Este artículo se publicó hace 2 años.
La selección genética en las granjas o cómo los animales ya nacen condenados al sufrimiento
Igualdad Animal publica una investigación veterinaria donde se analiza cómo las razas de engorde de pollos son más propensas a desarrollar enfermedades durante el proceso de cría.
Alejandro Tena
Madrid-Actualizado a
Se les conoce como razas de crecimiento rápido. Son, sin embargo, animales a la carta y seleccionados genéticamente para satisfacer la producción incesante de las macrogranjas. El más conocido de todos es el pollo broiler, una bola de carne incapaz de ponerse en pie y cuya corta vida está atada al sufrimiento. Este tipo de aves agregan un ingrediente más al debate ético sobre la industrialización de la ganadería: ¿acelerar el desarrollo biológico de los animales atenta contra las normas básicas de bienestar?
Los hechos, un simple vistazo tras los muros de una macrogranja de pollos, podrían bastar para entender el descontento de los sectores animalistas. La Fundación Igualdad Animal va más allá y ha publicado un informe externo realizado por veterinarios en el que se analiza cómo de perjudicial puede llegar a ser la vida de estas especies alternadas. Con el ejemplo del broiler en la mano, los expertos constatan que el poco tiempo de vida del que disponen antes de pasar al matadero, es un tiempo marcado por el dolor y la enfermedad. Se podría decir que la selección genética, presente en la ganadería aviar de manera casi generalizada, "convierte el cuerpo de los pollos en su propia jaula", según cuenta Javier Moreno, portavoz de la organización.
El periodo de cría medio de un ave convencional ronda los 80 días. Las aves seleccionadas genéticamente reducen su desarrollo a los 38 días, lo que deja consecuencias importantes para su salud. Su fisiología, desproporcionada, les condena. Los cuerpos crecen de manera acelerada, lo que les hace rentables desde el punto de vista económico –menos tiempo en las granjas– y desde el punto de vista del consumo humano –productos con mayor carne–. El ensanchamiento del tronco de las aves, según constatan los veterinarios, recae sobre unos huesos menguados que no se desarrollan al mismo tiempo. Tanto es así que las radiografías revelan que la calcificación no llega a completarse y el pese del animal termina generando fracturas y desviaciones que dañan por completo las articulaciones.
"Si no se usaran razas de crecimiento rápido el sufrimiento que padecen estos animales disminuiría"
El estudio recoge también cómo estas razas son más propensas a sufrir daños en los órganos internos que van desde neumonías –el amoniaco que se respira en las macrogranjas contribuye a ello– además de hemorragias internas derivadas de las dificultades para respirar. Cada año, según las estadísticas del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, España envía al matadero 696 millones de pollos de esta raza. En torno a 41 millones, el 5% del total, mueren en las granjas por enfermedades relacionadas con el crecimiento rápido.
"Si no se usaran razas de crecimiento rápido el sufrimiento que padecen estos animales disminuiría", dice Moreno, que reclama el fin de este modelo en Europa. "La industria de la carne de pollo es un claro ejemplo de la visión de los animales como mercancías. La selección genética ha jugado un papel fundamental en el desarrollo de esta cruel industria, cuyo objetivo es conseguir que los animales crezcan lo máximo posible en el menor tiempo posible. Hoy, el ritmo de crecimiento de un pollo destinado a la producción de carne es 6 veces mayor que el de hace 90 años. Ahora alcanzan el peso de sacrificio a las 6 semanas de vida, lejos de las trece semanas de 1950. Si un bebé humano creciese al mismo ritmo, con dos meses pesaría cerca de 300 kilos", denuncia.
Los pollos de engorde representan con crudeza los riesgos de la selección genética, pero no es la única especie afectada por estos procesos. En Factoría, una investigación realizada por el fotoperiodista Aitor Garmendia en 32 explotaciones porcinas de Castilla y León, Aragón y Castilla-La Mancha, la selección genética se presenta como una de las causas principales de sufrimiento de las cerdas hiperprolíficas, una raza que, al igual que ocurre con los broiler, es escogida por cuestiones ligadas al rendimiento económico, pues son capaces de criar 2,1 lechones más por parto que la media. Este tipo de cría genera camadas difíciles de atender por las madres, encerradas en pequeños espacios, y en ocasiones la muerte de los recién nacidos por aplastamientos o hipotermia. De hecho, estudios realizados por asociaciones ganaderas como Anaporc reconocen que la mortalidad en este tipo de razas es más altas.
"Todo esto de la selección genética tiene unas consecuencias beneficiosas para la industria, sacar un mejor rendimiento en el menor tiempo posible, pero también tiene consecuencias negativas sobre los animales", explica Alfonso Senovilla, veterinario oficial de Salud Pública de la Consejería de Sanidad de la Junta de Castilla-La Mancha. "Se intenta seleccionar líneas genéticas que tengan menos problemas, pero eso no quita que pueda haber consecuencias negativas en cuanto a bienestar de los animales. Prácticamente en todas las razas son frecuentes los problemas óseos, cardiacos y un aumento de la mortalidad. Hay que tener en cuenta que son animales que cogen mucho peso y muy rápido, su sistemas óseo-muscular no está preparado para ello, lo que supone un factor de riesgo de fracturas y otros problemas", añade. "Con las vacas, por ejemplo, se seleccionan animales muy grandes lo que implica problemas en el parto. En razas seleccionadas como la charolesa, los terneros son muy grandes y suele haber problemas", advierte.
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