 'vamos a ir a Gibraltar'. Ella traía los mandaos y traía unas cuantas cajas de cigarrillos ingleses”.

López recuerda cómo hacían la salida saludando a los carabineros. “Llevaba diez cigarros en un lado y diez cigarros en el otro lado de la pierna. Daba tres o cuatro viajes con mi madre y lo dejaba allí en el bar de La Campana, donde estaba la barbería que había en la esquina de la calle Carboneros”.

Esta población superviviente vivía en un fuerte contraste donde se vislumbraba la pobreza de las barracas y el esplendor gibraltareño del otro lado donde fluían bienes, relaciones sociales, relaciones familiares, ocio y trabajo.

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"Por más puertas que cierren, siempre quedará un boquetillo". / Archivo. Beatriz Díaz Martínez

Un golpe más: el cierre de la frontera

Uno de los episodios más duros en la historia reciente de La Línea fue el cierre de la frontera con Gibraltar desde 1969 hasta 1982. Esta medida hundió las pocas oportunidades que tenían muchos vecinos de la Línea, ya que 5.000 personas perdieron en pocas horas sus puestos de trabajo, tras retirar el régimen franquista los permisos laborales.

“Aquel momento fue traumático para muchas familias”, apunta Díaz. Antonio Casablanca Elías detalla en su testimonio, recogido por Díaz, cómo su hermana quedó al otro lado de la verja junto a su marido a partir del 9 de Junio de 1969. “Nos veíamos a través de los barrotes y a gritos. Nos enterábamos más o menos de las vicisitudes diarias”. Cuando era posible la hermana de Antonio viajaba hasta Tánger y de allí a Algeciras para llegar a La Línea y ver a su madre. “El viaje era muy pesado, y no podían hacerlo muy a menudo”, afirma Antonio.

Había que viajar hasta Tánger y de allí a Algeciras para llegar a La Línea

Este golpe emocional, laboral y económico fue duramente criticado por expertos de la época. El inglés John Naylon, en un estudio sobre la economía de Gibraltar en 1984 detallaba cómo durante los años del cierre, hubo “más de mil familias gibraltareños divididas con el cierre de la frontera”. Gonzalo Arias, defensor y activista, reivindicó con marchas no violentas cómo por razones “humanitarias no podían seguir manteniendo aquel cierre”. Declaraba así en medio de la tragedia: “Dos comunidades que en realidad son dos barrios de una misma ciudad están separadas”.

Muchas familias salieron de la comarca de El Campo de Gibraltar. Emigraron y siguieron luchando. Otras continuaron en su vida a pesar de la carestía y la precariedad de las barracas que quedaban en pie y los barrios que iban convirtiéndose en viviendas reales. La vida continuó castigando a los que vivían en la linde. Al pie de una raya que ha creado demasiadas barreras y pocas responsabilidades con esta población marginada por el poder colonial.

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