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Pioneras del matrimonio gay Marcela y Elisa, las únicas lesbianas que se casaron por la Iglesia

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El fotógrafo José Sellier inmortalizó a Marcela y Elisa en A Coruña. / FOTOS: ARCHIVO NARCISO DE MIGUEL

madrid, Actualizado:


Amar puede ser un acto revolucionario. Marcela y Elisa se querían al abrigo de la noche, pero decidieron poner a dios por testigo de su pasión. Fueron las primeras mujeres que se casaron en España y las únicas que lo hicieron por la Iglesia. La boda religiosa se celebró un siglo antes de la aprobación del matrimonio homosexual y lo pagaron muy caro: sufrieron la ira del pueblo, la burla de la prensa y la persecución de las autoridades. Hoy, sin embargo, la comunidad gay las considera unas heroínas, los medios las presentan como unas pioneras y los políticos reivindican su causa, que sigue siendo la de tantas personas sometidas a la doma de una sociedad machista.

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El Ayuntamiento de A Coruña les dedicará una calle como “reconocimiento a las identidades sexuales”, si bien aún hay que encontrarles un hueco en el plano de la ciudad. La propuesta partió de la Marea Atlántica, al frente del Gobierno municipal, y será aprobada en pleno por los partidos de izquierda tras el visto bueno de la comisión de honores. “Es una demanda histórica que nadie se había atrevido a poner en marcha”, afirma Rocío Fraga, concejala de Igualdad y Diversidad, quien critica el olvido perpetuado por los exalcaldes socialistas. “Aunque el PSOE se suba ahora al carro, Paco Vázquez no sólo estuvo al margen de las causas feministas y gais, sino que su comportamiento fue machista y homófobo”, añade la edil de la plataforma progresista.

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Tampoco se aplicó la Ley de Memoria Histórica hasta la llegada de Xulio Ferreiro a la Alcaldía, lo que ha provocado un cuello de botella en la renovación del callejero. En primavera cayeron las placas del Generalísimo y de la División Azul, entre muchas otras que remitían al franquismo, pero nombres como Cultura o Educación vinieron a sustituirlas. Por ello, aunque este otoño salga adelante la iniciativa, habrá que esperar a que haya una vía disponible para rebautizarla. “Con Marcela y Elisa, todo llega tarde”, se queja José Carlos Alonso, quien al frente del colectivo Milhomes promovió un premio que lleva el nombre de la pareja. “El Consistorio les dio la espalda pese a su valentía, pues optaron por la opción más arriesgada, cuando podían conformarse con vivir en común sin necesidad de casarse”, añade este activista por la igualdad de derechos.


“Crearon un revuelo internacional, pero no pudieron palpar la sensación de ser unas adelantadas ni unas visionarias”, se lamenta Alonso, convencido de que “su poso ha ayudado a que esta sociedad evolucionase”. No exagera: el caso del Matrimonio sin hombre, como tituló entonces El Suceso Ilustrado, trascendió las fronteras coruñesas, gallegas y españolas. Las revistas de Madrid, por ejemplo, vendieron más ejemplares que al estallar la guerra de Cuba. “Fue el trending topic de la época”, traduce al lenguaje contemporáneo el escritor Manuel Rivas, quien explica cómo su relación sobrevivió las siguientes generaciones hasta convertirse en universal. “Su coraje sólo se explica por un amor que va más allá de la pulsión del deseo. Esa firmeza hace que sea histórico y las sitúe muy por delante de su tiempo”.

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¿Dos lesbianas casadas por la Iglesia?, se preguntarán unos. ¡Imposible!, sentenciarán otros. Sí y no. De hecho, tal vez lo hayan hecho más mujeres, aunque ellas han sido las únicas que fueron descubiertas una vez celebrado el enlace, por lo que así constan en el registro oficial del anecdotario de la transgresión. “Si se hubieran ido a otro sitio, pasarían toda su vida como marido y mujer, pero tuvieron la osadía de volver al pueblo donde daban clase”, recuerda Narciso de Gabriel, decano de la Facultad de Ciencias de la Educación de A Coruña. Para lograr ser unidas en santo matrimonio, Elisa se presentó como Mario en la rectoral de San Jorge, donde explicó que quería abrazar la religión católica tras vivir desde crío en Inglaterra. Como el protestantismo campaba por la ciudad, el bautizo fue autorizado sin mayor problema.


“Vestía americana y pantalón de moda, cuello de punta doblada, corbata de nudo, y llevaba con desenvoltura y gracia todas las prendas propias de hombre”, describe el reportero enviado a la provincia coruñesa por El Suceso Ilustrado. “Un esbozo de bigote rubio, que acariciaba y retorcía repetidas veces, dábale gracia a su semblante. Aunque enjuto de carnes, en su cara no había líneas que denunciasen que su verdadero sexo fuera el femenino; al contrario, parecía un hombre de veintiséis a veintiocho años”. Mario dijo que era un sin papeles cuyo padre había muerto y que, de regreso a Galicia, se había instalado en la casa de su hermana Elisa.

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Allí conoció a Marcela, con la que quería casarse. La decisión, según él, contrarió a su hermana, que decidió embarcar rumbo a La Habana. Mientras ella cruzaba el Atlántico, el embarazo de su novia era cada vez más evidente, por lo que estaba dispuesto a “cubrir su honor” mediante el sacramento. Mario, para realzar su hombría, fumaba como un carretero en presencia del rector de San Jorge, don Víctor Cortiella, que se tragó tanto el engaño como el humo. Días después, el 8 de junio de 1901, la pareja se presentó ante el altar: “Ella vestía traje muy elegante, llevando con coquetería la mantilla, sujeta por un ramo de azahar. El traje de Mario era nuevo y muy bien hecho. Lucía una cadena de oro y sortijas. El peinado era algo achulapado”, podía leerse en el reportaje.


Durante la ceremonia, no descollaba la culata del despertador, como llamaba al revólver que siempre portaba encima durante su estancia en la Costa da Morte. Concretamente, en Dumbría, un pueblo que le sonará a los aficionados al ciclismo por la cascada en la que se traviste el Xallas para desembocar en el mar. Al igual que el río salva el desnivel del monte para endulzar las aguas del Atlántico, Elisa se transformó en Mario para poder fundirse con su amada no sólo bajo el amparo de la noche, sino también cuando el sol desperezaba sus rayos. La pistola, que le valió el apodo del Civil, en referencia a la Benemérita, no era una excentricidad: si bien Marcela ejercía como maestra en Dumbría, donde ambas vivían, su pareja daba clase en Calo, una parroquia del limítrofe municipio de Vimianzo situada a once kilómetros de distancia. “Caminaba de noche, monte a través, por una tierra de lobos”, afirma Rivas, vecino durante años de la cercana Urroa.

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Elisa, fotografiada en la cárcel de Oporto.

La distancia nunca las separó. Marcela Gracia Ibeas, cuyo progenitor era militar, había nacido en el seno de una familia pequeñoburguesa de A Coruña que no veía con buenos ojos la amistad de su hija con Elisa Sánchez Loriga, huérfana de padre. La primera tenía dieciocho años y la segunda, veintitrés. Tras conocerse a mediados de la década de 1880 en la Escuela Normal Superior de Maestras, se enamoraron, por lo que la más joven fue enviada a Madrid para impedir que prosperase la relación. El alejamiento forzoso no supuso obstáculo alguno y cuatro meses después se reencontraron en la ciudad gallega, aunque el destino las llevaría a dar clase en localidades distantes entre sí. Calo estaba próxima a la carretera general que unía Fisterra y la capital provincial; Dumbría era un pueblo aislado en el mapa.


Durante diez años, no tuvieron ningún problema, ya que no estaba mal visto que dos profesoras viviesen juntas. “A los maestros se les pagaba muy mal, por lo que se convirtió en una profesión de mujeres solteras”, explica el historiador vimiancés Xosé María Lema. “Solas en aldeas, dormían en la casa de una familia. Incluso se disputaban su presencia, porque los vecinos pensaban que, si las acogían en su hogar, educarían mejor a sus hijos”. También era frecuente que una madre o una hermana las acompañase cuando eran destinadas a una escuela rural, de ahí que nadie sospechase de la relación. De una u otra forma, su situación económica era tan precaria que se les conocía como maestros de ferrado, pues los parroquianos les pagaban con maíz o trigo. Pero tampoco el dinero se interpuso entre Elisa y Marcela, sobrina del conde de O Grove y, por tanto, ligada a una familia influyente.

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El del cura era otro cantar. “El clero tenía una moral muy conservadora, sobre todo en lo tocante al sexto mandamiento, y cuidaba estrictamente la moral de los feligreses. Los sacerdotes recibían consignas del arzobispado, carlista, y usaban la confesión para denunciar a los liberales”, explica Lema, al frente del Seminario de Estudos Comarcais. “El pueblo, al final, estaba adoctrinado por el sermón de los domingos y a través del confesionario”. Cuando saltó la liebre, la Iglesia engrasó su maquinaria de represión. Una carta anónima había advertido al rector Cortiella del “timo matrimonial” y Mario negó ante él que fuese Elisa: “En mi niñez he vestido faldas; pero notando que me sentía más hombre que mujer, consulté en el extranjero, diciéndome un médico que era hermafrodita y que podía optar por el sexo masculino, por prevalecer éste en mí”.

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Mientras en A Coruña la obligaron a someterse a un examen médico, en Dumbría rodearon su casa con la intención de lincharla: “Tuvo que huir porque los mozos organizaron una cencerrada: querían reconocerla y hacerle pagar su osadía”, afirma Narciso de Gabriel. “¡Que salga el marimacho!”, gritaba la turba. Fue el insulto más suave, según la prensa que se hizo eco del acoso, que no transcribió “lo gordo” porque pringaría el papel. “Cuando la represión parte del pueblo, detrás se esconde el activismo de un párroco, como bien reflejó Valle-Inclán en su obra”, interpreta Rivas, quien ensalza la terca lucha de dos mujeres que perseveran en su amor de una forma épica. Marcela, al contrario que su compañera, pudo seguir con su vida hasta que abandonó Dumbría voluntariamente, lo que refleja el distinto trato recibido por una y otra. “Tuvo más peso la transgresión de género que la sexual. De hecho, en los periódicos y revistas, más que la presencia de dos mujeres ante el altar, se destaca la ausencia del hombre. Y termina pagando la que transgrede, mientras que se interpreta que Marcela es una víctima de Elisa, quien habría ideado todo el plan”.

Marcela y Elisa, en Oporto. 

Marcela se subió a la diligencia La Lealtad, que la llevó hasta A Coruña. Luego, ambas pusieron tierra de por medio y se trasladaron a Oporto, puesto que las cónyuges habían sido procesadas por falsificación de documento público y, en el caso de Mario, por uso de nombre supuesto. Vivieron como marido y mujer hasta que fueron detenidas el 16 de agosto de 1901, aunque las autoridades tuvieron que liberarlas trece días después porque un movimiento solidario liderado por activistas portuguesas exigió su libertad. Como el Gobierno español había solicitado su extradición, Mario embarcó rumbo a Buenos Aires, adonde llegaría meses después su esposa con un bebé en brazos, que había nacido el día de Reyes.

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“Si cuestionamos la visión histórica, hay que pensar que ésta también es la ciudad donde se publica el periodico anarquista El Corsario, el escenario de la huelga de las cigarreras o el destino donde Kropotkin fue agasajado por las obreras coruñesas con un reloj que llevó hasta su muerte”, matiza Rivas, nacido en el barrio de Monte Alto, cuyas ubres ordeñó para destilar las pequeñas grandes vidas que discurren por las páginas de Las voces bajas. “Hay otra Historia en la que personajes como Marcela y Elisa van abriendo sus propias galerías, porque el entramado oficial era una jaula de hierro”, añade el columnista de El País, consciente de que no es la única relación oculta que haya trascendido, pero sí la que más le ha impactado. “Es increíble cómo el viento represivo no tumba ese amor de inmediato, sino al contrario, porque va más allá de la línea del horizonte”. Concretamente, hasta el skyline de la quinta provincia.


La sociedad, la Iglesia y la Justicia castraron el porfiado intento de dos mujeres por ser felices, aunque la prensa calificó la boda como una “burla sacrílega” (según El Suceso Ilustrado) y un “escándalo asquerosísimo” (según El País de la época). Hay quien fue más allá, como un médico que sugirió su ingreso en el manicomio de Conxo. “Quizás no logren ser curadas, pero sí estudiadas por el sabio Sánchez Freire, y por lo menos allí recluidas evitaremos que se propague su enfermedad, que suele ser contagiosa por el ejemplo, y que por fortuna en nuestras provincias gallegas no sólo no abunda, sino que es rarísima”, declaró a La Voz de Galicia el doctor, que mantuvo su nombre en el anonimato.

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2ª parte: El trágico destino de Marcela y Elisa: ¿suicidio o cáncer terminal?

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