Público
Público

Personas sin hogar Los invisibles de Chamartín: "La soledad la llevo bien, lo que necesito es hablar con alguien"

Están enfermos, hace mas de una década que viven en la calle y no les preocupa el frío, ni la comida, porque dicen estar bien alimentados. Hablan de soledad y de su acelerada vejez a la intemperie. Este es el relato de apenas cuatro de los 40.000 sin techo que hay en España.

Un hombre durmiendo en un el suelo de la calle. EFE

AGNESE MARRA

Jose hace un rato que ha encendido la radio, se ha sacado los zapatos, y ha extendido su saco de dormir sobre su colchón de cartones.

Felix después de beberse el último Larios con cola del día ha montado su campamento nocturno, y debajo de sus cuatro mantas de lana escucha el partido.

Pepe acaba de tomarse un cortado y busca el Nolotil que le dio el Samur para calmar el dolor de su brazo roto. Le han robado los calmantes y la retransmisión Real Madrid-Leganés es un intento de analgésico que no termina de hacer efecto.

José Luis no necesita transistor. Vive justo detrás del Santiago Bernabéu. Y en el minuto 77 del segundo tiempo, cuando un grito de gol de los merengues hace temblar hasta sus cartones, él como si nada continúa ordenando con obsesiva delicadeza las diez pastillas que le ha recetado el médico. Que si la retención de líquidos, la soriasis en el codo, esa taquicardia…

Esta es la historia de cuatro hombres que tienen más de cincuenta años. Cuatro hombres enfermos. Cuatro hombres que cumplen tres lustros viviendo en la calle. Jose, Felix, Pepe y José Luis forman parte de los 40.000 sin hogar que cuenta Cáritas en España. Los datos oficiales, como les sucede con casi todo, tampoco les tienen en cuenta. Las últimas cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) son de 2012 y hablan de 22.938. Si atendemos a las cifras que ofrece la ONG RAIS que trabaja para combatir el sinhogarismo, en España habrían 31.000 personas que duermen a la intemperie.

Es noche de fútbol. Y lo que para muchos quiere decir compañía, para el equipo de la ONG Bokatas, es un obstáculo. Todos los miércoles a las 20.30 de la noche una media de diez vecinos del barrio de Chamartín se reúnen a poco kilómetros del Bernabéu, en el restaurante La Bolera, recogen la comida que les dan, y se organizan para repartirla a los sin hogar de la zona.

"Llevarles un bocadillo es una excusa para hablar con ellos. Nuestro verdadero objetivo es que se sientan dentro de la sociedad y tender un puente entre ellos y los servicios sociales". Nos lo dice Carmen García de Viedma, madre, abuela de "siete nietos y tres cuartos porque el octavo está a punto de nacer", que desde hace 16 años no deja un solo miércoles de salir con su coche para hacer la ruta correspondiente. "Mis hijos saben que esa noche es para mí", dice. Para ella.

Es noche de fútbol, nos dicen, y para el equipo de Bokatas eso significa que una de las rutas puede quedarse sin comida. "La ultima vez que hubo partido conseguimos que la policía nos dejara pasar", recuerda uno de los voluntarios, así que la orden es intentarlo y que avise por el móvil el que consiga llegar a la Parroquia de los Sagrados Corazones -detrás del estadio-, donde al menos ocho sin techo duermen todas las noches. Conseguirán el objetivo y José Luis recibirá su plato de carne con patatas. Y hablará mucho, con ganas, con urgencia.

La enfermedad en la calle

Jose se incorpora al vernos llegar. Sale de su saco de dormir como un caracol que asoma sus cuernos al sol del plato caliente. Vive desde hace unos meses en unos soportales de la calle Pradillo y cuando se entera que hay una periodista, dice con guasa: "Solo tengo quejas". Gorro de lana calado hasta las cejas, nariz grande, boca fina y tez aceituna. Este extremeño de nacimiento, criado en Barcelona y vivido en Gran Canarias, a sus 58 años y con un acento isleño confiesa entre risas que está harto. Tiene una hernia inguinal que no le deja dormir y no consigue hueco en la Seguridad Social. Años y años en la calle pero es nuevo en Madrid y hace meses que espera la ayuda del Samur Social: "Están jugando con los españoles, nos tienen olvidados. En esta misma calle hay una comisaría donde los inmigrantes salen con papeles y con seguridad social, y a mí nadie me opera", grita con las manos, con unos dedos gruesos que hablan más que sus palabras.

Felix es un perro viejo del barrio. Baja la radio al vernos llegar. Tumbado boca arriba con los brazos cruzados detrás de la cabeza, mira y responde con frases contundentes y un humor ácido que emplea como una gimnasia de mantenimiento.

"Soy alcohólico, vivo en la calle porque quiero. Aquí soy libre, y ahora para qué voy a trabajar si me pagan menos que hace veinte años".

"Hablé con la dueña y me dijo que podía quedarme si me levantaba antes de abrir la tienda"

Felix se crió en una familia bien, estudió en los Maristas del Conde de Orgaz , trabajó en la empresa familiar hasta que su padre murió y se truncó todo. La empresa, el trabajo, las juergas que ya no duraban solo una noche. Acumula intentos de rehabilitación e ingresos hospitalarios, y nos dice que donde se siente en casa es a los pies de esa zapatería que le sirve de dormitorio desde hace ocho años. "He estado en muchos sitios pero cuando vi este lugar me di cuenta que era para mí. Hablé con la dueña y me dijo que podía quedarme si me levantaba antes de abrir la tienda. Yo siempre con la sinceridad por delante, así me enseñó mi padre".

Su amigo Pepe está tumbado en los soportales de la Plaza de la Prosperidad. Los ojos entreabiertos. El dolor en el brazo y las copas del día hacen que apenas se le entienda cuando habla. Sus ojos vidriosos y cansados, casi entregados, nos dicen más. La última caída le llevó varios días de hospital pero salió antes de recuperarse. Porque quiso, porque la abstinencia no perdona. Ahora se ha dado cuenta que no puede levantarse solo, que no puede ponerse a vender los bártulos viejos que ofrece en la plaza de la Prospe. Pide varias veces un Nolotil, porque "algún malnacido" se los ha robado. Y como una epifanía trágica, confiesa: "Tengo que beber menos".

José Luis no quiere saber nada de alcohol: "Yo no soy como ésos. Una cosa es vivir en la calle y otra andar descuidado". Tiene 57 años y hace veinte que no tiene una casa. Lleva una camisa de cuadros perfectamente planchada y chaleco de lana. Un flequillo muy corto que le da un aire a ratos de niño, a ratos de monje. Y sus ojos pequeños, vivarachos, miran de un lado a otro como si alguien le siguiera: "Tengo ese estrés que no sé de donde viene", repite una docena de veces. José Luis es huérfano por eso dice que no le extraña la soledad de vivir en la calle: "Lo que si echo de menos es hablar con la gente, comunicarme, es que ni me ven cuando paso por delante". Por lo demás su vida dice que es como la de cualquier otro, que no pasa hambre porque en Madrid hay "un montón de comedores sociales", que no pasa frío porque está bien resguardado en la iglesia, que se entretiene durante el día yendo a alguna biblioteca o a sus revisiones con el médico, porque últimamente tiene "más nanas", y eso sí que le da miedo: "Enfermarse en la calle es lo más duro. Por eso me tomo todas las pastillas que me dan, porque si me cojo una gripe o algo peor me toca ir al albergue, y eso no".

El "albergue" es la palabra prohibida. Con solo nombrarla los cuatro protagonistas de esta historia se tensan y dicen la misma frase: "Eso no, allí ya he estado". Como quien no quiere recordar sus años en la guerra o en la cárcel. "Les pasa a casi todos, prefieren dormir en la calle que en un albergue. Yo nunca he podido entrar en uno, pero por lo poco que cuentan lo pasan muy mal, se sienten inseguros, son su ultimo recurso", nos explica Carmen.

Una responsabilidad del Estado

El desempleo es la respuesta que estos cuatro protagonistas dan a la pregunta clásica de cómo llegaron hasta aquí. También está el alcohol, la mala suerte, decisiones equivocadas, familias que les dieron la espalda o ellos prefirieron apartarse. Pero en general a ninguno de ellos le gusta explicar por qué. Algunos como Felix viven de los 380 euros mensuales de la paga no contributiva que recibe por tener una discapacidad del 68%. Otros como Pepe, tiran de la Renta Mínima de Inserción (RMI) que llega a los 400 euros al mes. El Samur Social, se encarga de ayudarles a gestionar las ayudas, y la gente de Bokatas también son un aliado a la hora de resolver burocracias, acompañarles al médico, incluso han llegado a buscar a familiares para ponerles en contacto de vuelta. Pero son conscientes de que su trabajo tiene que ver con el asistencialismo y reclaman que su tarea sea una responsabilidad del Estado.

Según un informe de European Federation of National Organisations Working with the Homeless (Feantsa) desde que comenzó la crisis en Grecia se ha producido un aumento de un 71% de las personas "sin hogar", en Bélgica y Luxemburgo de un 34% y un 61%, respectivamente, en Francia de un 50% desde el año 2007 y en España, en los dos últimos años, se detecta un aumento del 5%. Un promedio de 16.437 personas ingresó en centros de acogida de emergencia por día en 2016 en España, un aumento del 20.5% respecto a 2014.

Las dificultades de acceso a la vivienda y al mercado laboral tienen más culpa que cualquier conducta individual equivocada

El director general de Rais, José Manuel Caballol, es claro a la hora de apuntar a las causas del problema: "Las dificultades de acceso a la vivienda, el mercado laboral actual, el desigual acceso al sistema de salud y la ruptura de relaciones de ayuda que promueve el mundo de nuestros días tienen más responsabilidad en que existan personas viviendo de manera estable en las calles que cualquier conducta individual equivocada" apunta en una carta que es toda una declaración de intenciones. "La vivienda digna y adecuada es un derecho constitucional y, por tanto, su garantía es responsabilidad del Estado. El fenómeno del sinhogarismo es, fundamentalmente, un problema de acceso a la vivienda. Resulta sorprendente que la tarea de luchar contra el sinhogarismo recaiga únicamente sobre servicios sociales, continuamente desbordados", continúa.

Cuando no están los servicios sociales quedan ciudadanos de a pie como Carmen, que le pide la noche de los miércoles a su familia para atender a los otros hijos que acompaña desde hace más de una década: "Sabemos que un bocadillo no cambia las verdaderas causas de su situación, pero lo que está en mi mano es estar con ellos, acompañarles, asegurarme que los servicios sociales cumplen con su obligación, y sobre todo que se sientan menos solos, que vean que hay gente que se preocupa por ellos".

Con el invierno llegan las Campañas del Frío de las comunidades, los anuncios de más camas en los albergues, los segundos en el telediario para hablar del sinhogarismo, o artículos como el que leen. Pero este miércoles de fútbol, frío, y calles desangeladas que apenas vibran con los gritos del estadio, Jose, Felix, Pepe y José Luis, aseguran que el frío no es su principal problema. Si tuvieran que pedir un deseo dicen:

Jose que le operen de una vez esa hernia.

Felix poder levantarse a la hora que quiera y no depender del horario de su zapatería.

Pepe que llegue rápido el mes de abril que es cuando cumple sesenta años y puede acceder a una residencia social y no a un albergue de esos que no quiere ver ni en pintura.

Y Jose Luis pide una casa en Benicassim. Y nos aclara: "No porque allí haga calor sino porque me gustaría vivir cerca del mar".

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias