Este artículo se publicó hace 4 años.
CoronavirusEl virus del edadismo o cómo la fortaleza mental no está reñida con la física
La tercera edad ha sufrido grandes cambios en su rutina a causa del confinamiento. Un estudio certifica cómo las personas con mayores recursos personales han podido lidiar mejor con la situación, además de incidir en la importancia de saber vivir con la soledad.
Madrid-
"Este virus edadista ha contaminado de edadismo a la sociedad". Así de tajante se muestra Javier Yanguas, doctor en psicología y director científico del Programa de Mayores de la Fundación La Caixa, cuando se le cuestiona por el impacto del coronavirus en la tercera edad. Este sector de la población ha visto cómo sus iguales han ido pereciendo a causa del coronavirus sin atenderse a sus peculiaridades. "A todos los mayores se les ha considerado como si tuvieran el mismo riesgo, cuando precisamente su característica principal es la diversidad, donde hay personas de 65 y 95 años, padres e hijos, una generación. Es injusto tratarles igual", introduce el doctor.
El hecho de que los mayores tuvieran más probabilidad de perder la vida por la covid-19 es una realidad. Que personas más vulnerables físicamente puede ser psicológicamente más fuertes que otras, también. "Toda la historia de la vejez se ha centrado en hacer actividades, y ahora que no se han podido llevar a cabo se ha revelado que quienes mejor lo han llevado la situación han sido aquellos que más recursos personales tenían a su alcance, los que se han comprometido con su gente, con confianza en el futuro; en definitiva, los que mejor se han autogestionado sus miedos", aclara Yanguas.
El propio profesional da la clave de la situación: "Igual tenemos que centrarnos menos en el hacer y más en el ser, en el crecimiento personal, saber llevar la soledad, empoderarles". Paloma Alcubilla, periodista jubilada y con 72 años, confirma esta tesis. Desde su punto de vista, las redes de apoyo es lo que les ha salvado, porque "escribirte con la gente es muy importante al ir comunicando tus experiencias", explica. "Yo he visto que los mayores tenemos que aprender una cosa, y es que nos tenemos que trabajar nuestro futuro porque veremos cómo cae gente de nuestra generación constantemente", comenta esta madrileña a Público.
Ella, que aprendió inglés hace décadas leyendo los libros sobre Hércules Poirot, define la soledad como "el no tener interés por nada de lo que hay alrededor", y aclara: "Una persona sola no tiene por qué sentir soledad como algo negativo siempre y cuando tenga ciertos alicientes para aceptar lo que tiene en la vida y buscar lo que desea". Alcubilla, que trabajó en RTVE, considera que los mayores tienen mucho que aportar a la sociedad: "Nosotros ya nos hemos dado todas las hostias que todavía los más jóvenes no se han dado. Tenemos que hacer que los demás aprendan de nuestra experiencia, pero llevándola bien, siempre siendo revisionistas y sabiendo que la sociedad cambia cada día".
Rosa Vilalta ha pasado, y pasa, el confinamiento sola, incluso habiendo sufrido leves síntomas de covid-19. A sus 76 años y separada desde hace cuatro décadas, rememora una de las peculiaridades que ha dejado este periodo de tiempo: "Hemos recuperado una cosa muy importante, como la voz, el teléfono con voz. Llamabas a la familia, a tus amistados y nadie tenía prisa, las conversaciones eran de mínimo media hora. Eso ha sido muy bonito, pero ahora que se puede salir más y parece que se ve el horizonte ya no existe tanta necesidad de comunicarse", declara.
La pandemia no es una guerra
Los mayores, si no llegaron a vivir la Guerra Civil, sí que tuvieron que crecer en la posguerra, lo que les infunde un halo de conocimiento al respecto a la hora de tratar la cuestión de la pandemia como un acontecimiento bélico. "Una guerra es caótica, se pasa hambre, es el terror. Aquí tenemos la nevera llena y quien tiene una vivienda más o menos digna ha podido estar en casa con multitud de comodidades, así que esto nunca ha sido una guerra, por mucho que lo quisieran vender de esa forma", aduce esta antigua profesora de instituto.
"Dejando a un lado todo esto, ¿cómo está usted, Rosa?", le pregunta este periodista unos minutos después de iniciar la conversación telefónica. "Yo estoy bien, nunca me aburro, siempre leo, hago punto, cocino, converso, veo cine, y he salido a andar siempre que he podido cinco o seis kilometritos por la montaña, que la tengo aquí al lado. Pero también estoy triste porque veo que el entorno social va a la deriva. No puedo ser optimista del todo cuando veo la actitud de los políticos. No merecemos esos representantes, el pueblo tiene más sentido común", responde la catalana.
Vilalta también reflexiona en torno a la soledad: "Es muy importante saber estar solo. Yo, que me he tenido que divorciar, he pactado con la soledad, y al final me gusta. Las personas tenemos que aprender a que nuestro bienestar no dependa de nadie y que los lazos afectivos sirvan para complementarnos pero sin depender de ellos".
Miedo y ansiedad
Algunos datos aportados por Yanguas dejan entrever que, pese a la fortaleza mental de la tercera edad, también han sufrido algunos estragos psicológicos. Según el psicólogo, cuatro de cada diez ancianos entrevistados reconocen haber tenido pensamientos negativos, una cifra que se repite en aquellos que afirman haberlo pasado emocionalmente mal. Preguntados por si su vida se ha visto alterada, tres de cada diez han respondido que sí. El porcentaje se eleva hasta el 50% para aquellos mayores que aseguran haber pasado algo o mucho miedo. "Habría que pensar si ese temor viene condicionado por la focalización del virus en la edad, en un colectivo tan grande y diverso, en lugar de individualizarlo en las personas con patologías previas", incide el director del estudio realizado por la Fundación La Caixa.
"Si antes la vida ya estaba complicada, ahora con lo que ha caído encima, estará peor"
"No he sentido miedo o temor, sino responsabilidad al saber que si no seguía las recomendaciones sanitarias podía contagiarme o contagiar a los demás", dice Margarita Moreno. Desde el punto de vista de esta vecina de en Valencia, la gente ha tenido más ansiedad que pavor de cara a la pandemia. "La incertidumbre de no saber si mañana te iba a tocar era lo peor", añade.
"Todo sirve para crecer"
Padeciendo una discapacidad visual del 90%, su férrea rutina ha hecho más llevaderos estos casi tres meses en los que ha tenido que vivir encerrada. "Me levanto a las siete y media, limpio, cocino, compro, lo hago todo. Mi marido me ayuda, pero yo no quiero depender de nadie. Hasta que no pierda toda mi vista, voy a seguir haciendo lo que quiero. Si tengo que pasar el paño tres veces por los cristales porque con la primera y la segunda no han quedado bien, pues lo hago", relata Moreno.
Analizando la realidad de la tercera edad, esta jubilada de 69 años asegura que las personas mayores conviven con mucha carga, "y más ahora que tienen que mantener a los hijos, nietos o ayudarles económicamente". Pero también piensa sobre el futuro: "Si antes la vida ya estaba complicada, ahora con lo que ha caído encima, estará peor", agrega. Retomando la primera persona y antes de colgar el teléfono, Moreno no se olvida de decir cuál es su lema de vida: "Ayudar todo lo que pueda dentro de mis posibilidades e intentar ser feliz". Un mensaje que coincide con la despedida de Vilalta, desde Barcelona, tan universal como empoderante: "Todo sirve para crecer".
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