Este artículo se publicó hace 4 años.
"Era un descontrol total: si la plantilla del matadero de Binéfar fuera más vieja, ahora contaríamos muertos por virus"
"Despidos fulminantes, intimidación y violencia física y verbal". Esa es la receta que, según un empleado de la CNT, utilizaban los italianos para mantener a raya a la plantilla en medio de uno de los mayores brotes de la covid-19 desde que se declaró la cuarentena. Pini llamaba 'esclavos blancos' a sus trabajadores húngaros.
Binéfar (Huesca)-
"El día 20 de marzo habían caído ya tres compañeras por la covid-19 y la bola que nos dieron en la empresa fue que nos calláramos y colocáramos un letrero en el comedor diciendo que Litera Meat estaba libre de la enfermedad", dice Gregory Orozco. Este colombiano de 47 años fue uno de los primeros empleados contratados por los dueños del macromatadero de Binéfar cuando arrancó la empresa en agosto pasado y también uno de quienes mejor conocen las entrañas del epicentro de una de las mayores cadenas de contagio de coronavirus declaradas en España desde que comenzó el confinamiento.
Al menos mil personas han sido alcanzadas a raíz de esta eclosión si se aplican los ratios al uso, a las que habría que añadir las tocadas por el virus a raíz de un segundo brote producido en el otro matadero de Binéfar, el gestionado por Fribin, donde también existen 198 casos confirmados mediante pruebas rápidas entre la plantilla. Todos esos infectados de Fribin han sido sometidos a un segundo test PCR cuyos resultados están a punto de conocerse. A raíz de los muestreos efectuados en Fribin al cierre de esta información, se asume anticipadamente que solo una pequeña parte de los positivos padecen la enfermedad ahora mismo. En el macromatadero de los carniceros lombardos se han confirmado 256 casos en las tres tandas de pruebas llevadas a cabo.
Se da por hecho que la cifra total de infectados por coronavirus atribuibles a ambos mataderos es notablemente superior, habida cuenta de que no se han efectuado pruebas a quienes están de baja por el virus o a quienes lo padecieron con anterioridad y volvieron a incorporarse a la plantilla. La cuestión es dónde y cómo se gestó ese foco. No se conoce ninguna otra empresa española con una tasa de infectados semejante a las de Fribin o Litera Meat, y menos todavía, otro lugar donde se obligara a sus empleados a ocultar la enfermedad o se les despidiera tras caer enfermos, tal y como sostiene la CNT que ha venido sucediendo.
Engaños a la Guardia Civil
El relato que realiza el colombiano de los meses precedentes al brote de la covid-19 en las instalaciones binefarenses de Litera Meat es espeluznante e incluye un testimonio minucioso de las órdenes que recibió de engañar a los agentes de la Guardia Civil que se personaron en la empresa. Los protocolos que aplicaron a partir del 18 de marzo fueron, según afirma, "un completo desastre", así que la enfermedad campó a sus anchas y, con ella, los rumores. "El 24 de ese mes de marzo se personan en las instalaciones agentes de la Guardia Civil y me dijeron de la dirección que fuera a las mesas del comedor a pegar pegatinas para darles a entender que en cada mesa se sentaban cuatro, cuando en realidad, había catorce. Así les engañaron e hicieron creer que se seguía el protocolo de seguridad", dice el colombiano.
"Allí se aglomeraban, se tocaban, se hablaban a medio palmo"
"A los cuatro días de eso, levantaron las pegatinas, y pusieron dos sillas por mesa, en diagonal. Se seguían tomando las temperaturas y repartiendo mascarillas, pero nadie respetaba las filas y la gente se amontonaba en la zona de fumadores, a la entrada del matadero, en los vestuarios o en la reclamada donde se piden los cuchillos, los guantes y los delantales. Allí se aglomeraban, se tocaban, se hablaban a medio palmo. Era una mierda de descontrol total e incluso a día de hoy [por el miércoles, día 29 de abril], las cosas siguen igual".
Hay al menos tres carnicerías en la trastienda de su historia: las dos creadas en Groso y en Grossoto (Lombardía) por Roberto Pini, padre del fundador de Litera Meat, Don Piero, y el resto de entramados criminales de la Europa del Este. Y la de los trabajadores del macromatadero de Binéfar, junto a sus amigos, niños, esposos y esposas, cuyas vidas han sido puestas en peligro. Según el propio Orozco, la principal preocupación que había entre los italianos mientras los españoles se confinaban en sus casas era la de hacer dinero fácil con la venta de cerdos a los chinos y acallar los rumores de que el virus ya estaba entre ellos.
La parte legal de los negocios de esa familia lombarda va de eso: de matar, despedazar y de envasar pedazos congelados de animales. Tantos matan, tantos compran los chinos. Según Orozco, la palabra favorita y que más veces ha pronunciado en presencia de la plantilla el hermano de Don Piero -Mario Pini- es 'finito', que es la versión italianizada de 'finiquito y a la calle'. En ausencia de Piero Pini, recién salido de la cárcel, su hermano es quien da la cara, y a quien Orozco atribuye las intimidaciones y los zarandeos. Ya sucedieron hechos semejantes en el matadero polaco de Kutno.
¿Cómo se ha podido declarar uno de los mayores focos de contagio en un centro laboral, y en plena cuarentena, mientras miles de españoles eran sancionados por abandonar su vivienda unos minutos? Al decir de Gregory, la atmósfera laboral que impera en el macromatadero de Binéfar se basa en las amenazas permanentes de despido y la violencia verbal y física. En su opinión, no es posible desvincular lo sucedido en el matadero de los Pini del régimen casi esclavista que han impuesto, a imitación de lo que anteriormente ya hicieron en Italia, Hungría y Polonia. No hay un solo lugar donde hayan operado donde no se las hayan visto con la Justicia.
"Algo antes del 20 de marzo se desplomó muerto un trabajador mientras guardaba cola para entrar a las cinco de la mañana", dice Orozco, mientras reconstruye la cronología de los episodios que han originado la cadena de contagio. "Yo traté de atenderle media hora, haciendo lo que aprendí a hacer en el ejército. La gente se preguntaba ya si era el coronavirus, pero luego supimos que falleció de un paro cardíaco. En la empresa no había en ese momento ni servicio de enfermería ni paramédicos. Ha sido un desastre desde el principio. Allá se corta uno un dedo y tiene que apañarse solo porque, si no, anda usted jodido. Debe entender esto primero para comprender qué ha pasado después".
"Solo en las cintas de trabajo se pueden dar ahora el lujo de espaciarse, y no porque se tomaran medidas para protegernos, sino porque mucha gente está de baja por culpa del virus", dice el colombiano. "Y óigame usted, si no llegamos a dar la alarma esto sería mucho peor. Del total de la plantilla de algo más de 1.300 trabajadores, hay unos cuatrocientos infectados por lo menos. En los 250 casos positivos de los que se informaron tras las pruebas efectuadas el pasado sábado no se contabilizaban a los que veníamos ya jodidos. Y muchos han estado graves, hospitalizados y con signos de asfixia. La medida de edad de la plantilla es de entre 25 y 38 años. Si hubieran sido más viejos, contaríamos muertos".
Hasta que comenzaron los problemas y decidió informar a sus compañeros, los italianos confiaban en Orozco e incluso le ascendieron. Pero tan pronto como abrió la boca, su situación cambió y sus denuncias le costaron el empleo. Desde hace algunos días, Gregory habla para los medios en nombre del sindicato CNT, a cuyas siglas se arrimó de la mano de otro compañero de trabajo poco antes de ser "represaliado" en busca de protección.
"Los días 27 y 28 de marzo, el personal estaba ya asustado y me empezaba a preguntar si en verdad había coronavirus en el matadero"
"Los días 27 y 28 de marzo, el personal estaba ya asustado y me empezaba a preguntar si en verdad había coronavirus en el matadero. Claro, llega un momento en que la plantilla se da cuenta de que aquí falta uno y allá, cuatro, y no te queda otra que decirle la verdad", recuerda Orozco. "Me puse del lado de la gente y el día 1 de abril me relegaron de mis funciones en la sección de calidad y me devolvieron a la de envasado. Dos días después, llegué a casa con dolor de ojos y malestar. El día 5 tenía diarrea. El 6, a pesar de todo, fui a trabajar, pero me costaba levantarme. Un día después de que informé a mi médico de que había perdido el gusto y el olfato, se me confirma que había dado positivo. En mi hogar, se infectaron mi sobrino y mis tres niñas; el único que dio asintomático fue el niño. Nos aislamos cada uno en su cuarto y empezamos a seguir el protocolo. Yo me restablecí y el martes, día 21, con el alta, madrugué; me presenté en la empresa y el jefe de sala me dice que me había tomado vacaciones sin permiso y me dijo que pasara por recursos humanos porque tenía ya el finiquito hecho. Mi mujer aún sigue contagiada hoy [por el míercoles, día 29 de abril] y estamos esperando lo peor, que la despidan, que es lo que han venido haciendo con quienes se ausentaban por enfermedad de sus puestos de trabajo".
Las represalias que ha sufrido no son, según dice, un fenómeno aislado. "Al sindicato [CNT ] nos han llegado ya varios casos más de despedidos por coger la baja", prosigue Orozco. "Hay muchos africanos que apenas saben hablar y de quienes intentan abusar, aunque con lo que pasó el sábado pasado [25 de abril] han devuelto a muchos. Todos los días van saliendo nuevos positivos, gente que dio negativo hace una semana y que ahora está infectada. Unos trabajan en Fribin y otros, en Litera Meat, pero viven en el mismo piso y, a veces, son familia. Por eso el contagio en Binéfar puede haberse descontrolado. Si le hacen ahora una prueba a la población, saldría un tercio positiva".
Claro que según Gregory Orozco, no es posible esclarecer qué ha pasado en el matadero de los Pini sin ponerlo en el contexto de los abusos laborales que, desde la apertura de la planta, se han cometido contra la plantilla.
"No habían pasado ni ocho días -dice Orozco- y comenzaron los problemas en las cintas de la producción porque obligaban a la gente a trabajar desde las seis de la mañana hasta las cuatro o cuatro y media de la tarde. Les hacían también venir durante los sábados. Se suponía que era un trabajo voluntario, pero despedían a quienes se negaban. He visto a Mario Pini [hermano de Piero Pini] coger a gente de la mano y zarandearlos y empujarlos. Sacó a empujones al director del Fremap de la sala de despiece como a un perro y delante de todo el mundo. ¿Qué no haría con los simples peones? La plantilla vive desde que el matadero abrió entre amenazas".
"Hay muchos africanos que apenas saben hablar y de quienes intentan abusar"
Se da la circunstancia de que la atmósfera de brutalidad laboral que este empleado está dando a conocer a raíz de la crisis del coronavirus no difiere en nada de los testimonios de antiguos trabajadores polacos y húngaros de las plantas de Pini en ambos países recabados por Público antes de que Litera Meat abriera sus puertas en Binéfar. "He tenido compañeros que cayeron de baja por heridas porque la orden era incrementar la producción y la matanza, aun cuando no estábamos todavía preparados y había escasez de personal. Pasamos rápidamente a matar de 800, a 1.500, 3.000, 5.000, 12.000 cerdos... sin gente, y siempre bajo amenaza. Yo me corté dos veces. Otros sufrían tendinitis o pedían una baja por estrés". Hechos semejantes se documentaron y denunciaron igualmente en los mataderos de Kutno (Polonia) y Hungría.
"El propio Piero Pini se refería a sus trabajadores como los esclavos blancos", aseguraba uno de los empleados subcontratados en el matadero húngaro del italiano entrevistados en 2014 por el periodista Matkovich Ilona. Acababa de quebrar una de esas falsas cooperativas que subcontrataba el italiano —András-Metal Kft., de András László Andro— para mantener "la rentabilidad de su negocio" y comenzaron a conocerse las condiciones esclavistas sobre las que se sostenían sus plantas de matanza. "Tenía razón", añadía el trabajador. "Éramos esclavos. No había tiempo para mirar atrás en la cadena. Jamás se detenía la carne que llegaba por la cinta. Cuando venían visitantes, reducían la velocidad de la correa a doscientos cerdos por hora, pero en condiciones normales, iba mucho más rápido. Y cuando alguien se ponía extrañamente nervioso, lo tirábamos".
La descripción que ahora realiza Orozco de las condiciones de trabajo de Binéfar podría de hecho reemplazarse por la que hicieron antes los esclavos blancos y no tan blancos que sufrieron a los Pini, en Hungría o Polonia. Claro que los trabajadores gitanos subcontratados por Don Piero en Hungría no cobraban ni trescientos dólares al mes.
"Humillaciones, palizas e insultos en el puesto de trabajo", rezaba en el titular un digital polaco, pocos meses más tarde de que echara a andar el macromatadero de Kutno, el mismo que después se trasladó a Binéfar. La historia volvía a repetirse, pero ahora en una pequeña ciudad industrial polaca de 50.000 habitantes. A unos pocos kilómetros de sus viejas jruchovas de aspecto ceniciento y soviético, y pocos meses después de que la factoría de carne se pusiera en marcha, una sección entera de trabajadores se había detenido. Oficialmente, no era una huelga, sino una pequeña algarada laboral. "No pagan, no toleran objeciones, ignoran los principios básicos de seguridad", escribía un periodista local. No hacía ni seis meses que los digitales del condado habían dedicado a Piero Pini parecidos epítetos laudatorios a los que los socialistas utilizaron en España para arropar el entramado criminal italiano en cuyo matadero ha vuelto a brotar el virus.
Las agresiones a los trabajadores a las que Orozco se refiere también han sido documentadas en otras ocasiones. En una crónica de TVP, firmada por AP y ASL, en enero de 2011, se aseguraba que el dueño de la fábrica había atacado a los empresarios con los puños. "El copropietario Pini tomó un cuello de cerdo y golpeó con él a una empleada de la sala de embalaje", se decía en el artículo. En junio de ese mismo año, los empleados de una sección entera de la factoría se detuvieron para exigir el pago regular de sus salarios por parte de la empresa subarrendataria a quien Pini había contratado sus servicios.
"Las máquinas se quedaban tan sucias que había contagios por salmonela"
A Orozco nada de esto le pilla de nuevas. "Al principio -dice el colombiano-, no nos despedían, pero nos amenazaban con el finiquito o, como dice el italiano: "Finito, finito, finito". Había fallos en todas las máquinas, en el despiece, la matanza, el congelado... El trabajo de los robot se encomendaba a humanos. Las máquinas se quedaban tan sucias que había contagios por salmonela y me comenzaron a mandar por la noche a arreglar esos problemas, porque soy técnico en veterinaria. Allí a conocí a Roberto [otro de los trabajadores afectados vinculados a la CNT]".
"El compañero Roberto se tenía que hacer la indumentaria en casa con algunas bolsas de basura porque los Pini no le daban chubasqueros", asegura. "Yo entonces manejaba dos secciones y encontraba mangueras reventadas, detergentes que no se usaban, falta de EPI [equipos de protección individual] y contaminaciones. Fue entonces cuando decidí que tenía que ponerme del lado de los trabajadores. Y piense usted que los encargados traídos de Polonia y de Bulgaria imponían su ley con el respaldo del dueño. Cuando la gente de la cadena, completamente agotada, levantaba la mano... los búlgaros y los polacos les obligaban a seguir en sus puestos. Y si alguien se revelaba, bajaba el propio dueño [Mario Pini, hermano de Piero Pini] hasta la cinta, les cogía del mono, les zarandeaba y finito, finito, finito".
Según el colombiano, "el matadero nunca estuvo preparado para arrancar con ese volumen de matanza y procesado. La gente manipulaba el producto sin guantes ni mascarillas. Tengo fotos de trabajadores que se tenían que cambiar tres veces cada noche el mono porque no les daban chubasqueros. Lo único que les importaba era aumentar la producción, y los empleados, extranjeros, en su mayoría, callaban por miedo. Porque el terror más grande era ser despedido. A ellos no les importas tú, no les importan las personas. Solo les importa el cerdo, la producción".
Este empleado colombiano represaliado, según dice, por los Pini describe una atmósfera laboral cercana a la esclavitud que también afectaba, de acuerdo a su testimonio, al despiste sistemático de parte de las horas de trabajo efectuadas por la plantilla. "Todo el mundo es coaccionado y obligado a trabajar en sábado y a hacer horas extras. Y cada mes, las colas, en la oficina de Recursos Humanos son impresionantes porque no las pagan completas y recurren a excusas diferentes y a procedimientos que ignoramos para manipular los registros de las horas en que fichamos y no pagar, a veces diez, a veces, doce. Esto ha llevado a la gente a desplomarse, pero muchos no hablan porque no saben español o porque sus familias dependen de ese sueldo, y se sienten amenazados. Ese matadero es el terror y es el infierno".
¿Cómo se ha podido tolerar una situación como la descrita por Orozco? Las instalaciones de Litera Meat fueron puestas a andar el pasado mes de agosto por un conglomerado familiar de carniceros de Lombardía (Italia). Su capo, Piero Pini, está ya familiarizado con las cárceles húngaras y polacas y las operaciones policiales. Y lo que es peor, ninguno de los políticos locales y autonómicos que apoyaron la creación de la empresa desconocían las ramificaciones criminales de algunas de sus actividades ni las brutales prácticas laborales desarrolladas en otros países, y dadas a conocer en su día por Público. No solo hicieron oídos sordos, sino que se fotografiaron junto a él y se convirtieron en sus principales valedores.
El modelo de desembarco de la empresa fue de estilo claramente siciliano, aunque los empresarios proceden de mucho más al norte: parte de los terrenos donde situaron sus instalaciones fueron adquiridos al concejal Txema Isábal; adjudicaron los negocios inmobiliarios a la presidenta de la Agrupación comarcal del PSOE, Rosa Altabás, le confiaron la Seguridad al número 2 de la policía local -Antonio Díez- y se emplearon a otros cargos políticos locales en algunas de las empresas auxiliares. Entre tanto, la UGT propuso como primer y hasta ahora único delegado sindical de los trabajadores a una "empleada de confianza" de la familia Pini. Sólo el portavoz del PP en el antiguo equipo de gobierno se abstuvo en la votación, pero no porque albergara dudas sobre el proyecto de los Pini, sino porque trabaja para la competencia de Fribin. Si los lectores fueran suecos, no podrían comprender, ni menos todavía, digerir, unos hechos semejantes ni la impunidad ni el desparpajo que rodea al desembarco del proyecto de Lambán.
En efecto, esa es la clase de empresa donde ha estallado la crisis, y la clase de entorno político donde el proyecto cobró fuerza con el apoyo del alcalde Alfonso Adán y del presidente socialista aragonés, Javier Lambán, que tendió una gran alfombra roja y ofreció ayudas a Pini mientras los fiscales húngaros y polacos lo investigaban y encarcelaban por las mayores estafas al fisco de la historia de ambos países, entre otros cargos. Según Gregory Orozco, "las formaciones de personal financiadas con dinero público no han servido de nada porque nada de lo enseñado en esos cursos se ha aplicado". Más dinero, según la CNT, dilapidado a costa de los Pini y de quienes les apadrinaron.
Uno de los objetivos declarados de los socialistas que apoyaron el proyecto era contribuir a fijar la población aragonesa. Hasta el día de hoy, la presencia del matadero solo ha amenazado con exterminarla. De hecho, el censo apenas sí se ha incrementado porque, como ya se preveía, no existen viviendas suficientes para albergar a la plantilla ni siquiera en la comarca, y el grueso de los trabajadores ocupan pisos -con frecuencia, 'patera'- en la ciudad próxima de Lleida. Como también se anticipó, deben trasladarse cada día en autobús tras pasar más de doce horas en la planta de matanza, seis días a la semana. El nuevo colegio de Binéfar sigue buscando alumnos, porque los inmigrantes -la mayoría de la plantilla- no pueden permitirse el lujo de vivir en la localidad donde trabajan. El hecho de que muchos de estos inmigrantes compartan vivienda con temporeros podría haber extendido la pandemia por todo el Cinca Medio y Bajo, y por las comarcas fruteras que rodean a Lleida.
Se da la circunstancia de que no ha pasado ni siquiera medio año desde que el capo de la familia, Don Piero, fue liberado de una cárcel húngara donde pasó ocho meses y un juzgado español -el de Primera Instancia de Monzón- ya ha aceptado a trámite la denuncia por la vía penal presentada por la CNT contra el entramado lombardo. Las autoridades judiciales húngaras siguen tras la alargada sombra del fraude fiscal de dimensiones cósmicas que supuestamente cometió ese grupo mafioso. La última vez que Pini dejó su factoría de Kutno (Polonia) fue esposado y escoltado por policías, por explotación laboral, contratación de trabajadores sin papeles y la falsificación de facturas. Tuvo que pagar 25 millones de euros para eludir la prisión polaca, lo que podría explicar, entre otras cosas, su afán, el de su hermano y sus hijos, por seguir matando cerdos.
Esa planta de Kutno es la misma que trasladaron a Aragón con el apoyo de los socialistas y el silencio de sus socios de gobierno en el concejo local binefarense. "Vamos a hacer las cosas bien a partir de ahora", dijo Piero Pini en una de sus pocas comparecencias públicas. Sólo un pequeño grupo de antiespecistas y veganos se opusieron durante meses al proyecto, hasta que fueron literalmente liquidados con la colaboración de fuerzas policiales y gracias a la animosidad de una parte de la población local que compraron la visión 'socialista' de progreso.
Hasta la fecha, han presentando denuncias contra Litera Meat tanto Comisiones Obreras como la CNT. Esta última organización posee una implantación de más de un siglo en la vecina localidad de Monzón, con el lógico paréntesis de la dictadura franquista, y ha tomado ahora las riendas de la denuncia penal de las actividades de Litera Meat ante la Fiscalía de Huesca y el Juzgado de Primera Instancia de Monzón. Comisiones Obreras ha denunciado también a Fribin ante la inspección de Trabajo y otras instancias.
Ni CCOO, ni la CNT poseen delegados en la empresa. En el caso de la CNT, no se presentan a las elecciones por razones ideológicas, pero podrían tener una influencia en el futuro si consiguieran crear una sección sindical (a día de hoy, eso no ha ocurrido). Para blindar a sus representantes de las iras de los Pini, sería necesario que tuvieran contratos indefinidos. De modo que la única delegada de los trabajadores en la empresa es la propuesta por la UGT, cuando amarilleó las elecciones y comprometió la defensa de los trabajadores. Presumiblemente, unas nuevas se organizarán tan pronto como lo permita la alerta sanitaria.
El Ayuntamiento de Binéfar que apadrinó el proyecto de matadero ha respondido al brote de coronarivus declarando un mes oficial de luto. Esta decisión, adoptada cuando su población padece uno de los mayores brotes de coronavirus del país, se ha adoptado, según dicen, en honor a las víctimas oscenses de la enfermedad. Por su parte, la empresa Litera Meat emitió el viernes un comunicado donde desmiente "todas aquellas declaraciones que hablan de despidos improcedentes por causas relacionadas con la covid-19". Según los carniceros italianos, "los motivos por los cuales ciertos trabajadores ya no forman parte de la plantilla de Litera Meat derivan de bajas voluntarias o de finalizaciones de contrato por causas única y exclusivamente relacionadas con aspectos laborales". En esa misma nota, se asegura que "han realizado su trabajo intentando, en todo momento, tomar todas las medidas necesarias y oportunas en beneficio de todo el equipo de Litera Meat". Todas esas afirmaciones son claramente puestas en entredicho por los vídeos proporcionados por la CNT al Juzgado de Monzón y a la fiscalía de Huesca, donde se aprecian los hacinamientos de trabajadores, bien entrado ya abril.
Se desconoce, de momento, si los clientes y socios chinos de Litera Meat – recientemente habían firmado un acuerdo con el emporio asiático WH Group- o las empresas españolas con las que viene negociando -Campofrío o Tarradellas, entre otras, según el empleado Gregory Orozco- son conocedores de que hace más de un mes que la carne procesada por la familia Pini ha sido producida por una plantilla masivamente infectada por coronavirus. Hasta la fecha, las autoridades sanitarias tampoco se han pronunciado sobre si los consumidores deberían ser advertidos de ello o tomarse alguna medida adicional en relación a ese producto, comercializado bajo una norma de frío que no parece perjudicar al virus y envasado con plástico.
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