Este artículo se publicó hace 4 años.
Petróleo Sargentes de la LoraMano de obra extranjera y menos dinero del que esperaban: cuando Franco pensó que Burgos podía ser Texas
Durante medio siglo, Sargentes de la Lora tuvo el único yacimiento petrolífero en tierra de toda España. Aquella infraestructura, hoy cerrada, cambió la vida de un pequeño pueblo situado en una zona de gran despoblación.
Sargentes De La Lora (Burgos)-
En Sargentes de la Lora tienen los caballos alazanes más grandes de toda la Península Ibérica. Solo que ahora están quietos, oliscando el aire sin mover la cabeza.
Para llegar a Sargentes hay que pasar carreteras estrechas, algunas con asfalto cuarteado por los hielos. Si vienes desde Cantabria, remontas una pared rocosa que a ratos se pone vertical. El Páramo de La Lora, nada menos, porque aquí los nombres importan. Luego, arriba, hay viento, y frío, y las mañanas escarchan hierba fabricando florecitas de cristal. También nieblas, nieve entre diciembre y febrero. A veces antes, otras hasta más tarde. Es un sitio agreste, casi sin árboles, uno donde la vida se pone dura. Cultivo de patatas y trigo, rebaños de ovejas. Tierra que descascarilla en verano, cuando los mediodías zumban y el sol dibuja pequeñas ondas sobre los campos. Y ellos, claro. Ellos.
Los vecinos de La Lora nadaban entre riquezas. O, más bien, flotaban sobre ellas. Una, en realidad. Enorme, densa, de color negro. ¿Tendremos Texas en el norte de Burgos? Imagine usted, toda la provincia encierra petróleo en el subsuelo, sí, sí, que me lo han dicho a mí de buena fuente. Adiós a las necesidades, a los sabañones en alboreares de invierno. Ricos, vamos a ser ricos. Autarquía incluso en esto. Como en las pelis. Tipos con traje y sombreros ridículos, coches extravagantes, billetes volando. James Dean en el páramo. Similar.
El Museo del Petróleo está al lado de un frontón. Es un edificio rectangular, de color blanco, moderno pero sin pecar de sofisticación. En el frente se puede contemplar, altiva, una de esas estructuras que nos hemos acostumbrado a ver en el cine, esas que parecen enormes mantis religiosas bajando la cabeza cada pocos segundos. "Se llama caballito o bomba extractora, también balancines", cuenta Idoia, la guía del museo. Nos ha tenido que abrir expresamente para que podamos verlo, tiempos raros de mascarillas y prevenciones. Toda la parte exterior está salpicada con herramientas y piezas de hierro, que crecen desde la tierra como un bosque steam punk. Algunas parecen expuestas, otras solamente abandonadas. Óxido y tuercas que asoman. Autómatas durmiendo, esperando quizá que caiga la noche para desperezarse y salir a cazar luciérnagas. Para quien no sabe nada de estas cosas, las máquinas siempre parecen que encierran secretos.
El día seis de junio de 1964 fue fiesta en La Lora. Llovía, llovía oro. Oro negro, sí, pero qué más da. Prospección número 101 y... premio. Un chorro de cincuenta metros de altura, ahí es nada. Muy cerca de Valdeajos se había encontrado, al fin, petróleo. Desde el año 1900 venían explorando la zona. Arenas asfálticas, sedimentación ideal. Sí, aquí puede haber. El impulso definitivo llega con los cincuenta. España y Estados Unidos normalizan relaciones, y aprovechan los americanos para hacer un reconocimiento aéreo de todo el territorio español. Con fotografías. Servían para muchas cosas. Para buscar yacimientos, para encontrar puntos ideales de defensa (los soviéticos están lejos, pero uno nunca sabe), para desenterrar viejos caminos, para ayudar en deslindes y pendencias. Insistan aquí, dicen. Acabará brotando.
Y lo hizo. En el museo tienen una botella llena de aquel primer líquido. Vidrio verde, el interior muy oscuro, menos denso de lo que imaginarías. Aun conserva la etiqueta, tinto superior que más parece vino peleón. Era lo que tenían a mano.
Cuentan que los trigales estuvieron oscuros durante semanas.
Pronto la noticia corre. El franquismo logra autoabastecerse. O, en otras palabras... de esta nos forramos, Pepe. Expectación máxima, pero con reservas. Por la mente de algunos aún transitan recuerdos del caso Filek. ¿Cómo? ¿No lo saben? Pues que el régimen ya contó con un invento llamado a cambiar la historia de la Humanidad. El motor que se mueve con agua, nada menos. O, por mejor decir, un combustible capaz de arrancar coches, aviones y hasta submarinos, y cuyo ingrediente principal era el hachedosó. Imaginen, con la de ríos que hay. La moto se la vende al Caudillo un tal Albert Edward Wladimir Fülek Edler von Wittinghausen, nombre tan largo que aquí hubimos de reducirlo al más simple Filek. Aquello acabó en ridículo, así que no es plan de repetir la operación.
Claro que... es complicado frenar el optimismo, ¿no? La Voz de Castilla se hace eco del hallazgo y empieza a publicar seriales sobre las bondades del crudo y lo bien que vamos a vivir cuando seamos ricos. "Nace la era del petróleo", se lee en una portada. Y debajo: "Sus padres fueron el loco Drake y el tío Billy", los primeros en explotar industrialmente esta sustancia en Estados Unidos, porque hay que conocer un poco la historia de este aceite tan raro que nos va a hacer millonarios, ¿no?
Aquello fue una revolución. Hoy en día, Sargentes de la Lora tiene 27 habitantes, aunque en el pueblo normalmente viven unos 17. Me lo confirman en el bar, entre risas. "Es que con lo del confinamiento tenemos el número muy claro. Aquí cada uno estuvo en su casa, sin salir. No hubo ningún afectado por el virus". Ese bar se llama, claro, El oro negro, y tiene un cartel con el nombre pintado en letras oscuras, caracteres levemente arábicos, como el álbum de Tintín que se titula de forma parecida. Sitio de lo más completo. Comedor, barra, terraza y hasta zona chill out. Antes servía, incluso, de gasolinera, y aún puedes ver allí la huella del único surtidor. Esta tarde hay tres mujeres sentadas al fresco, bajo una sombrilla, cada una con su café delante. Hace calor pero corre un aire que emborrona la calle con tonos naranjas.
En la barra atiende Begoña, una bilbaína que lleva dos años en Sargentes. "Aquí la vida es mucho más tranquila", dice. Begoña tiene más sonrisas que habitantes hay en su municipio, y cada pregunta la responde con una pequeña carcajada. Junto al cañero veo un bote de metal a modo de hucha. "Reparación retablo iglesia Sargentes", han pintado con rotulador. Tomamos un café, hablamos de los pozos, del pueblo. Al pagar, ella toca muy fuerte una campana, al grito de "¡bote!". Luego sale a sentarse con sus amigas, en la terraza. Sí, aquí la vida es mucho más tranquila.
El yacimiento empezó a explotarse en 1967. Trabajo ímprobo. Primero fabricar toda la infraestructura, la misma que permanece, hoy, inmóvil, ajada por herrumbre y vientos. Hasta 57 pozos en total. El más fructífero era el número 37, el mismo que puede verse, a lo lejos, desde el interior del museo. Como si fuese un homenaje.
Pequeña aldea. Allí, en los campos, tenían hasta cocinas. Todos los días subían a ese páramo de aire y cantos camionetas cargadas con pan, carne, fruta, a veces algo de pescado. Había, incluso, autoabastecimiento energético, porque extraían y utilizaban su propio gas.
La calidad del crudo era media, eso sí. Alto contenido en azufre, también en vanadio. Vamos, que solo servía como combustible de calderas. Uso industrial, nada de gasolina para nuestros coches. ¿Un ejemplo? La primera vez que se llevó petróleo extraído en La Lora hasta la refinería que hay en Vizcaya (entre Muskiz y Abanto Zierbena) éste corroyó por completo las tuberías, dejándola inservible durante semanas.
No fue el único accidente. En 1983 una válvula de seguridad empezó a arder. Apagar un incendio que se alimenta directamente de petróleo no es cosa fácil, como ustedes comprenderán, así que el fuego estuvo activo dos meses. Al final llegaron a Burgos unos artificieros especiales y lograron cercenar las llamas de la forma más espectacular posible. Con dinamita. La detonación consumió el oxígeno, y eso ahogó al fuego. No hubo ninguna desgracia personal, pero la cosa debió ser tan grande que aún hablan de ella.
En realidad para esas fechas ya todos sabían que aquello no iba a ser Texas. Muchas prospecciones, pocos resultados positivos. Oigan, que ahí debajo no hay un mar de petróleo... como mucho algún pequeño lago. Al menos tenemos trabajo. Y salud.
El de Begoña es el único bar que sobrevive en Sargentes, pero antes, cuando lo del petróleo, no fue así. "Aquí llegaron a vivir casi 300 personas", me dice Carlos Gallo, alcalde del municipio. "A eso suma quienes se alojaban en otros sitios pero trabajaban en los campos, unos 500 visitantes diarios. Hubo cinco restaurantes, incluso un pequeño bar en la puerta del Pozo Número 1, para refrescar a los obreros. Todas las casas tenían algún huésped, lo más frecuente era que los niños durmiesen en el pajar, en espacios improvisados, y las habitaciones quedasen para forasteros. Había dinero, mucho dinero". Y, ¿alguno logró forrarse de forma obscena, al modo de Texas? El alcalde ríe. "No, no, en La Lora los particulares no explotaban el petróleo, solo cobraban la expropiación. Se pagaron justiprecios altos, pero no locuras. Nada de magnates. El dinero entraba por el trabajo del día a día".
Me confirma esto José Manuel Rodríguez. "Sí, había riqueza, los sueldos eran muy altos. En los pozos podías ganar tres veces más que un obrero que hiciese un trabajo similar en Burgos, por ejemplo". José Manuel habla de primera mano, porque estuvo 25 años trabajando en el llamado Campo de Ayoluengo (Ayoluengo, que pertenece al municipio de Sargentes, es el pueblo más cercano a la zona de extracción). "Entré a los 18 años y pasé allí media vida, contratado por varias empresas. Mantenimiento del campo, salvo al principio, que anduvimos en perforación. Esos fueron los más duros. Por el clima, principalmente. Nieve, viento, mañanas con ocho o diez grados bajo cero. Sí, las torres eran complicadas. Y peligrosas, allí las manos peligraban, te las podía llevar la máquina en cualquier descuido. Con el tiempo aprendías a guardarla, a ponerla donde no hubiese riesgo, pero...". Deja hablando al silencio.
Hoy José Manuel tiene 62 años. Le pregunto por el ambiente en Sargentes durante aquel tiempo que fue distinto a todos los demás. Trabajo de sol a sol, doble ocupación. "Cultivábamos patatas de siembra, naves llenas hasta arriba. También trigo, pero menos. Y había mucha gente de fuera. Franceses, que venían de Argelia. También americanos. Todo mano de obra extranjera en un primer momento, nosotros solamente ayudábamos y hacíamos las labores más duras. Después aprendimos, claro". Carlos apostilla. "Escuchabas distintos idiomas en las calles, era algo muy pintoresco". También notaban el vigor en otros aspectos. "Aquí hubo cinco bares", continúa José Manuel, "y los cinco siempre con gente. Piensa que se trabajaba a tres turnos, y que, además, los extranjeros eran muy generosos con las propinas, jejeje. Y tres oficinas bancarias... la Caja de Ahorros del Círculo Católico, la Caja Rural de Burgos y la Caja de Ahorros Municipal de Burgos. Eso significa algo, creo yo".
De cerca, los caballitos son más pequeños que en el cine. Ayuda a su magnificencia el hecho de que estén recortados sobre la cima de la montaña, siluetas de insectos gigantes bosquejando el cielo. Pero luego te acercas (no mucho, cada uno tiene distancia de seguridad marcada con vallas a medio caer) y no parecen para tanto. Imponen, eso sí. Color marrón herrumbre, como robots que se hubiesen quedado sin pilas. Allí, junto al Pozo 37, hace frío. Es el que más riquezas arrancó a las entrañas de la tierra, pero ahora está quieto, como todos los demás. Corre viento, siempre corre el viento en este sitio. Aún no es de noche y ya estremece. Carteles y hierbas se agitan. Si lo miras fijamente hasta parece que el balancín estuviera a punto de mover sus engranajes, abrevar otra vez ese refresco pesado y denso.
Quizá, de madrugada, llegue a hacerlo. Aprovechando que nadie mira. Solo por recordar. Por la nostalgia.
El final de esos pozos petrolíferos vino provocado por la transición ecológica. La concesión caducaba en 2017 y el Gobierno de Mariano Rajoy decidió no renovar. Hasta ese enero siguieron trabajando los caballitos, cada vez más lentos, cada vez menos. Después, el Ejecutivo comunicó a Columbus Energy Resources, última compañía en explotar, que debía desmantelarlos. Allí siguen, por ahora.
En medio siglo salieron diecisiete millones y medio de barriles. Si les parecen muchos piensen que Arabia Saudí produce once millones y medio... al día. Eso sí que es una lluvia de dinero.
Ahora lo que se lleva en la zona son los aerogeneradores. Aparecen aquí y allá. En esta loma, en aquel risco, con su zumbido como de barco con tres quillas. Cae la niebla al final de la tarde y parece que le están haciendo cosquillas al cielo. Al final las nubes no se aguantan y empiezan a reírse, escupiendo gotas gordas de lluvia. Encajar molinos y caballitos en el mismo vistazo produce una sensación extraña, casi viaje en el tiempo. Y, sin embargo, los segundos son más bonitos. Pese a estar muertos.
Quizá por eso.
Pregunto a José Manuel qué siente ahora al ver todo aquello parado, cargándose de óxido y olvido. Si le da pena. No me deja terminar la frase. "Claro, cómo no va a dármela. Si eso lo has trabajado, lo has vivido. Da tristeza que se acabe. Con el movimiento que traía a estos pueblos... Yo querría que al menos quedase un balancín. Para el turismo, para que todos comprendieran lo que fue". Y el alcalde: "Ideas tenemos muchas. Pero a ver si podemos llevarlas a cabo". La curiosidad, los visitantes. Cerca de Sargentes hay varios túmulos misteriosos, que llevan ahí miles de años. El contraste con el patrimonio industrial pudiera resultar atractivo.
El cielo está cubierto ya. Al oeste asoman los últimos rayos de sol, colándose por entre una pequeña franja horizontal de nubes que reposan casi en la cima de una montaña. Allí distingo columnas, inmensas, de los aerogeneradores, y pareciera que el cielo tiene código de barras. En unos minutos todo estará oscuro, y brotarán aquí muchas más estrellas de las que hay en las ciudades.
En la tierra del petróleo empieza a hacer frío.
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