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El refugio del padre Carlos contra el terror desatado por el Estado Islámico

El cura palestino Carlos Khalil Jaar acoge a doce familias iraquíes en su casa de Amán y atiende a miles de refugiados sirios en el campo de Zaatari, el segundo mayor del mundo

El padre Carlos asiste a refugiados iraquíes huidos de Mosul en su parroquia de Amán, la capital de Jordania.

MADRID.- El padre Carlos tiene prisa por volver a Amán. No quiere dejar solas a las doce familias iraquíes que han encontrado cobijo en su casa. Dos de ellas duermen en su despacho, que ahora ocupa el pasillo de la vivienda. Todas ellas dejaron atrás Mosul cuando la ciudad fue tomada por el Estado Islámico en agosto de 2014. “Siempre les digo que no tienen que sentirse humillados cuando les doy algo, porque yo también soy hijo de refugiados”.

Los suyos tuvieron que dejar Belén tras la Guerra de los Seis Días, que en 1967 enfrentó a Israel con Egipto, Jordania, Irak y Siria. Su padre era un potentado, pero lo perdió todo y huyó a Honduras con su mujer y siete hijos a cuestas. Carlos, el octavo hermano, permaneció en el seminario de la archidiócesis de Jerusalén. “Así es la vida”, reflexiona décadas después. “En aquel tiempo, el Señor nos mandó a gente para ayudarnos y ahora me toca a mí ayudar a los demás”, explica en un español impoluto. “Y tal vez algún día ustedes ayudarán a otra gente... Es el ciclo de la vida”.

Ese día ha llegado. Miles de desplazados sirios se hacinan en los campos de Turquía y Grecia, pero las autoridades comunitarias miran hacia otro lado, mientras las organizaciones no gubernamentales asisten a estas almas en pena durante el éxodo hacia el corazón de Europa. “Sinceramente, estoy en contra del movimiento de refugiados, porque su destino es una sociedad completamente diferente en la que jamás podrán integrarse”.

La confesión, fuera de contexto, podría malinterpretarse. El padre Carlos entiende que la crisis tiene que atajarse en origen. “Si Estados Unidos y Europa quieren resolver realmente el problema de Siria, deberían educar al país en democracia y dejar de vender armas, no esperar a que los desplazados lleguen hasta aquí”. Como ya no hay vuelta atrás, defiende que puedan solicitar el asilo en las embajadas. “¿Por qué tienen que sufrir tanto y morir en el mar?”, se pregunta este cura palestino crítico con las cuotas. “Europa quiere refugiados a la carta: un mercado de esclavos donde escoge a los que le conviene”.

Sabe de lo que habla. Además de ayudar a centenares de familias iraquíes asentadas en torno a su iglesia de Amán, atiende a miles de refugiados sirios en el campo de Zaatari, el segundo mayor del mundo, abierto en 2012 tras el inicio de la guerra civil. “Si no fuera por Mensajeros de la Paz, no podría hacer nada”, explica el embajador en Jordania de la ONG, que también paga el alquiler de treinta y dos apartamentos a los desplazados de Mosul. Es una parroquia pobre, pero en ella se siente “el sacerdote más feliz del mundo”.

Carlos Khalil Jaar (Belén, 1953) estudió Filosofía y Teología. También se doctoró en Historia, su pasión. Habla italiano, francés, inglés, árabe y hebreo. Su voz es pausada, como si cada palabra arrastrase una vida. Fue secretario del arzobispo de Jerusalén, pero el cuerpo le pedía calle. “Lo más urgente es servir a mi pueblo”. Educación burguesa, discurso de cura progre: “No hay que ayudar por caridad sino por justicia. El hambriento aguanta hasta que un día se rebela contra todo”.

Así se lo transmitió a sus superiores: “La primavera árabe no está lejos de la puerta de nuestros templos”. Cree que el cambio también tiene que llegar a la institución. “Ustedes ya pasaron la crisis de la división entre la religión y la sociedad, pero en Oriente Próximo aún vivimos igual que los europeos hace quinientos años. La religión lo controla todo, y esto no puede seguir así”.

El padre Carlos, con el equipo de fútbol formado por adolescentes cristianos y musulmanes.

El padre Carlos, con el equipo de fútbol formado por adolescentes cristianos y musulmanes.

El padre Carlos viste de riguroso negro y su alzacuellos apenas asoma, como un caracol blanco retraído en su concha. Está de paso por Madrid y los fieles de la iglesia de San Antón lo interrumpen para saludarlo. “Aquí me siento en mi patria”, afirma, aunque su pasaporte remite a Honduras y Jordania. También ha servido en Israel, donde tendió puentes con Palestina: organizó un equipo de fútbol con adolescentes israelíes y jordanos, cristianos y musulmanes, para demostrar que “sólo con la educación” es posible solucionar el conflicto. “Hay que saber respetarnos y aceptarnos unos a otros. Árabes y judíos somos primos hermanos”.

Aunque cuando era joven llegó a vivir dos años con sus padres, ya fallecidos, en San Pedro Sula, pronto decidió que su misión era dejar Honduras y regresar a Tierra Santa. “Desde mi infancia, apenas viví con mi familia. No puedo decir que me haya faltado su cariño, porque el Señor me ha dado muchas familias para vivir con ellas”. Lo hace desde que el Estado Islámico les diese tres opciones: convertirse al islam, pagar un impuesto por ser cristianos o ser ejecutado. Esta última alternativa también incluía la posibilidad de abandonar Irak, aunque el destierro no deja de ser una muerte errante. “Ninguna persona negó su fe a cambio de quedarse en Mosul”, asegura el padre Carlos, que no dudó en abrir las puertas de su iglesia a los refugiados.

La parroquia del padre Carlos ofrece comidas a las familias iraquíes asentadas en su barrio de Amán.

La parroquia del padre Carlos ofrece comidas a las familias iraquíes asentadas en su barrio de Amán.

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