Este artículo se publicó hace 3 años.
Ramadán en pandemiaUn Ramadán confinado entre burbujas de convivencia
El 13 de abril inició el segundo Ramadán en pandemia. Sin confinamiento domiciliario, la comunidad musulmana lamenta la imposibilidad de hacer grandes reuniones y las limitaciones del toque de queda, que les obligan a romper el ayuno en casa y con sus convivientes.
Sandra Vicente
Barcelona-
Son las cinco de la tarde y Malika ya prepara la cena. Espera a que sean las 20.35 horas para romper el ayuno del Ramadán, que este año se celebra del 13 de abril al 13 de mayo. Panes y dulces ya están listos; la sopa harera todavía cuece: con garbanzos, ternera, pasta y verduras, es típica de Ramadán por ser un alimento completo, perfecto para después de todo un día sin poder comer ni beber.
Malika ofrece té y dátiles mientras charlamos en el salón de su casa. "No os preocupéis por mí, no sufro mucho por el hambre. Con lo que peor lo paso es con el café. Si no lo tomo, me duele mucho la cabeza", cuenta, entre risas.
Un 'iftar' sin salir de la burbuja
Malika lleva bien el ayuno. Lo que no le resulta tan fácil es que, este año, por segundo consecutivo, no puede celebrar el iftar –la comida con la que se rompe el ayuno– con su familia. "Nos solíamos juntar más de 16 personas. Cada uno traía comida y estábamos hasta las dos de la mañana. ¡A veces, hasta las seis!", recuerda, nostálgica.
"Es muy triste pasar el Ramadán así; no te dan ganas de celebrar"
Por las restricciones de la covid-19, esta extensa familia, como tantas otras, no puede juntarse por las limitaciones de reunión y el toque de queda. Por un momento, el rostro de Malika se ilumina al caer en que el estado de alarma, al que está sujeto el toque de queda, termina el 9 de mayo. Cuatro días antes del fin del Ramadán. "Ojalá podamos juntarnos", dice, esperanzada. "Es muy triste pasar el Ramadán así; no te dan ganas de celebrar", asegura la mujer, quien explica que las veladas de fiesta se han convertido en multitudinarias llamadas por WhatsApp.
"Echo mucho de menos a mi familia, estar con ellos y rezar juntos", reconoce. Y es que no solo las comidas se han visto restringidas. Durante el Ramadán, a los cinco rezos diarios acostumbrados se suma otro: la Tarawih, una larga oración que se realiza después de romper el ayuno, durante la cual se leen largos versos del Corán, ya que es costumbre leer todo el texto sagrado durante este mes.
Estas oraciones suelen estar guiadas por el imán, y en las mezquitas se congregan centenares de personas. "Hemos llegado a acoger a 900 fieles", explica Alí Abdelrady, director del Centre Cultural Islàmic Català. Este centro cuenta con una gran mezquita de tres plantas, que han tenido que dividir para respetar las distancias de seguridad y cumplir con los aforos permitidos. Así, para poder acoger a todos los fieles que desean acudir a la Tarawih, la repiten en cuatro turnos distintos.
Pero, tal como asegura Abdelrady, "no es lo mismo". Este rezo se realiza por la noche, pasado ya el toque de queda. Por eso se ha tenido que avanzar y se realiza poco después de romper el ayuno. "Está viniendo poca gente a pesar de lo importante que es", lamentan desde el Centro. Una de las familias que ha renunciado a celebrar la Tarawih en comunidad es la de Malika. Ella no suele ir a la mezquita, porque considera que el rezo es algo muy personal: "Estoy mejor sola". Sin embargo, durante el Ramadán sí que acostumbraba a ir al templo para la oración nocturna. "Es demasiado importante para hacerlo en casa y es muy bonito vivirla en comunidad. Duele mucho perderla", lamenta.
Miedo al contagio en la mezquita
Abdelrady explica que ahora que las mezquitas vuelven a estar abiertas todavía hay personas a las que les cuesta entrar por miedo a contagiarse. Buscando la parte positiva, desde el Centre dicen que el recogimiento al cual ha obligado la pandemia "puede ser bueno, porque se necesita calma y reflexión para conectar con Alà". Y parece estar en lo cierto, ya que después del confinamiento empezaron a acercarse muchas personas a la mezquita.
"Siempre que hay crisis se necesita de un poder superior y crece el sentimiento religioso"
"Siempre que hay crisis se necesita de un poder superior y crece el sentimiento religioso", cuenta. Algo parecido le pasó a Malika. Nació en Marruecos hace 35 años, pero a los cuatro migró junto a toda su familia. Sus padres jamás le contaron mucho sobre el islam, y adoptaba las costumbres que veía en casa, sin sentirlas suyas.
"Hice el Ramadán hasta los 17 años, pero siendo tan joven no entendía por qué tenía que dejar de comer", explica. "Me escondía a comer Bollicaos", recuerda, entre risas. No fue hasta los 25 años que, tras cerrar la empresa en la que trabajaba y quedarse en paro, empezó a investigar e interesarse por el islam. "En la vida tenemos que aferrarnos a algo; es malo no creer cuando sufres ansiedad".
Aprendió a leer y hablar árabe por su cuenta, Corán en mano. "Este reencuentro con la religión fue grandioso", exclama esta mujer que se define "creyente a su manera". Para Malika, entender el trasfondo del islam es clave y explica que el Ramadán va mucho más allá de pasar hambre. "Es un mes en el que te pones en la piel de otros. Yo, cuando cae el sol, vuelvo a comer, pero hay millones de personas que no pueden. Nos damos cuenta de nuestros privilegios y nace la empatía", dice. Porque el mes sagrado es un momento de solidaridad, de mostrar lo mejor de uno mismo. "Es un mes de paz", dice.
Truncando la solidaridad
Pero esta paz, que nace de ayudar a los demás, también se ha visto truncada, de alguna manera, con la covid. "No se trata solo de querer ser mejor, sino de serlo en la práctica. Y la covid nos ha robado estas muestras de bondad a través de acciones comunitarias", se lamenta Khalid Ghali, comisionado de Pluralismo Religioso en el Ayuntamiento de Barcelona. El Ramadán traspasa las fronteras de las mezquitas y de los hogares, y da lugar a encuentros que a menudo se daban en la calle, en aquella vieja normalidad que nos permitía reunirnos en la vía pública.
Se han cambiado los 'iftars' en la plaza por donaciones de comida para mantener la solidaridad del mes sagrado
Eran frecuentes los iftars comunitarios en barrios como el Clot, donde el Centre Cultural Islàmic llenaba la plaza con mesas que se cubrían con comida que traían decenas de personas. Cualquiera podía comer, fuera o no musulmán. Hubiera cocinado o no. Este año todo ha cambiado, pero la comunidad intenta mantener la solidaridad como puede. "No queremos olvidar a los más desfavorecidos e intentamos que las personas sin hogar vayan a dormir con una comida caliente en el estómago", dicen.
Es por eso que han cambiado los iftars en la plaza por donaciones de comida que llegan, a diario, hasta a 300 personas. "El Ramadán va mucho más allá de la religión. Une espiritualidad, comunidad y cultura", dice Khalid Ghali. Pero, a pesar de eso, no hay que olvidar que el mes sagrado es la celebración más importante del tercer credo en Catalunya. Solo en Barcelona hay 25 confesiones diferentes: "El cristianismo no es mayoritario, pero a pesar de eso y de estar en un estado aconfesional, las otras religiones sufren un agravio respecto a las festividades cristianas", explica Ghali.
El comisionado recuerda las relajaciones en las restricciones que se dieron durante Semana Santa y Navidad. "Algunas comunidades, como la musulmana, solo pedirían alargar el toque de queda para poder rezar la Tarawih o volver del iftar tranquilos", lamenta.
"No podemos hacer otra cosa. La situación es la que es", dice Malika, con una sonrisa resignada mientras muestra un vídeo de YouTube que enseña los encantos de Moulay Bousselham, el pueblo donde se crio. Espera a que acabe la pandemia para poder volver. "Echo de menos tantas cosas. Pero quiero pensar que este sacrificio servirá para algo", nos cuenta, mientras coge en brazos a Isaac, el más pequeño de sus hijos. Juega con una tablet, pero, cuando se queda sin batería, levanta la vista y repara en la gran olla que hierve en la cocina. Su madre se ríe. Aún quedan un par de horas para que puedan romper el ayuno y tienen tiempo de poner la tablet a cargar, para poder reencontrarse con su familia a través de la pantalla.
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