Este artículo se publicó hace 2 años.
La precaria jubilación senegalesa de Pathé Gueye: sin apenas recursos en su país tras 30 años trabajando en España
Pathé Gueye vive en Saint Louis, ciudad del norte del país africano donde nació en 1956. Desde una humilde vivienda de su barrio, relata cómo estuvo años empleado en varias compañías de Andalucía, pero volvió a su país y se quedó sin las facilidades de las que había gozado.
Alberto G. Palomo
Saint Louis (Senegal)-Actualizado a
Con un puñado de ascuas calentando la tetera y los pies sobre la arena, que invade cada recoveco, Pathé Gueye invita amablemente a entrar a su casa. Maneja un español curioso: las palabras que le cuesta enlazar emanan un indiscutible deje andaluz. En este piso a medio hacer, que enseña como un delicado anfitrión, residen además su esposa, sus tres hijos y sus cinco nietos. Una familia entera que vivió tiempos de bonanza cuando el abuelo trabajaba en España. Ahora, con 65 años y una década desde su regreso, no hay rastro de esos lujos: el día a día es de supervivencia, como la mayoría de sus compatriotas.
"Mira, tengo todos los contratos y lo que calculo que tendría de paro. Pero volví y solo he podido hacer algunas faenas cortas", explica Gueye mientras manosea una carpeta y rellena las tazas de una oscura y amarga infusión. Es un ejemplo de migrante retornado: gran parte de su juventud y madurez los pasó en barcos pesqueros de titularidad española, pero decidió plegar el equipaje y seguir con su oficio frente al paisaje de siempre. No se arrepiente del todo, alega, pero sí le pellizca un detalle que le habría facilitado esta humilde jubilación: lograr un colchón con su sueldo europeo o incluso un retiro más acomodado.
"Tengo todos los contratos y lo que calculo que tendría de paro. Pero volví y solo he podido hacer algunas faenas cortas"
También, claro, extraña otras cosas. Gueye habla a menudo de la tortillita de camarones, la paella y las delicias que tomaba en lugares como Palos de la Frontera, Cádiz o Islantilla. Se sabe la geografía del sur de España con el detalle de sus rincones más próximos. Allí recalaba después de semanas en alta mar. "Mi patrón decía: Ahora, al puerto a comer pescaíto", ríe, enumerando las tareas que desempeñaba mientras se balanceaba sobre el océano: recoger redes, almacenar la pesca, limpiar, hasta cocinar. "Nada que ver con lo que luego tomábamos en Andalucía", avisa posando entre las paredes de un pasillo que podría ser una continuación del abandonado callejero de Guet Ndar, barrio de unos 30.000 habitantes ocupado mayormente por compañeros de oficio.
Pescadores como él, que cada amanecer vuelven con las coloridas pirogues o cayucos de madera. Gueye ha sido toda la vida uno de ellos, pero recuerda la fecha en la que el destino quiso darle un empujón a algo más lucrativo. El 17 de enero de 1982 partió a Dakar, la capital. Allí tenía un amigo que a su vez tenía un contacto español. Se llamaba Martín Vázquez, como el componente de la Quinta del Buitre, según señala este profesional. Gracias a él y al buque de bandera rojigualda, su nivel de vida ascendió: de los pocos francos que rascaba con cada salida al mar pasó a pesetas. Aún recuerda la cantidad de aquel contrato: 85.000, unos 500 euros.
Aguantó, con la respectiva subida anual de su salario, hasta 2012. Treinta años en los que alternaba las temporadas en medio del agua con alguna visita a su tierra o con esperas en la península. "Nada más bajar del barco, cobrabas", apunta con una sonrisa: así pudo comprarse, en 1985, esta vivienda, que luce igual de desnuda que entonces. Le supuso, por otra parte, largas ausencias: se perdió incluso el parto de algún hijo. "Es que a mí me llamaban mucho, no paraba. Me gritaban: Eh, moreno, ¿quieres trabajar? Porque iba mucha gente sin formación", justifica. El problema, añade Gueye, es que llegó la crisis.
No solo la crisis endémica de su ciudad natal o la que se extiende ancestralmente desde lo más profundo del continente, sino la que se llevaba por delante a Estados Unidos y los países occidentales. El crash bursátil de 2008 sacudía los cimientos de sus corporaciones europeas y se llevaba al resto de generaciones por delante. También las de extranjeros que se habían convertido en inquilinos fijos. "La vida en Senegal es muy difícil, pero si tienes familia y a tu gente se pasa mejor que fuera", reflexiona Gueye, pensando en aquellos años y en la decisión que tomó.
En 2008 llegaron a España cerca de 600.000 migrantes regulados de diferentes nacionalidades
Le acompañan las cifras: en 2008 llegaron a España cerca de 600.000 migrantes regulados de diferentes nacionalidades, según el Instituto Nacional de Estadística. No fue hasta 2017 cuando se superó este número: entre medias hubo un descenso que poco a poco fue remontando, lejos todavía de los más de 700.000 que se registraron en 2007. Dentro de este conjunto, los migrantes de Senegal siempre representan un amplio porcentaje, situándose por detrás de Marruecos, Rumanía, Colombia o Ecuador. En el padrón de 2020 había 76.973 censados, aunque muchos cruzan las fronteras y se establecen irregularmente.
Bajo esta coyuntura de recesión global se inició el programa de Retorno Voluntario, promovido por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. La idea era facilitar a los migrantes volver a su país de origen con subvenciones para creación de empresas o para costear el vuelo. Según los datos del organismo público, entre 2009 y 2021 se acogieron a estos planes 22.629 personas. Pathé Gueye no fue uno de ellos: su situación laboral en España era intercalada. Él disfrutaba de ciclos activos y de descanso entre las distintas faenas. A veces le pillaba en Lepe o Puerto Umbría, donde aprendió a hacer ropa vieja y arroz congrí, recetas caribeñas que le enseñaban sus amigos canarios.
"Y tuve una novia de Palma de Mallorca. Se llamaba Dolores", cuenta con una mueca de amargura: Pathé Gueye, a pesar de su trayectoria por diferentes puntos de España, desde los talleres gallegos donde repostaban hasta los puertos del sur donde iniciaban la ruta, observa ahora su pasado como un espejismo. Más de una vez pensó en agarrar de nuevo la maleta, pero le atrapó quedarse con sus hijos o su actual mujer, de 51 años. "Aquí andaba mi familia y les dejaba de ver mucho tiempo. Como no estaba muy bien la economía, preferí seguir para más adelante. Pero ahora ya estoy mayor y no me llaman para salir", afirma desde la silla de plástico, que ejerce de satélite sobre el que orbita todo su entorno.
Gueye perdió paulatinamente la posibilidad de reengancharse al mercado español. Y le pesa, aunque no siempre estuvo en sus manos: cuando decidió abandonarlo, en 2013, el paro llegó a rozar los 6,3 millones de personas. Un 27% de la población activa. Luego fue mermando hasta casi la mitad, pero era tarde. "Lo que más echo de menos y a lo que más vueltas le doy es a por qué no me quedé", suspira. Se acuerda a menudo de sus estancias en lugares de España que de repente se tornan lejanas. "A veces pienso en lo que perdí", dice melancólico, tarareando una melodía de Julio Iglesias.
En Guet Ndar o en el resto de la geografía nacional el sueldo saliendo a la mar no alcanza los 70 euros al mes
Una sensación extendida entre quienes optan por un desenlace similar. Mamadou Dia, responsable de la asociación Hahatay en la localidad de Gandiol, a unos kilómetros al sur del centro pesquero y turístico de Saint Louis, afirma que este tipo de emociones suele acompañar a quien se vuelve. "Los senegaleses son muy de casa. Su sueño es irse, pero siempre con ganas de volver e invertir en su país", explica con criterio: él puso el pie en La Gomera en 2006 tras una travesía en patera. Después de ocho años, regresó. "Tenía claro que no quería estar más y, después de trabajar en varios sectores, me di cuenta de que podía aportar más a mi país estando en él que fuera", apunta, nombrando proyectos que llevan a cabo en la agrupación donde las raíces se sobrepusieron.
O en los que el trayecto parecía llegar a su fin, como el de Pathé Gueye. Su esperanza, aunque no lo tiene muy claro, es que alguno de sus hijos siga sus pasos, con "más cabeza". En Guet Ndar o en el resto de la geografía nacional el sueldo saliendo a la mar no alcanza los 70 euros al mes. Y la pandemia ha recrudecido el negocio. Basta con ver las salidas a la desesperada en embarcaciones precarias, añadiendo más muertes en el Atlántico o en el Estrecho de Gibraltar. A lo largo de 2021, la ruta a las islas Canarias fue la más mortífera de la inmigración a España, con más de 4.000 fallecidos en 124 naufragios, según la ONG Caminando Fronteras. En Saint Louis aún resuena el eco de aquellos vecinos que zarparon para siempre. Lo hicieron desde las orillas que rugen a pocos metros o desde Mbour, otro enclave clásico a unos kilómetros de Dakar. Por eso, ni este abuelo encargado del té ni sus hijos se arriesgan, aunque sepan lo que hay al otro lado del horizonte y extrañen esa preciada jubilación.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.