La jerarquía católica instrumentaliza la eclosión del movimiento cofrade para maquillar el declive religioso
Se dispara el fenómeno cofrade andaluz en todo el calendario anual al tiempo que el número de agnósticos y ateos bate marcas históricas. Mientras, la jerarquía católica se aferra a las hermandades para maquillar el avance firme de la laicidad.
Aristóteles Moreno
Córdoba-
El fenómeno cofrade andaluz ha entrado en el siglo XXI con una pujanza sin precedentes. Hay más hermandades y cofradías que nunca, se multiplican los costaleros, aumentan exponencialmente los nazarenos y no hay fin de semana en que no se programe un vía crucis, una coronación, un rosario o una procesión a lo largo y ancho de todo el territorio andaluz.
La explosión cofrade ha desbordado los márgenes de la tradicional Semana Santa. Desde los años ochenta del siglo pasado, el calendario anual se ha ido poblando de eventos religiosos vinculados al movimiento popular de las cofradías. Algunos de carácter masivo, como es el caso de las Exposiciones Magnas, que reúnen a la mayor parte de los pasos procesionales de la diócesis en una fecha distinta de la Pascua. Córdoba, por ejemplo, ya ha celebrado tres Magnas en los últimos diez años. No es la única. Málaga, Cádiz, Antequera, Puente Genil o Sevilla también han programado o planean la celebración de grandes muestras cofrades.
El auge procesional se revela imparable. Solo en la provincia de Sevilla ya hay más de 570 hermandades y cofradías, setenta de ellas en la capital. La ciudad hispalense es, junto con Málaga, el epicentro procesional de Andalucía. Entre las dos provincias suman casi 900 cofradías y un movimiento social desbordante que atraviesa todas las capas económicas, culturales y políticas. Cientos de miles de personas están vinculadas directamente, en toda Andalucía, con el mundo cofrade. Solo en la capital sevillana, salen a la calle cada Semana Santa más de 55.000 nazarenos, a los que hay que sumar los costaleros, las decenas de bandas de música y los hermanos cofrades.
El fenómeno va aparejado, sin embargo, de un sorprendente dato paradójico. Mientras más crece el movimiento cofrade, más se desploma la ideología católica y avanza la laicidad, según indican claramente los sondeos de opinión. El Barómetro Andaluz del pasado diciembre marcó un récord de personas no religiosas nunca antes registrado en una comunidad tradicionalmente católica. Más del 31% de los consultados se declararon "nada religiosos" o directamente ateos, mientras que otro 20,3% aseguraba sentirse "poco religioso". Solo un 15,1% se identificó como "religioso" y otro 5,1% como "muy religioso".
¿Qué está ocurriendo? ¿Cómo se explican estos dos fenómenos aparentemente contradictorios? "Si se quiere entender (el mundo cofrade) en una clave exclusiva y estrictamente religiosa no se entiende nada", asegura Isidoro Moreno, catedrático de Antropología Social de la Universidad de Sevilla y uno de los más reconocidos expertos en la materia. En su opinión, Andalucía siempre se ha caracterizado por un débil cumplimiento de los preceptos católicos, al tiempo que ha registrado una masiva participación en acontecimientos y celebraciones religiosas. "Ese contraste viene del siglo XIX", subraya. "No hay una correspondencia entre la religión católica, apostólica y romana y la participación en las fiestas populares religiosas".
Moreno: "No hay una correspondencia entre la religión católica y la participación en las fiestas populares religiosas"
En los últimos años el hecho social se está acentuando. Hay un resurgir de la religiosidad popular, que no debe confundirse, aseguran los expertos, con la práctica litúrgica reglada del catolicismo. De hecho, se está produciendo un alejamiento de gran parte de la población de la actividad religiosa y el ámbito de la fe. "Esto no se entiende si no es considerando que Andalucía tiene una cultura propia, que no es comprensible si se examina con las coordenadas de la cultura castellana".
Pero hay más. El antropólogo sevillano afirma que la dimensión fundamental del hecho cofrade es la identitaria. "¿Qué quiero decir con esto?", se pregunta Moreno. "Que en los últimos veinte años se está acentuando el fenómeno como respuesta, en gran medida, a la homogeneización que implica la globalización". En una sociedad contemporánea en que “está de moda” declararse ciudadano del mundo, este tipo de fiestas populares son una ocasión para que los individuos recuperen la identidad familiar y refuercen la cohesión y la memoria colectiva.
José Carlos Mancha es profesor de Antropología Social de la Universidad de Huelva y lleva años investigando esta forma singular de expresión tradicional. "Hay un auge de la forma alternativa de religiosidad, lo que la ciencia social cataloga como religiosidad popular". Se trata de un tipo de espiritualidad que te vincula a un símbolo o a una hermandad por motivos múltiples: religiosos, identitarios o puramente estéticos. Y afirma: "No es necesario ni siquiera ser creyente para poder participar en este tipo de rituales".
Hablamos de un fenómeno diverso que agrupa a personas de muy distinta procedencia, creyentes y no creyentes, más o menos activas en la vida parroquial. "Es un fenómeno donde cabe todo el mundo y donde a nadie se le pide carné, a pesar de que la jerarquía eclesiástica imponga cada vez más condiciones de pertenencia", argumenta el profesor Mancha.
Mancha: "No es necesario ni siquiera ser creyente para poder participar en este tipo de rituales"
A juicio del investigador onubense, el descenso de asistencia a misa o del cumplimiento de sacramentos católicos está "literalmente relacionado" con el auge de la religiosidad popular. Eso genera una "religiosidad alternativa" ligada con la teoría de la "religión a la carta", netamente anglosajona, donde la gente no se siente atada a "imposiciones doctrinales" de la jerarquía católica y sí a "cuestiones identitarias".
Los datos corroboran esta apreciación. En el año 2009, seis de cada diez bodas andaluzas se celebraban por el rito católico. Diez años más tarde, los enlaces religiosos católicos cayeron al 31 por ciento. Andalucía, por lo tanto, empieza a descolgarse claramente de los rituales cristianos, en la línea en que ya lo hicieron otras comunidades autónomas décadas atrás. Cataluña, por ejemplo, ya registraba en 2009 un porcentaje muy bajo de bodas religiosas (27%). En 2019, ese dato se había desplomado al 10%.
Todo este singular y paradójico proceso tiene otro rasgo llamativo. La jerarquía católica, tradicionalmente refractaria al fenómeno popular religioso, ha encontrado ahora un instrumento inesperado en el mundo cofrade para contrarrestar la imparable secularización social. Hasta los años ochenta, los prelados y sacerdotes vivían de espaldas a las cofradías, cuya forma de vivir la fe cristiana observaban con indisimulada desconfianza. Los conflictos entre las autoridades eclesiásticas y las hermandades eran habituales y, con frecuencia, agrios.
"Y desde los ochenta comenzó lo que yo denomino como operación rescate", señala Moreno. Tanto los sacerdotes como los obispos empiezan a inmiscuirse en la vida interna cofrade para intentar dirigir su forma de entender la Semana Santa y aleccionarlos sobre el "verdadero" espíritu de la celebración. Hay un hecho clave para comprender la distancia histórica entre jerarquía y cofrades: la mayoría de los prelados de las diócesis del sur no han sido nunca andaluces. En Sevilla, por ejemplo, hace ya un siglo que ninguno de los arzobispos son sevillanos y ni siquiera de la comunidad autónoma. Y la manera de vivir la semana de pasión de Cristo más arriba de Despeñaperros nada tiene que ver con el carácter festivo y lúdico andaluz.
"Hay una tendencia a aceptar la interpretación eclesiástica como una grandiosa manifestación de fe, pero muchísima gente que estos días ocupa la calle lo que festeja es la primavera, el renacimiento y la resurrección de la naturaleza", sostiene el antropólogo sevillano.
"Evidentemente la jerarquía eclesiástica intenta controlar este fenómeno", tercia Mancha. "Pero ahí se produce un choque. La mayoría de los sacerdotes no están vinculados con la religiosidad popular, porque la ven como un acto de idolatría donde la gente despierta una religiosidad efímera", indica el especialista. No es, por lo tanto, un tipo de espiritualidad que cale en los individuos y se quede vinculada en la vida parroquial de forma estable. No obstante, son conscientes de que están ante un movimiento multitudinario que otorga a la jerarquía eclesiástica la oportunidad de "legitimar el catolicismo" a nivel social.
Mancha: "Evidentemente la jerarquía eclesiástica intenta controlar este fenómeno"
El clero disputa el control del fenómeno a los propios cofrades, que, en opinión del profesor de la Universidad de Huelva, son los verdaderos protagonistas del ritual, en muchos casos con una "vida eclesial bastante reducida". Históricamente, las relaciones entre la jerarquía y la religiosidad popular no han sido siempre buenas. "Hay miles de ejemplos de enfrentamientos" entre ambas partes, subraya Mancha, que en algunos casos han conducido incluso al abandono del templo por parte de los cofrades.
En Huelva capital el número de hermandades casi se ha duplicado desde los años ochenta. Actualmente hay registradas 26 bajo la influencia de la Iglesia católica, a las que hay que añadir algunas asociaciones más de carácter laico que no se rigen por la normativa eclesiástica. Córdoba, Granada y Jerez son otros tres focos esenciales de fervor cofrade, con decenas de miles de nazarenos y costaleros. Hasta los años sesenta, los costaleros estaban formados por cuadrillas de asalariados, generalmente trabajadores del Puerto de Sevilla. Hoy todos los costaleros que portan las pesadas imágenes religiosas son voluntarios.
El esplendor del movimiento procesional, sin embargo, tiene una cara menos amable. La ocupación sistemática del espacio público fuera de la Semana Santa ha complicado la vida diaria de los vecinos, que ven cortadas sus calles de forma recurrente y se encuentran sometidos a una constante contaminación acústica originada por las bandas musicales. "Ya no hay fin de semana prácticamente que no salga una procesión en el casco histórico", lamenta Juana Pérez Girón, miembro de la junta directiva de la Asociación de Vecinos de la Axerquía, de Córdoba, uno de los barrios más afectados por la actividad cofrade.
"En los últimos años ha habido un aumento muy grande de eventos religiosos en la calle", protesta. Ya en el año 2016 un informe del Ayuntamiento de Córdoba cifró en 998 las ocupaciones de la vía pública para actos religiosos, lo que representaba 2,7 eventos cada día. Los cortes de calle por este motivo acaparaban el 27% del total, muy por encima de las actividades municipales (21%), las campañas públicas (18%), los actos ciudadanos (12%) y las prácticas deportivas (3,7%). El dominio del uso católico de la ciudad es apabullante.
Tanto es así que hasta la presidenta de la Agrupación de Cofradías de Córdoba, Olga Caballero, reconoció recientemente que se está produciendo una abusiva inflación de actos religiosos en la vía urbana. "Podemos cansar al público y al devoto con tantas procesiones", alertó en una entrevista a un medio local. Los vecinos han solicitado reiteradamente a las autoridades municipales que se regule la invasión del espacio público ante la saturación de eventos cada fin de semana.
Otra de las polémicas decisiones que ha encontrado contestación vecinal en los últimos años ha sido el traslado de la carrera oficial de Semana Santa a la Mezquita Catedral de Córdoba, cuyo entorno está configurado por un dédalo de callejones y plazuelas estrechas, que se colapsan en estas fechas y originan serios problemas de movilidad para los residentes. "Cualquier día pasará algo grave y luego lo lamentaremos", concluye Pérez Girón.
El movimiento cofrade exhibe hoy una fortaleza indiscutible. Pero se encuentra en una "encrucijada", en opinión de Moreno. Por un lado, está amenazado por el intento de los poderes, eclesiástico y político, de controlarlo. Y, de otra parte, por lo que el antropólogo sevillano califica como "deriva clericalista", de tinte conservador, que desafía el carácter "plural" que siempre ha definido el fenómeno de la religiosidad popular.
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