madrid
El asesinato de los periodistas David Berain y Roberto Fraile pone sobre la mesa el acoso y derribo que sufre el periodismo incómodo y atrevido. Esta vez, los dos reporteros no se encontraban investigando la trata de mujeres, ni el tráfico de droga. Tampoco se sumergieron en un escenario bélico. El último gran proyecto en el que ambos se embarcaron trataba de poner luz sobre uno de los problemas más oscuros del planeta: la caza furtiva y el tráfico ilegal de especies.
El furtivismo, a menudo infradimensionado por los poderes internacionales, es un conflicto poliédrico cargado de violencia; un negocio que mueve millones de dólares a costa de destruir ecosistemas, extinguir especies y acabar con la paz en regiones del planeta que de por sí se enmarcan dentro de un clima de convulsión social y pobreza. El propio subsecretario de Estado de Medio Ambiente de Obama, Robert Hormats, reconocía en 2012 que los organismos internacionales deberían poner más énfasis en controlar "los atropellos" de la caza ilegal. "Así como necesitamos intensificar nuestros esfuerzos para combatir el tráfico de drogas y personas, necesitamos hacerlo para combatir el tráfico de vida silvestre", denunciaba el político demócrata.
Según los datos del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), la caza ilegal y el tráfico de especies mueve un volumen de dinero anual de entre 7.000 millones de dólares y 10.000 millones de dólares. En ese sentido, el continente africano es el centro neurálgico del furtivismo debido a la presencia de especies que disponen de codiciados cuernos de marfil, un oro blanco que se vende a un precio de 60.000 dólares por kilo en los mercados internacionales. Hipopótamos y elefantes son las especies más expuestas a esta práctica ilegal. Según los últimos datos de la Convención Sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES) el número de incautaciones de marfil ha bajado desde 2013, año en el que el tráfico ilegal tocó techo con más de 2.000 casos identificados en todo el planeta.
África es el centro del furtivismo por la presencia de especies que disponen de codiciados cuernos de marfil
Uganda es el país del mundo que más contribuye a la venta de marfil de hipopótamos, exportando en torno al 40% del material sacado de la caza ilegal en la última década, según una publicación reciente de Traffic. En ese periodo de tiempo, entre 2008 y 2018, la Región Administrativa Especial de Hong Kong ha sido la principal importadora, sumando 25 toneladas de marfil de hipopótamo, cuyos colmillos se han convertido en una importante fuente de ingresos para mafias. Su exposición y falta de protección ha llevado a la especie a estar catalogada como "vulnerable" por la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Las poblaciones, ahora en una situación más estabilizada, se asientan en la mayor parte de naciones subsaharianas del continente africano.
Algo similar le ocurre al elefante africano, cuya situación es de "peligro crítico de extinción", según la UICN. Los furtivos actúan con cierta impunidad para asesinar a estos mamíferos y extraer sus colmillos de marfil, lo que ha generado que las poblaciones hayan disminuido notablemente en la última década. En algunas zonas como Tanzania el número de individuos ha bajado hasta un 60% entre 2011 y 2016. No obstante, las actuaciones de ONG conservacionistas y el apoyo de organismos internacionales ha conseguido que desde 2006 algunos países como Uganda, Kenia o Ruanda incrementen el número de poblaciones.
El rinoceronte es el otro de los mamíferos más perseguidos por los rifles de los furtivos. De sus cuernos se saca un polvo con el que se fabrican medicamentos tradicionales en zonas de Asia y África. Algunas de sus subespecies, como la vietnamita, ya han sido extinguidas por el ser humano. En África, el rinoceronte negro se encuentra en riesgo de extinción y se estima que tan sólo quedan 5.000 ejemplares. El rinoceronte blanco es la víctima preferida por los cazadores, ya que su cuerno es de mayor tamaño y suele encontrarse en campo abierto lo que hace que su captura sea mucho más fácil. Sin embargo, la labor de las organizaciones conservacionistas han conseguido incrementar las poblaciones pasando de los 100 ejemplares a finales de siglo a los 20.000 que viven en libertad, según las estimaciones de WWF.
Pero no todo son cuernos. El gorila es otra de las grandes especies amenazadas por las armas y las mafias debido al consumo ilegal de su carne en zonas del continente africano. Su declive poblacional, se debe también a que tan sólo el 2,8% habita en zonas protegidas, mientras que el resto se ubica en zonas cuyos ecosistemas están altamente expuestos a la tala masiva de madera. El gorila de montaña –cuyas principales manadas se encuentran en territorio de la República Democrática del Congo, Ruanda y Uganda– es quizá la subespecie más frágil. Según el Dian Fossey Gorilla Fund International, la principal organización conservacionista centrada en la especie, en la actualidad se tiene constancia de al menos 1004 individuos. Un número muy bajo que, en cualquier caso, ha crecido en los últimos años debido a las labores de grupos ecologistas y gobiernos locales.
Las implicaciones del furtivismo la extinción de especies
La persecución de especies para comercial con sus pieles o huesos tiene unas consecuencias directas tanto a nivel social como ambiental. El último informe del IPBES (Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas) señala precisamente que el tráfico ilegal de especies es uno de los principales factores de riesgo para la aparición de nuevas enfermedades, lo cual tiene cierta relevancia en una coyuntura pandémica como la actual.
El comercio de vida silvestre y el furtivismo es una de las formas de obtener dinero para financiar guerrillas
La destrucción de los ecosistemas y la alteración de las barreras biológicas que separan al ser humano de patógenos y virus es uno de los factores más relevantes de estas prácticas ilegales. No obstante, las redes mafiosas que se organizan en torno al furtivismo no sólo buscan la riqueza, en tanto que la ONU y la Interpool ha denunciado en numerosas ocasiones que los delitos ambientales de este tipo suelen ser la vía de financiación de grupos terroristas. Un informe de 2011 emitido por el Comité de Asuntos Exteriores del Senado de EEUU apunta al comercio de vida silvestre y al furtivismo como una de las formas de obtener dinero para financiar guerrillas y movimientos de insurgencia en África Central y del este.
El documento cita directamente al Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán y su relación con la caza de elefantes, además de la participación de la milicia Janjaweed del Chad con el tráfico de marfil procedente de Kenia para financiar la compra de armamento. Una investigación de The Guardian publicada en 2007 revelaba también cómo Al Qaeda financió parte de su causa terrorista a través de la compra venta de cuernos de rinoceronte en la India.
Por todo ello, desde Traffic y WWF han denunciado las implicaciones sociales que trae consigo el furtivismo, desestabilizando regiones enteras y dando alas a grupos paramilitares en África, pero también en otras partes del mundo que acuden a los mercados de este viejo continente para obtener recursos con los que financiar sus causas.
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