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La propuesta de catalogar el gas y las nucleares como energías verdes amenaza con lastrar la transición ecológica en Europa

La presidenta de la Comisión Europea ha anunciado que se está estudiando una nueva propuesta para incluir el gas y las nucleares dentro de la taxonomía de finanzas verdes. De llevarse a cabo, se podrían frenar numerosas inversiones en tecnologías limpias como las renovables o el hidrógeno, muy útil para electrificar el transporte pesado.

El vapor se eleva desde las torres de refrigeración de la central nuclear de Electricite de France (EDF) en Belleville-sur-Loire.
El vapor se eleva desde las torres de refrigeración de la central nuclear de Electricite de France (EDF) en Belleville-sur-Loire. Benoit Tessier / REUTERS

A escasos días de que arranque la Cumbre del Clima de Glasgow (COP 26) y en el marco de una crisis energética acuciante, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ha planteado la necesidad de cambiar la taxonomía verde de Europa para incluir "de manera temporal" al gas y a las nucleares como tecnologías útiles para afrontar la descarbonización del continente. Una medida que aún no se ha concretado pero que podría amenazar con retrasar la apuesta por las renovables y legitimar el uso, en el caso del gas, de un combustible fósil con un elevado impacto en el planeta.

"Necesitamos más energías renovables. Son más baratas, libres de carbono y de cosecha propia", reconocía la presidenta. Pero tras esas palabras avanzaba una nueva propuesta para cambiar la taxonomía de finanzas verdes: "También necesitamos una fuente de energía estable, la nuclear, y durante el periodo de transición, el gas". 

Si finalmente sale adelante este cambio, el ritmo de penetración de las tecnologías renovables podría ralentizarse. Así lo entiende Mario Rodríguez, director de Transición Justa y Alianzas Globales de ECODES, fundación especializada en desarrollo económico y sostenible: "Esto quiere decir que mucha inversión europea dejará de ir hacia las tecnologías renovables que si producen una transición real. El ejemplo más claro está en el transporte pesado –buques, aviones o camiones–. Si el gas pasa a considerarse una fuente de energía limpia eso supondrá que se dejará de invertir en el desarrollo del hidrógeno verde o de otras fuentes aún sin asentarse que son muy necesarias para descarbonizar el transporte de mercancías".

Siguiendo el ejemplo aportado por Rodríguez y aterrizándolo con datos, el impacto del gas puede llegar a ser incluso más nocivo que el diésel en el transporte pesado. Un informe publicado en el mes de septiembre por la organización europea Transport&Environment demostraba que un camión propulsado por Gas Natural Licuado (GNL) emite un 13% más cantidad de gases de efecto invernadero que un vehículo similar propulsado por diésel. Esto se debe principalmente a las emisiones de metano asociadas a este tipo de combustibles, un gas con un impacto mucho mayor que el CO2 en el cambio climático. 

Javier Andaluz, responsable de Energía y Clima de Ecologistas en Acción, advierte de que el carácter "temporal" de este cambio en la taxonomía podría retrasar los compromisos climáticos y hacer que la Unión Europea incumpla el Acuerdo de París. "Se frenarían parte de las inversiones que se necesitan destinar a dar los respaldos necesarios al desarrollar del eléctrico. Esto puede tener consecuencias a la larga, por ejemplo, en el sector doméstico con las calderas de gas". La Agencia Internacional de Energía (AIE) reclamaba que en 2025 se pusiera fin a la venta de este tipo de tecnologías para calentar los hogares. De cumplirse ese escenario, con una edad media de unos 12-15 años por caldera, el final real de las emisiones asociadas a este sector se prolongaría más allá de 2035. En el caso de que el gas se considerase finalmente una energía para la transición energética, la fecha propuesta por la AIE se retrasaría aún más y, con ello, la penetración de nuevos sistemas de renovables o tecnologías de biomasa que permitan reducir el impacto de los sistemas de calefacción.

En términos de ciencia climática, el impacto de la producción de gas en la crisis ecológica actual es uno de los factores más determinantes. De por sí la Unión Europea estaba incluido en la lista de potencias que continúan apostando sus inversiones al gas, agrandando la brecha entre la producción real y la producción reclamada por la ciencia para mitigar el cambio climático. En otras palabras, la revisión de la taxonomía verde propuesta por la presidenta de la Comisión podría lastrar aún más los objetivos de descarbonización planteados para 2055.

¿Más nucleares?

Si el gas ha generado polémica, las nucleares no se quedan atrás. Se trata de una fuente de energía envejecida en la mayor parte del continente europeo y con bastantes limitaciones temporales y económicas a la hora de plantear su crecimiento. Sin embargo, las palabras de von der Leyen recogen el guante lanzado hace semanas por el presidente francés Emmanuel Macron, que anunció un fondo millonario para crear nuevos minireactores nucleares con una capacidad de entre 50 y 500 MW, muy por debajo de las instalaciones de más de 1.000 MW existentes.

Eloy Sanz, doctor en Ingeniería Química y profesor de Tecnologías Energéticas en la Universidad Rey Juan Carlos, sostiene que, si finalmente se apuesta por este cambio en la taxonomía verde, la "transición energética de Europa será mucho más lenta y cara". La construcción de una planta nuclear no es algo que se realice en tiempos cortos, por lo que las inversiones que los estados puedan realizar en esa línea no verían sus frutos hasta dentro de más de una década. "El IPCC dice que desde que se planifica una central hasta que se conecta a la red pasan entre 10 y 19 años. En la Unión Europea hay 3-4 reactores en construcción y todos están retrasados, con tiempos de construcción de 14 años en el mejor de los casos y ejemplos flagrantes como las plantas de Olkiluoto-3 en Finlandia o Flamanville-3 en Francia".

Otro ejemplo, no sólo de los retrasos, sino de los sobrecostes, es la central nuclear de Hinkley Point en Reino Unido, que se ha convertido en la construcción más cara de la historia de la ingeniería energética con cerca de 24.000 millones de euros, tal y como revelaba en 2017 El Periódico de la Energía. Los elevados costes de construcción y la dilatación en el tiempo pone en duda que sean las fuentes de energía idóneas para basar la descarbonización. En el caso de la planta británica, tal y como informaba La Marea en un reportaje, el Gobierno se comprometió, para amortizar los costes, a pagar la electricidad a un precio fijo de 109 euros/MWh, una cantidad que choca de bruces contra los precios de las renovables de hoy, a 30 euros/MWh según la última subasta española de renovables.

Andaluz, por su parte, considera que la amenaza real no es tanto que se puedan construir nuevos reactores como que se termine destinando dinero a reacondicionar las instalaciones para alargar la vida útil de las plantas. "No creo que haya nuevas instalaciones, pero si esto sale adelante lo que si se van a dar son inversiones en seguridad para alargar el calendario de cierre de las centrales que ya tenemos y esto es un riesgo importante en términos cómo almacenar los residuos o de seguridad", indica el ecologista.

Más allá de los riesgos ambientales, Sanz vincula esas posibles actuaciones en los envejecidos reactores del viejo continente con la escasa rentabilidad del sector desde el punto de vista económico. "Desde el sector siempre se vanaglorian de que el aumento de la vida útil de las nucleares permite amortizar la central y hacer que sea la energía más barata, pero claro, no hablan de que para ello necesitan invertir bastante dinero en seguridad".

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